Sobre la Reforma Católica de la Iglesia, Vincenzo Gioberti

[Della Riforma cattolica della Chiesa]. Fragmentos de Vincenzo Gioberti (1801-1852), publicados postumamente por Giuseppe Massari en 1856. Se trata de una serie de apuntes redactados en diversos mo­mentos a partir del año 1848, salvo algunos folios que parecen anteriores a aquel año, y que debieran haber servido para una gran obra proyectada por Gioberti.

Dejados sin ningún orden, contienen generalmente ideas apenas indicadas, con rasgos incisivos y precisos. Las inspira el principio caracte­rístico de las últimas fases del pensamiento giobertiano, es decir, la acentuación de la segunda parte de la fórmula, en virtud de la cual el retorno de lo existente al ente, que se realiza gracias a la actividad huma­na, es entendido como una acción con creadora, realizadora de valores absolutos. El hombre que progresivamente realiza estos valores en la historia, es un «Dios en cier­ne»; por consiguiente, el Cristianismo es considerado cada vez más como religión promotora de la civilización. La reforma ca­tólica debería restituir a la fe este carácter activo propio, que la exageración religiosa ha oscurecido, originando así la decadencia del Cristianismo.

Gioberti condena el mis­ticismo, que aísla del mundo la religión,, tachándolo de mujeril, profundamente egoís­ta e inmoral, por cuanto va contra la na­turaleza y contra la cultura, sensual y di­rectamente antirreligioso, porque se funda en una falsa noción de Dios. El hombre no debe absorberse en la contemplación inacti­va; su misión consiste en hacer, crear y contribuir con el pensamiento y con la acción a la realización del reino de Dios sobre la tierra. En la Iglesia, el tradiciona­lismo mezquino ha sofocado la Idea, hacien­do prevalecer los «manejos exteriores»; pero el cristianismo debe ser desarrollo, no pe­trificación. Ello implica un concepto pro­fundamente innovador de la autoridad de la Iglesia, como poder regulador y directi­vo, pero no represivo, de la acción indivi­dual y seglar.

Como ya sucedió en los pri­meros tiempos del Cristianismo, conviene que los seglares tomen parte activa en la vida de las instituciones eclesiásticas, en la elección de los sacerdotes, canonizaciones de los santos, defensa del dogma, interpre­tación de la Biblia (v.), etc. El dogma no es totalmente inmutable; aunque excluye con sus definiciones las doctrinas hetero­doxas, deja sin embargo amplio campo a la interpretación personal del fiel, porque nadie admite la verdad sino subjetivándola. Lo que diferencia la libertad católica del libre examen protestante es el hecho de que aquélla se ejerce no sobre la palabra escrita, inmóvil, sino sobre la hablada y viva de la Iglesia, con el fin de captar el verdadero sentido y de apropiárselo pro­porcionalmente a la capacidad de cada fiel. La Iglesia católica, reformándose, podrá lograr la plenitud del Cristianismo, que es síntesis de lo individual y lo universal, tradición en perenne desenvolvimiento.

Co­mo concepto fundamental de la reforma giobertiana aparece el principio de la sín­tesis de lo divino y lo humano, lo infinito y lo finito, lo objetivo y lo subjetivo, en el sentido de que el primero se realiza pro­gresivamente en el segundo; el elemento inmutable del catolicismo es como un ger­men que para vivir debe desplegarse dia­léctica y dinámicamente, manteniéndose y tornándose él mismo cuanto más se trans­forma. El jesuitismo, que concibió la Igle­sia católica como elemento conservador de una tradición estática y detentadora de una autoridad despótica, la ha desnaturalizado convirtiéndola en enemiga de la civiliza­ción. Roma, en cambio, debe convertirse en promotora del pensamiento humano, y conforme éste vaya haciéndose adulto debe restringir su tutela sobre el mismo.

Con estas atrevidas afirmaciones, que conducen a una identificación de la filosofía con la religión, difícil de justificar tanto desde el punto de vista estrictamente especulativo como del punto de vista estrictamente orto­doxo, Gioberti aborda el problema central del pensamiento moderno, la reivindicación de la autonomía de las actividades huma­nas, e intenta conciliaría con la autoridad de la Iglesia, la objetividad del dogma y, en general, la trascendencia religiosa. Des­taca así por el vigor y el ingenio especula­tivo en el grupo de los espiritualistas ca­tólicos del «Risorgimento», como Rosmini, Labruschini y Capponi, que en el mismo sentido, pero con menor energía, propugna­ban una reforma de la Iglesia.

E. Codignola

… en él al sentimiento católico y nacio­nal se une un sentimiento democrático que lo distingue de Rosmini. (De Sanctis)