Ruiseñor, Igor Strawinsky

[Rossignol]. Composición líri­ca en tres actos de Igor Strawinsky (n. en 1882) con libreto de S. Mitoussoff, basado en un cuento de Andersen. El primer acto, empezado entre 1907 y 1908, fue terminado en el verano de 1909. Circunstancias diver­sas obligaron al compositor a interrumpir su trabajo. A este primer acto siguieron El Pájaro de Fuego (v.), Petruchka (v.) y La Consagración de la Primavera (v.).

El se­gundo y tercer actos fueron escritos en 1914 en Clarens (Suiza). La primera inter­pretación tuvo lugar en el teatro de la ópera de París, en mayo de 1917, por la compañía de ballet ruso dirigida por Sergio Diaghilev. Todas las noches, desde el cre­púsculo al amanecer, en un bosque cercano a la orilla del mar, se oye el maravilloso canto de un ruiseñor. Habiendo llegado a sus oídos, el emperador de China envía al bosque al chambelán y a otros cortesanos para que inviten a la corte al pájaro de voz celestial. El ruiseñor sigue al chambelán. Se prepara en el palacio real un fastuoso recibimiento al pájaro. En la sala del tro­no, adornada con miles de flores, cada una de las cuales lleva un cascabel, se están ha­ciendo los últimos preparativos. Hay una gran animación de cortesanos, y este mo­vimiento origina corrientes de aire que sacuden suavemente las flores y las cam­panillas. Al son de una solemne marcha china entra el emperador, a quien el rui­señor con su canto hace derramar lágrimas de emoción. En aquel momento llegan unos enviados del emperador del Japón con un ruiseñor mecánico, que es un regalo para el emperador de China. Mientras el ruise­ñor mecánico desgrana sus metálicos gor­jeos, el ruiseñor vivo marcha volando.

El emperador se indigna y lo destierra de su país. Pronto el soberano enferma y está en peligro de morir. La Muerte, rodeada de los fantasmas de las acciones ejecutadas por el moribundo, está cerca de su lecho y le ha arrancado ya la corona, la espada y él es­tandarte. Cuando está a punto de falle­cer, entra por la ventana el ruiseñor y se dirige al lecho del moribundo. Entona en­tonces un canto tan suave que la Muerte se ve confundida y cediendo a los ruegos del ruiseñor se aleja y deja la corona, la espada y el estandarte del emperador. To­das las noches, a la ventana de la cámara imperial vendrá el ruiseñor a entonar su canto en el que se reconoce la voz del Cielo. A la aurora llegan los cortesanos con­vencidos de que el emperador habrá muerto ya, pero se encuentran con que les recibe de pie y con un alegre «¡buenos días!» para todos. Los cuatro años que van de la re­dacción del primer acto a la del segundo y del tercero han roto la línea de continui­dad estilística de la obra. Discontinuidad que no se justifica con el diferente carác­ter del primer acto, lleno de lirismo, y el de los otros dos, llenos de un sutil barroquis­mo a la manera china, frágiles como hechos de porcelana y de laca. El Ruiseñor ha de considerarse la obra con la cual Strawinsky ha conseguido el más alto grado de refina­miento armónico e instrumental.

Es de una maravillosa limpidez y de una para­dójica y rara sonoridad, conseguidos con un virtuosismo instrumental que es único en la historia de la música. Tales caracte­rísticas no permiten considerar esta obra como el ejercicio brillante de un ingenio musical frío e indiferente. De esta música emana una gravedad de espíritu, una inten­sa emoción, que ninguna obra del maestro ha traicionado jamás. De la música del se­gundo y tercer actos, Strawinsky sacó en 1917 el poema sinfónico Canto del Ruiseñor, cuya contextura instrumental comporta la supresión de las voces y un menor número de intérpretes de la orquesta y que, en comparación con el Ruiseñor, está mejor realizada, es más perfecta y, estilísticamen­te, más homogénea.

A. Mantelli