Romanzas Dramáticas, Robert Browning

[Dramatic Romances]. Colección de poesías de Robert Browning (1812-1889), publicada en 1845 como séptima serie de Campanas y grana­das (v.) y enriquecida después con nume­rosas poesías- Complemento de las Líricas dramáticas (v.), éstas comprenden como aquéllas poemitas narrativos, en los cuales Browning intenta expresar la psicología del personaje y va haciendo sus ensayos para las que serán sus obras mayores, compila­das en Hombres y mujeres (v.) y en Dramatis Personae (v.).

Desde las Exequias de un humanista (v.) al cuento para niños, lleno de brío y rapidez, es toda una serie de diversos personajes («El amante de Porfiria», «La tragedia del hereje», «Conde Gismondo», «La fuga de la duquesa», etc.) y de situaciones dramáticas y trágicas plan­teadas con originalidad de poeta nuevo. To­das las características del Browning mayor están presentes ya aquí, y su habilidad de psicólogo,’ si no es la de sus obras eminen­tes, se revela con mucha humanidad y con una sabiduría que es para él reciente con­quista. El grupo de sus poesías amorosas («En góndola», «El último paseo a caballo juntos», «Una mujer frívola», etc.) se en­laza con el paralelo de las Líricas dra­máticas.

A. Camerino

Meredith era un Browning en prosa, y lo mismo era Browning. (Wilde)

Si bien Donne tiene elegancia y Dryden densidad de pensamiento, sólo en Browning podemos hallar, junto con estas dos cuali­dades, una maestría en el análisis psico­lógico que tal vez no tiene igual sino en Shakespeare, pero realizada no en la re­lación dramática entre personaje y perso­naje, sino en la introspección del monólogo y en el tejido de una complicada especula­ción lírica. (Gosse)

Sus obras más intensas son las breves y ordenadas poesías de amor, o mejor, los pequeños dramas amorosos. Hizo una cosa verdaderamente original y admirable: con­siguió expresar los verdaderos pormenores del amor moderno en verso, y el amor es la cosa más realista del mundo. Sustituyó por la calle con persianas verdes el jardín marchito de Watteau, y por la «azul agi­tación de un fósforo que se enciende» la monotonía de la estrella vespertina. (Chesterton)