[De pactiana conjuratione]. Obra histórica en latín, de Poliziano (Angelo Ambrogini, 1454-1494), compuesta en 1478, poco tiempo después del trágico fin de Giuliano de Medici y de haber sido herido Lorenzo (26 de abril). El verdadero título era el siguiente: Comentario a la conjuración de los Pazzi [Pactianae conjurationis commentarium], y fue publicada entre las Obras en Basilea, en 1553. A pesar de que está hecha siguiendo el patrón de la Guerra de Catilina (v.) de Salustio, la narración avanza con naturalidad, sin artificios rebuscados ni peroraciones retóricas. Poliziano presenta la sucesión de hechos de una manera cruda y a través de una descripción viva y aguda designa a la poderosa familia de los Medici como a los predestinados señores de Florencia y restauradores de la moral ciudadana, mientras que en los Pazzi y sus cómplices tan sólo ve malvados y execrables facciosos que traman la ruina del Estado. La obra está fundamentada en la tesis que condena indistintamente a eterna infamia la actividad de asesinos políticos y sicarios que no actúan más que por inconciencia, ambición y deseo de poder. Es famoso el fragmento donde la escena del atentado está descrita con toda su crudeza.
Las figuras de Francesco de’ Pazzi, hombre de pésimas costumbres y capaz de cualquier iniquidad, de Bernardo Bandini, pérfido y disipado, de Antonio da Volterra y otros asesinos a sueldo dispuestos a cualquier cosa, están trazadas en sus caracteres más íntimos: la escena violenta del asesinato de Giuliano durante la misa y el atentado a Lorenzo, el refugio en la sacristía, el tumulto del pueblo y el socorro de los amigos, entre la aprensión y la indignación de todo el mundo, adquieren al conjuro de la pluma de Poliziano, una notabilísima fuerza dramática. Por esto la obra es recordada como uno de las más singulares documentos de la historiografía humanística junto al De Por caria coniuratione de Alberti, forjada según el mismo modelo salustiano. Además, en comparación con la narración mucho más sostenida y firme de la conjuración hecha por Maquiavelo en sus Historias Florentinas (v.), la obra de Poliziano mantiene toda su validez como testimonio directo y además como vivo recreo literario a ejemplo de los modelos clásicos.
C. Cordié
* El suceso histórico inspiró la homónima tragedia La conjuración de los Pazzi a Vittorio Alfieri (1749-1803). Ideada en 1777, el año en que compuso el tratado De la tiranía [Della Tirannide] (v.), pero que por razones políticas no se publicó hasta 1789 y en Francia, esta tragedia es tal vez la expresión más violenta de la pasión libertaria de Alfieri, el cual la transmitió a su protagonista, Raimondo de’ Pazzi, cuñado de Lorenzo y de Giuliano de Medici (por su matrimonio con la hermana de ambos, Bianca), pero incapaz de soportar su dominación, intolerante con los consejos de prudencia de su padre, Guglielmo, siempre dispuesto a cualquier empresa desesperada, aunque su actuación, como su padre prevé, no pueda transformar las condiciones de su Florencia, ya demasiado dispuesta para la servidumbre. Siguiendo con mucha libertad la narración de Maquiavelo (el cuñado de los dos Medici, que se llamaba Guglielmo, tuvo en realidad un papel muy secundario en la conjuración y no fue ajusticiado como los demás Pazzi, sino que tan sólo fue desterrado de Florencia), Alfieri describe el contraste entre los Medici y los Pazzi — como digno adversario de Raimondo por la elevación de sentimientos y la fuerza de voluntad es presentado Lorenzo, mientras que Giuliano es presentado como un espíritu vulgar —, los acuerdos de los conjurados, entre los cuales se encuentra el arzobispo Salviati, y por fin el trágico desenlace.
Por encima de toda la obra, demasiado tensa y monótona, destaca, como más intenso, el último acto, en el cual vemos a Raimondo embargado por una insólita turbación, despedirse de Bianca, a la cual ha ocultado el nefasto designio, y luego a Bianca sola, llena de un angustioso presentimiento que se convierte en certidumbre, cuando su suegro le revela la acción que se está realizando y, por fin, la vuelta de Raimondo, que ha matado a Giuliano, pero que él mismo está herido de muerte, mientras el pueblo clama contra los traidores («El traidor… sea… el vencido…», dice Raimondo moribundo), y la aparición de Lorenzo, salvo y vencedor, que viene a ver morir a su adversario entre los brazos de su hermana. Solamente así podía terminar la desesperada acción de Raimondo: y todo el acto es como el canto fúnebre de aquel vano heroísmo, de aquel esfuerzo destinado al fracaso desde un principio.
M. Fubini