Colección de poesías profanas de Draconcio (segunda mitad del siglo V d. de C.), el poeta africano célebre sobre todo por su poema religioso Alabanzas de Dios (v.). Desconocidas durante la Edad Media, estas composiciones fueron publicadas en la segunda mitad del siglo XIX, y formaron seguramente parte de una colección poética más extensa, compuesta en diversos momentos y editada por el propio autor después de salir de la cárcel. Exceptuando el comienzo, en tetrámetros trocaicos, están escritas en hexámetros dactilicos.
Pertenecen a los tiempos juveniles del poeta los cármenes II y IV, narrando el uno el mito ovidiano de Hilas, y el otro la desesperación de Hércules al ver cómo las cabezas de la Hidra renacen después de cortadas: ambos aparecen precedidos por una poesía a modo de introducción, con dedicatoria al maestro del autor, el retor Feliciano. La influencia de la retórica es manifiesta en estas composiciones de contenido mitológico, vigorosamente dramatizadas, como en la V, que es una «controversia» regular, precedida por una exposición del argumento, en prosa. La influencia de la escuela se observa asimismo bastante clara en el conjunto más vasto de composiciones de asunto mítico, el Rapto de Elena, que también se publicó aparte, acompañado de un prólogo y de un epílogo, particularmente hinchados y retóricos, caracterizado en su parte narrativa por un cierto «pathos» dramático y trágico. También es de argumento mítico otra composición sobre Medea. A la vida contemporánea se enlazan, en cambio, dos Epitalamios (v.).
Entre los autores antiguos que Draconcio muestra haber estudiado con cariño, su maestro constante es Estado, del cual proceden hemistiquios y versos enteros, y con el cual comparte la predilección por los temas trágicos y la abrumadora ornamentación retórica; notable influencia ejercieron sobre la poesía de Draconcio, asimismo, Virgilio, Ovidio, Lucano, Juvenal y, con menos frecuencia, poetas cristianos como Prudencio y Claudiano. Aunque él se esfuerce en seguir los modelos clásicos, la lengua, como la métrica de Draconcio, se alejan mucho de ellos y presentan, tanto en la gramática como en la sintaxis, los caracteres propios del latín medieval.
C. Schick