Roma Subterránea, Antonio Bosio

[Roma sotterranea]. Obra postuma de arqueología cristia­na de Antonio Bosio (1575-1629), publicada por Giovanni Severani en 1632; otras edi­ciones, aumentadas y rehechas, en 1651 y 1753.

La obra se inspira en el férvido rena­cimiento cristiano, que San Felipe Neri an­heló en la Roma «profanada» por el neopaganismo del Renacimiento; fue un estímulo para ello el casual descubrimiento en la Vía Salaria, en 1578, de una vasta región sepul­cral de cinco pisos con frescos, tumbas aún intactas e inscripciones. Bosio fue el prime­ro que efectuó una exploración sistemática de los antiguos cementerios cristianos de los arrabales de Roma, que, destinados a la sepultura de los fieles hasta el siglo IV y al culto de los mártires allí enterrados eh los siglos V-VIII, habían sido olvidados casi por completo, sepultados y arruinados. El resultado de sus indagaciones, llevadas a efecto de 1567 a 1629, fue esta obra gran­diosa, fundamental para la reconstrucción integral y objetiva de la vida cristiana, es­pecialmente en los primeros siglos del Cris­tianismo.

La obra está dividida en cuatro libros, de los cuales tres son del autor y el cuarto del docto editor. El primer libro introductivo sobre los mártires, para el cual utilizó las investigaciones y los escritos del célebre cenáculo romano de San Felipe Neri (Baronio, Ugonio, Gallonio, Severano), demuestra que el motivo inmediato inspi­rador de las búsquedas del autor fue apologeticorreligioso y cultural, aunque siguió un método científico de indagación.

El segundo y el tercero contienen los preciosos resultados de sus cuidadosas indagaciones sobre todos los cementerios de los arraba­les de Roma; incluso de algunos de que ya no se ha encontrado huella. Además de ex­plorar todos los cementerios ya conocidos, Bosio encontró: en la Vía Portuense, los cementerios de Fonziano y de los mártires Abdón y Senén, con la cripta; en la misma Vía, el cementerio de los judíos que vivían en Roma, en el barrio de Trastévere; en la Vía Apia y Ardeatina, una amplia región sepulcral: el cementerio de Domitila, que él creyó «Cementerio de san Calixto Papa y otros santos mártires»; otro «muy noble en la Vía Latina, rico en inscripciones y enseres de artísticas lámparas», destruido, sin embargo, durante las excavaciones; el de los santos Pedro y Marcelino, en la Vía Labicana, con catorce cubículos; un gran cementerio en la Vía Tiburtina, identificado con el de santa Ciriaca, muy grande y rico en inscripciones; en la Nomentana, una amplia región del cementerio de santa Inés; en la Vía Salaria Vieja y Nueva, una am­plia región sepulcral que él llamó cemen­terio de Priscila, y por fin los cementerios en la Vía Flaminia, con el cubículo de san Valentino. Aunque el autor se deja arras­trar un poco por algunas de las creencias populares que más tarde se demostraron carentes de fundamento, la obra de este incansable arqueólogo es fundamental.

El cuarto libro, de Severano, es un culto co­mentario de las figuras bíblicas y del sig­nificado de los símbolos de los cementerios, etc., interpretados con plena adhesión a los escritores cristianos primitivos, a pesar de los inevitables defectos de la aplicación. Será preciso llegar al siglo XIX para en­contrar obras de arqueología cristiana de igual erudición y de superior método de investigación.

G. Pioli