Sermones de Ochino

[Prediche]. Docu­mento fundamental de la reforma evangé­lica italiana son los Sermones de Bernardino Tommasini, llamado Ochino (1487- 1564), impreso, tras de algunas publicacio­nes parciales, en Ginebra y en Basilea en­tre 1542 y 1562. En forma simple y llana, el ardiente capuchino se vuelve a los «más cándidos y sinceros lectores», que sienten necesidad de verdad y de certidumbre.

La base de toda fe es la creencia, y por eso Ochino comienza sus prédicas con una ex­plicación fundamental para el cristiano: las obras, por meritorias que sean ante la in­dulgencia divina, no son nada frente a la justificación por la fe: es preciso ante todo creer y creer firmemente. Sólo gracias a nuestra fe (según ya indicaron San Pablo y San Agustín) podemos lograr la indul­gencia de Dios, que se vale hasta de nues­tros pecados para mostrar en nosotros su eterna e incomparable omnipotencia. In­justamente calumniada es la doctrina de los protestantes, quienes, sobre todo según Lutero, explican el valor de la redención evangélica precisamente en la fe y en la justificación por Cristo. Sea como fuere, el verdadero creyente debe descender a la interioridad de su conciencia y advertir la necesidad imprescindible de inclinarse ante Dios, que es el único juez de las ac­ciones humanas y de las posibilidades de los fieles. Las obras sólo son un aditamento, que fácilmente lleva al engaño y a la caí­da. Pero, continuando el examen de la teoría de la justificación, tomada de las obras de Erasmo y sobre todo de la viva voz del español Juan de Valdés, Ochino profundiza el punto central del problema: el de la verdadera fe. Tiene profundamente grabado en su mente el famoso tratado so­bre el Beneficio de Jesucristo (v.), de pa­ternidad discutida, una de las obras funda­mentales de la reforma italiana.

Los actos externos del culto — la confesión, las indul­gencias, los preceptos, los votos y las creen­cias tales como la del purgatorio y la pe­nitencia — no tienen ningún valor ante el sentimiento sincero y responsable de la fe; sólo a través de una intensa meditación de la religión y la exigencia de mejorarse en el corazón, el creyente puede elevarse por encima del pecado en que continua­mente se halla. La obra de Ochino, débil en las argumentaciones, tiene sin embargo el calor de un «iluminado» que, más que pro­blemas históricos y jurídicos, ve en la opo­sición religiosa del siglo XVI un hecho es­piritual. Ochino, que fue franciscano me­nor y capuchino, estuvo en Ginebra y Londres; sus herejías sobre la Trinidad, la predestinación y otras, lo llevaron a la apostasía.

C. Cordié