Sistema del Idealismo Trascendental, Friedrich Wilhelm Joseph Schelling

[System des transzendentalen Idealismus]. Obra filosófica de Friedrich Wilhelm Joseph Schelling (1775-1854), pu­blicada en 1800. La «filosofía trascenden­tal» tiene por objeto reducir a unidad el momento objetivo o* natural y el subje­tivo, haciendo derivar aquél de éste, que se considera primero y absoluto. El órga­no de esta ciencia, que tiene por objeto el yo, es la intuición trascendental, fa­cultad capaz de producir y seleccionar, al mismo tiempo, los actos del espíritu, y el principio supremo es la autoconciencia, acto superindividual y extratemporal, que se expresa en la fórmula «yo soy». Según Schelling, existen en el- yo diversas activi­dades: una productiva, por la cual el yo, con su ilimitación, establece un límite que es real: ésta es la actividad «práctica»; y otra intuitiva, en virtud de la cual el yo se intuye, de modo limitado, convirtiendo el límite en algo puramente ideal: ésta es la actividad «teórica». Pero ambas acti­vidades se presuponen recíprocamente; exis­te todavía una tercera actividad del yo, que es síntesis de aquéllas. La filosofía debe ser una historia (mejor podría decirse una prehistoria) de la autoconciencia, que presenta diversas épocas y que produce en su desenvolvimiento aquel acto de síntesis absoluta. La «primera época» es aquella que desde la sensación original alcanza la intuición productiva.

La manera como el yo se intuye a sí mismo como limitado, y como elemento que siente, son problemas que Schelling resuelve recurriendo sólo a la naturaleza esencial del yo, con sus dos actividades, productiva e intuitiva, dedu­ciendo seguidamente la materia, en corres­pondencia con los momentos de esta «pri­mera época» de la autoconciencia. Sus gra­dos serían el magnetismo, la electricidad y el proceso químico. La «segunda época» está comprendida entre la intuición produc­tiva y la reflexión; en ella surgen las de­terminaciones de tiempo y espacio, de sus­tancia y accidente, de causalidad, de reci­procidad de acción y de organismo. Al ter­minar esta época quedará demostrada una armonía preestablecida (no leibniziana) en­tre el proceso natural que’ alcanza al or­ganismo, y la inteligencia capaz de intuir aquellos grados. En la «tercera época», que va de la reflexión al acto volitivo absolu­to, el yo logra el conocimiento de su acti­vidad, que es una autodeterminación de la inteligencia y que se ejerce como espon­taneidad de abstracción y de categorización. Entramos así en la sección de la filo­sofía práctica. Aquel acto de autodetermi­nación no puede explicarse si no se admite el hecho de una inteligencia fuera de la nuestra, hecho que nos conduce al con­cepto de un objeto externo realizable, hacia el cual dirigimos la voluntad. «Un indivi­duo aislado, no solamente no podría llegar a tener conciencia de la libertad, sino ni siquiera del mundo objetivo».

La trans­formación de lo real, en qué consiste la acción, es posible mediante la imaginación, que nos presenta como ideal lo que debe ser. Con ello, la acción debe aceptar las leyes de la intuición y con ellas, la natu­raleza; pero esto no suprime la libertad, ya que lo que tiende a realizar el ideal es lo universal. La libertad como moralidad se concilia asimismo con la tendencia a la felicidad. La ley jurídica es necesaria con­tra las tendencias naturales arbitrarias. To­das las instituciones humanas, ya caducas, tienden a lograr un triunfo final de la justicia. Así, la Historia es, en conjunto, una revelación de lo absoluto, que actúa a través de tres períodos: en el primero, que es el trágico, lo absoluto aparece como destino; pertenece a este período la histo­ria espléndida y noble de los imperios del mundo antiguo; en el segundo domina la ley natural, en virtud de cuyo juego me­cánico se prepara, por el arbitrio y la vio­lencia, una paz universal; en el tercer período, lo que en los precedentes aparece como destino y naturaleza, se revelará co­mo Providencia: «cuando suceda este pe­ríodo, también Dios existirá». Resta el pro­blema de cómo el yo puede hacerse cons­ciente de la armonía o identidad de lo sub­jetivo y objetivo. Tal identidad no puede mostrarse en la libre acción ni en el co­nocer, que son ambos una misma cosa en virtud de suprimirse tal identidad, pero sólo en un producto que sea «teológico sin que haya sido producido para lograr un fin». Este producto es la Naturaleza, en cuyas manifestaciones lo que es libre es necesario y lo que es necesario es libre, mientras el hombre como tal es, por su esencia, un eterno fragmento. «La Natura­leza es un poema misterioso, cuyo enigma, si se descubriese, nos contaría la odisea del espíritu, que buscándose a sí mismo, huye de sí mismo». Así, por la propia naturaleza, se señala en la inteligencia del hombre una intuición en la que lo cons­ciente y lo inconsciente aparecen en ar­monía : es la intuición artística, que será el «único verdadero y eterno órgano, a la vez que documento, de la filosofía». La filosofía, como tal, no puede alcanzar nun­ca una validez universal; únicamente al arte le está concedida una absoluta obje­tividad.

El Sistema del idealismo trascen­dental, que es la obra más importante de Schelling y que a la vez puede considerarse como la más sencilla expresión del Romanticismo en el campo filosófico, ejer­ció gran influencia sobre la filosofía pos­terior, incluso sobre los que no han que­rido aceptar totalmente sus doctrinas, como Hegel, quien al demostrar en el prefacio de su Fenomenología (v.) la insuficiencia del esteticismo en el campo de la filosofía, señalará el principal límite de esta obra.

G. Alliney

La filosofía de Schelling, que podríamos calificar de misticismo criticizado, termina como el Prometeo de Esquilo, con el terre­moto y la ruina. (F. Schlegel)