San Francisco, Nicolae Iorga

[Sfántul Francisc]. Misterio rumano en cinco actos de Nicolae Iorga (1871-1940), publicado en 1930. En una plaza de Asís, Gino, joven güelfo, cuenta a Francisco, güelfo también, que ha dado muerte a Mino de’ Bardi, jefe de los gibelinos. Exaltado, Francisco reúne al pue­blo, pero sólo acuden algunos jóvenes.

Lle­gan entretanto los gibelinos llevando el cadáver del muerto y después de una breve refriega, huyen. Francisco, que se detiene junto a un herido que le pide socorro, se niega a ayudarlo, porque el joven es gibe- lino, pero éste reconoce en él a un amigo de la infancia y pronuncia palabras de gran amistad que despiertan en el alma del jo­ven vagos sentimientos de piedad y com­pasión. Para sustraerse a las luchas intes­tinas de su ciudad, Francisco huye a Ale­jandría de Egipto, y allá se reúne con él Gino, también desterrado. Francisco le dice que ahora es feliz porque sus riquezas producen pan y trabajo, pero Gino, tras de interrogar al administrador y a los esclavos, le revela que el dinero ganado en profusión con tanta facilidad es el precio del sudor y de la sangre de muchos infelices. Entonces el joven reparte sus bie­nes a los pobres y se va en peregrinación a Jerusalén, de donde retorna pobre a su patria. En Asís, donde se presenta sin ser reconocido, sabe que sus padres han muer­to y vuelve a ver a Clara, la muchacha a quien tanto amó, ahora casada, que no le reconoce y que le dice que vive tranquila porque Francisco murió.

Por fin, libre de pasiones, descubre la verdad divina en el amor y en la paz y alaba a Dios en sus criaturas. En una pequeña ciudad toscana la multitud conmovida «canta las alabanzas del Santo, en tanto que los sabios tratan de desviar el entusiasmo. Basta, sin em­bargo, la aparición de Francisco para que todos se acerquen a él. En Asís, entretanto, está surgiendo su nuevo monasterio por obra del pueblo; vienen legados del Papa invitándole a Roma, pero él, quebrantado por las fatigas, muere entre los discípulos que tanto le han amado. El drama de Francisco está expresado más con imágenes y con hechos exteriores que iluminado desde dentro, y la verdad histórica no está siempre observada. Pero, especialmente en la segunda parte, la obra se halla muy próxima al espíritu franciscano de las Florecillas (v.) también porque el autor, con mucha habilidad, nos presenta al protago­nista, que ya es ahora cosa de Dios, sólo en fugaces apariciones, alejándolo poco a poco en una luz mística que reverbera so­bre la apasionada multitud de fieles que representan la ascensión del Santo.

G. Lupi