Siónida, Yehudá ha-Leví

Poema de Yehudá ha-Leví, uno de los mayores poetas del período postbíblico. Natural de Toledo, nació ha­cia 1110; vivió en Córdoba y hacia 1150 marchó a Jerusalén. Luego no se sabe más de él. El texto de la Siónida, recogido en el ritual del ayuno del nueve de Ab en re­cuerdo de la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, ha sido publicado, tradu­cido y anotado un sinfín de veces en casi todos los idiomas modernos. La edición crítica se encuentra en el Diván de Yéhudá ha-Leví de H. Brody, que también la incluyó en Mibhar ha-sirá ha-cibrit («Anthol. Hebr.», Leipzig, 1922, 179). El poema fue traducido al alemán por el filósofo Mendelssohn, en versos elegiacos por Herder y Geiger, al italiano por Lelio Della Torre, Salvatore De Benedetti (Cancionero sagrado de Yéhudá ha-Leví, Pisa, 1871, 160 y s.) y Ar­mando Sorani; al castellano por José M.a Millás Vallicrosa, Yéhudá ha-Leví, como poeta y apologista (Madrid, Instituto Arias Montano, 1947, 274 y ss.); al francés por el P. Célestin de Mouilleron, O. F. M. Cap (Limoges, 1947, 126 y ss.).

El poeta está en el Occidente y su corazón en el Oriente. Él con las cadenas de los Árabes, y Sión con las de Edom (los Cruzados). Despre­ciable es toda la riqueza de España frente al polvo del templo destruido. «Oh Sión, ¿no te cuidas del bienestar de los tuyos en cautiverio aunque invocan tu bien? Son lo que queda de tu rebaño». El poeta se queja como un chacal por las desgracias de Sión, pero se convierte en arpa sonora cuando sueña con el regreso. Sueña con los lugares sagrados, los tiempos en que, sin el sol, la luna y las estrellas, sólo la luz del Señor se vertía sobre la Tierra Prome­tida. Allá donde el Espíritu del Señor se volcaba sobre los elegidos se levantan los tronos de los conquistadores insolentes. «¡Oh, poder vagar por los lugares donde Dios se reveló a los profetas y a los men­sajeros de Dios!, ¡poder mezclar los peda­zos de mi corazón con las ruinas tuyas, oh Sión!, ¡poder, postrado, adorar tu polvo! ¡Admirar tus montes, respirar tu aire puro! Dulce me será vagar allá donde se oculta el Arca santa, donde tras cortinas secretas se erguían los querubines. ¡Qué amargura en el alma, llena de tantos recuerdos doloro­sos! En todas partes los dispersados se in­clinan hacia tus puertas, ¡oh Sión! ¿Qué son Sinear (Babilonia) y Patros (Egipto) ante tu grandeza? ¿Quién se parece a tus profetas, levitas y cantores? ¡Feliz quien pueda ver tu luz y el resplandor de tu alegría renovadas!» El poeta se defiende contra quien quisiera retenerle. Durante el viaje Yéhudá ha-Leví compuso sus cantos marineros, los únicos de este género en toda la literatura hebraica.

E. Zanetti

Avicebrón deplorando su abandono nos emociona; Ibn cEzra llorando sus amores desilusionados nos impresiona; Yéhudá ha- Leví llevando el luto de Sión, la dulce amada, nos penetra profundamente y nos turba hasta lo más hondo del alma. (Graetz)

Yéhudá ha-Leví tiene su puesto entre los inmortales del mundo, y ningún árabe es digno de desatar los cordones de sus san­dalias. (Fitzmaurice-Kelly)