Sinfonía Doméstica, Richard Strauss

[Symphonia do­mestica, op. 53]. Composición para gran orquesta, de Richard Strauss (1864-1949), escrita en 1904 en forma de «poema sinfóni­co». Está subdividida en cuatro partes. En ella, el músico describe los episodios coti­dianos de su propia vida familiar. La com­posición se inicia con el tema del esposo, al cual siguen el de la esposa, y después el del niño. Con un «Scherzo» son repre­sentados los juegos infantiles; suenan las siete de la tarde y el niño es puesto en la cama («Canción de cuna»).

Viene la pen­sativa soledad de las horas nocturnas, en que el espíritu está inclinado a la creación y a la contemplación y se esfuman los contornos entre sueño y realidad. Mas he aquí, con el nuevo día, un alegre des­pertar («Final»). Al tratar musicalmente este tema es evidente que Strauss se ha propuesto obtener cierta cándida ingenui­dad e imprimir en su música un carácter «casero» y casi humilde. Pero dejando apar­te la circunstancia de que con la sencillez deseada contrastó ya de por sí el enorme aparato orquestal, los mismos temas, es­cogidos para caracterizar las diversas per­sonas y los varios acontecimientos, más que sencillos son comunes, y hasta insig­nificantes; tal vez para demostrar con mayor evidencia que no tienen pretensiones, los toma íntegros de otros músicos; así, el mo­tivo de la canción de cuna es el de la célebre barcarola de Mendelssohn. Estamos muy lejos de la sencillez sincera y poética, por ejemplo, de las Es­cenas de niños (v.) de Schumann, las cuales, sin embargo, demuestra a menudo Strauss tener presentes; en conjunto, se tiene la impresión de algo grotesco y desproporcio­nado.

Éste es el último «poema sinfónico» de Strauss, el cual dedicó después toda su actividad al teatro. En 1925 el maestro ale­mán repitió el tema de la Sinfonía domés­tica en un concierto para piano (mano iz­quierda) y orquesta (Parergon zur Sym­phonia. Domestica op. 73), aunque sin lo­grar una obra de mayor interés.

M. Dona

Su defecto es la falta de gusto y de me­sura… Hay momentos en que nos sentimos oprimidos, como si nos faltase el aire. Y R. Strauss se parece a Mahler a lo menos en esto, que uno y otro confunden lo bello con lo enorme, lo grandioso con lo colosal. (Combarieu)