[La riforma dell’Educazione. Discorsi ai maestri di Trieste]. Obra de Giovanni Gentile (1875- 1944), publicada en Bari en 1920. Son unos discursos en los que vuelve a exponer en forma más suelta y sintética la teoría pedagógica del autor, ya desarrollada en el Resumen de Pedagogía, y que fueron pronunciados ante los maestros de Trieste, apenas liberada, en el año 1919, con vistas a la fundación de una escuela nacional italiana.
Con aquel juego de identificaciones ideológicas en que Gentile era un perfecto maestro, se afirma ante todo que una verdadera educación no puede ser más que nacional; porque educación significa desenvolvimiento de la personalidad, y la personalidad es la nación, la cual a su vez coincide con el Estado. No se puede oponer a la personalidad única del Estado la personalidad individual, porque esta última es abstracta, empírica, mientras la verdadera personalidad es universal, y por consiguiente también nacional. Sentado esto, Gentile esboza el concepto actualístico de la educación, y desde este punto de vista formula el problema fundamental de la misma. La educación no es hecho, sino acto, libre actividad e iniciativa; coincide con el «yo», con una personalidad espiritual, que no es un ser, sino un hacerse libre, absoluto, frente al cual no hay nada.
Es consiguientemente una esencial, absoluta e incondicional libertad. Pero la educación es también una actividad del educador ejercida sobre el educando, y como tal ejerce sobre él una constricción, poniendo un límite a su libertad. Tal antinomia reside también en nosotros — en nosotros existe a la vez el maestro y el escolar, y nuestra educación estriba precisamente en formar a nuestro espíritu en esta tensión dialéctica —. Por ello, el maestro de escuela debe penetrar en el espíritu del escolar, devenir un momento (el universal) en la dialéctica de su espíritu: identificarse con él. De este modo se elimina la antinomia y la disciplina de la educación se transforma en una más verdadera y profunda libertad para el escolar, la libertad del espíritu. El contenido de la educación es la cultura; ésta puede interpretarse de un modo realista (es decir, abstractamente, y en consecuencia falsamente) como una verdad puesta más allá y anterior a la acción del espíritu, como un conjunto de nociones que debe enseñar o brindar la enseñanza, con sus divisiones y subdivisiones y su alejamiento de la vida; o idealísticamente, como el mismo espíritu en acto, como el crearse a sí mismo del espíritu, que no tiene nada anterior ni fuera de sí, sino que todo lo actualiza en su eterno presente; cultura que es vida y que debe ser la base de la nueva pedagogía y de La escuela nueva.
Una cultura semejante es libertad, devenir, eticismo; no distingue las diversas disciplinas, ni siquiera la moral de la ciencia, y por lo tanto, pedagógicamente, la disciplina de la instrucción. También la educación física, en cuanto el cuerpo desarrolla ese mismo espíritu, forma parte de esta educación total y única. «El resultado es que la educación es una formación, es decir, desarrollo, devenir del espíritu; y como el espíritu consiste precisamente en su devenir, ha podido decirse que, en el devenir, cuando se dice educación, se quiere significar espíritu, y nada más». Siguen algunos corolarios, entre ellos el de la libertad de la educación.
Esta obra es interesante, en primer lugar porque es la explicación tal vez más clara de aquella pedagogía que estaba destinada a regir, bien o mal, la escuela italiana durante una veintena de años; en segundo lugar porque, bajo el desgarbado y pesado aparato metafísico, encierra la expresión enérgica y vivaz, a la vez que oportuna, de pensamientos profundos y de muchas de las mayores conquistas de la pedagogía contemporánea, a partir de Rousseau.
G. Preti