[Rime]. Sin duda famosas en el petrarquismo del siglo XVI son las poesías de Berardino Rota (1509-1575), fruto de un profundo conocimiento del Cancionero (v.) y de la poesía clásica.
En forma orgánica (tanto que incluso desvirtúa el sentimiento nativo por un pueril empeño de imitar el gran modelo) canta el poeta su dolor y su amor, sus galanteos y sus amarguras, con un movimiento que ágilmente se diluye en una característica armonía. Así sucede en los sonetos a la muerte de la señora Porzia Capece, que suscitaron el comentario doctísimo y minucioso de Scipion Ammirato, en 1560, y en ellos aparece bien claro cómo la servil y mera imitación justificaba la admiración de muchos contemporáneos, que olvidaban la pura inspiración que animaba la poesía del cantor de Laura. Las penas de amor son descritas con vivos acentos («Llantos del corazón, exilio vasto y duro») y la belleza es exaltada con candor juvenil, en un éxtasis que halla en sí mismo su mejor satisfacción. La muerte es considerada hermosa, según el famoso ejemplo de los Triunfos (v.), porque se recrea en su duro oficio («Vio llegar la muerte con el triunfo reflejado en sus ojos») y ciertas imágenes ofrecen una suavidad de «stil novo» («Ángel resplandeciente de coros bienaventurados»).
Rota se presenta como un poeta de tenue y delicada inspiración, capaz de depurar en una propia armonía las bellezas formales de sus predecesores, desatando en expresiones musicales un espíritu íntimamente idílico y fácilmente cordial. Muchos sonetos suyos merecieron ser seleccionados, entre los primeros autores, en la famosa antología poética de Gerolamo Ruscelli, titulada Rimario de la lengua italiana (v.).
C. Cordié