[Lieder ohne Worte]. Piezas para piano de Félix Mendelssohn-Bartholdy (1809-1847), recogidas en ocho fascículos publicados entre 1834 y 1868, los dos últimos de ellos póstumos. En la obra de Mendelssohn las Romanzas sin palabras son casi un mundo aparte en comparación con el resto de su obra; y aunque estas páginas están dominadas por una clásica serenidad de espíritu y de estilo, atestiguan más que otra cualquier obra suya los firmes y profundos vínculos que lo unen al movimiento musical romántico.
«¿Quién no se ha sentado alguna vez al piano y, sin darse cuenta de lo que hace, en plena improvisación, ha cantado una suave melodía? Si entonces se enlaza con las manos el acompañamiento a la melodía, y sobre todo, si el que lo hace es un Mendelssohn, he aquí las más bellas ‘romanzas sin palabras’ del mundo». Así escribe Schumann de estas composiciones unidas a aquel vasto y melodioso conjunto de música que forman los cancioneros musicales del romanticismo alemán, y que se pueden, por algunos aspectos, considerar como transposición al piano del lied, por su concisión y estructura melódica. En estos ocho fascículos de Romanzas sin palabras se hallan algunas de las páginas más bellas y más íntimamente inspiradas de Mendelssohn. Con todo, la finura algo fría de algunas de ellas ha dado un vislumbre de pálido sentimentalismo a estas piezas. Pero la culpa de esto no es tanto de su música cuanto de una errónea tradición interpretativa de aficionados, porque Mendelssohn tiende, en sus momentos de debilidad creadora, a concepciones estrictamente formales, más que a falsificación del sentimiento, sin que por otra parte se pueda hablar de complacencias profesorales por formas abstractas y de tradición académica, como ocurriría más tarde a fines del siglo XIX.
La tradición formal del siglo XVIII estaba demasiado cercana a Mendelssohn y conservaba todavía su porción de vitalidad suficiente para justificar una cierta sumisión a ella, no del todo razonada: es todavía un ideal vivo de formas armoniosas, de alegría serena por una pura belleza del sonido. Aquí tenemos una voz siempre franca y pura que nos viene del siglo XIX, llena de ecos con su plácida serenidad, con su casta y juvenil pureza. Son el melancólico y lunar «Gondolero veneciano»; el impetuoso «Canto de la devanadera»; la «Canción de primavera», toda vibrante de arpegios como de mil hojitas verdes, de mil lucientes piedras preciosas; la «Marcha fúnebre», de viril tristeza, que, compuesta en 1843, había de acompañar más tarde — instrumentada por Moscheles — los funerales de Mendelssohn en 1847.
A. Mantelli
Verdaderos esbozos de un viajero para delicia de los que han debido quedarse en casa, y si tienen la tenuidad de esbozos de ese género, no les falta, sin embargo, la viveza de indelebles impresiones captadas por un espíritu sensible y refinado, y trazadas con finísimo garbo y elegancia. (K. Engel)