Rimas de Lope de Vega

Con este título abreviado suelen conocerse los tres libros que constituyen una parte importantísima de la obra lírica de Félix Lope de Vega Carpió (1562-1635), tanto por su valor li­terario como por los datos autobiográficos que contienen: Rimas (Sevilla, 1604), Ri­mas sacras (Madrid, 1614) y Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos (pseudónimo de Lope de Vega) (Madrid, 1634).

Las características de estos libros, bastante complicadas por lo que al conte­nido se refiere, son indispensables para va­lorar el último. Las Rimas contienen en la «Primera parte» doscientos sonetos que ha­bían sido ya publicados anteriormente en otro libro del autor (La hermosura de An­gélica, v.); la «Segunda parte» incluye otras composiciones, églogas, epístolas, epitafios, etc., que son publicadas aquí por primera vez. Las Rimas fueron reeditadas, con el mismo texto, en Lisboa en 1605, y con la sustitución de la segunda parte por el Arte nuevo de hacer comedias (v.), en Madrid, en 1609. En el «Prólogo» de estas Rimas, dedicadas a su amigo y mecenas don Juan de Arguijo, Lope de Vega hace una defensa y una justificación de la estética literaria de sus obras anteriores, La Arcadia (v.) y La hermosura de Angélica, y al mismo tiem­po intenta sistematizar sus propias opinio­nes sobre la preceptiva clásica y renacen­tista que demuestra conocer profundamente a juzgar por las abundantes citas eruditas y por las anotaciones personales. En rea­lidad, las Rimas representan, dentro de la producción de Lope, la gran influencia de la poesía italiana del Renacimiento, dejan­do ya entrever, junto a numerosas imita­ciones — algunas veces literales — de Garcilaso de la Vega, el advenimiento del gé­nero barroco, de carácter profundamente nacional y popular. Los doscientos sonetos de la «Primera parte», algunos de los cua­les aparecen frecuentemente reproducidos en las antologías, datan de los últimos años del siglo XVI y están llenos de datos bio­gráficos. En ellos revela su dominio de la técnica poética, del «virtuosismo», como dice Vossler, que incorpora a este difícil y artificioso género poético.

Hay sonetos según los tipos más característicos de la época, especialmente en lo relativo a la pluralidad de combinaciones de las rimas de los tercetos; en cuanto a los cuartetos, prevalece de una manera absoluta el tipo llamado «cruzado». Algunos de ellos nos sorprenden por su arquitectura armónica y exacta, en la que el tema se desenvuelve perfectamente equilibrado y contrapuesto, incluso en la construcción sintáctica, en los cuatro elementos de la composición e in­cluso en el último verso, contrapuesto a los otros, o como resumen ideológico del resto del soneto (así los sonetos 16, 19, 32, 52, 53, 61, 65, 93, 127, 191). En algunos casos (soneto 200) es necesaria la genial facilidad de Lope para vencer obstáculos insupera­bles. Incluso el poeta llegará a componer un soneto con versos enteros de Ariosto, Camóes, Petrarca, Tasso, Horacio, Serafino Aquilano y Garcilaso, en sus respectivas lenguas y con notas a pie de página sobre la derivación de cada uno de ellos según el gusto erudito de la época. Algún soneto (como el 9) termina con un verso plurimembre, moda efímera que entonces empe­zaba.

No menos reveladores son los sone­tos 126 y 137, en los que las palabras se asocian sin relación aparente, al azar de una agradable enumeración. Aunque todos tengan estilo renacentista, estos sonetos son muy diferentes entre sí por lo que respecta a la inspiración, con un predominio, en todo caso, del tema amoroso, al igual que en el teatro. Los sonetos muy a menudo constitu­yen por sí mismos poemas amorosos (7, 42, 50, 103, 108, 145, 160, 173, 185). En el primer soneto, que constituye la introducción o el prólogo de los demás, ya se refleja clara­mente todo lo que tenemos dicho — que se confirma después en los restantes. A veces, el tema amoroso por sí mismo es la causa del poema y se concreta en la primera amante del «Fénix», cuya muerte prematu­ra llora el poeta en bellos versos (sonetos 30 y 31), o en alguna de sus amantes, como en los numerosos sonetos dedicados a «Lu­cinda»— la actriz Micaela Luján—(sonetos 3, 4, 8, 14, 44, 65, 84, 120, 127, 133, 135, 136, 143, 146, 155, 158, 162, 170, 174, 175 y 179); incluso los poemas inspirados en la Biblia (soneto 5), en la mitología (sone­tos 6, 13, 21, 35) o en la historia (soneto 46) llevan también la huella amorosa.

En cambio, el amor está ausente en los sonetos dedicados a Guzmán el Bueno (17), al poeta Liñán de Riaza (54, 76), a Andró­meda (70), a Faetón (74, 75), a Judith (78, uno de sus sonetos más célebres), al Des­tino (93), a Leandro (96, de gran origi­nalidad en la forma), a don Rodrigo de Silva (100), a Juan Bautista Labaña (115, escrito en términos astrológicos), a Que- vedo (128), a Madrid (142, despedida emo­cionada e irónica de esta villa en el mo­mento de abandonarla), a Inés de Castro (181, una de las mejores poesías que le han sido consagradas), etc. El soneto 40 se basa en el símbolo de la barquichuela — el alma—, que será objeto de nuevas com­posiciones, y el 199, inspirado en un pen­samiento de Séneca, termina con estos ver­sos lapidarios: «No la miseria en el morir consiste, / sólo el camino es triste y mi­serable, / y si es vivir la vida sólo, es triste». La «Segunda parte» de las Rimas de Lope, dedicada a su amiga doña Ángela Vernegali, que le había cuidado amorosa­mente, comprende los poemas siguientes: «Égloga primera» («Al duque de Alba», su antiguo protector, de quien él había sido secretario). En esta composición, in­fluida directamente por Garcilaso, tres pas­tores dialogan en impecables tercetos o estancias a la italiana con estribillos ori­ginales. Bajo el disfraz pastoril se adivina al duque, a su esposa y a otra dama apa­rentemente prendada de él. El diálogo, des­arrollado lentamente conforme a las leyes del género, está animado con imágenes, me­táforas, algunas de carácter conceptista, al servicio de una pasión ardiente.

En la «Églo­ga segunda», cierto Elisio, que no es otro que el autor, se lamenta de los desprecios de su amada Camila Lucinda. Más conmo­vedora y casi teatral es la «Égloga tercera» («Farmaceutría», de una palabra griega que significa bruja o hechicera), en tercetos, en la que Tirsis cuenta sus amores a Meliso en presencia de un hechicero. La «Églo­ga cuarta» («Silva») constituye un diálogo entre Apolo y Caronte, en el que el primero se lamenta de la abundancia de malos poetas, y desea que el buen gusto tome por árbitro a «Lasso -(Garcilaso) en España y en Italia Tasso». En esta composición predo­mina cierto carácter erudito y crítico, y el poeta ironiza sobre su propio valor hasta tal punto que esta obra, por algunos de sus fragmentos, podría muy bien pasar por una preceptiva en verso. «Alcina a Rugero. Epís­tola» son los tercetos de estilo más clásico por lo que a la versificación se refiere; des­arrolla temas de carácter amoroso y es una de las composiciones más perfectas de Lope de Vega, aunque quizá adolezca de cierta frialdad y de cierto convencionalismo lite­rario. «Descripción de La Badía», jardín del duque de Alba en Salamanca. Las descrip­ciones, de un acentuado preciosismo, en oc­tavas carentes de realismo, siguen las nor­mas renacentistas y están recargadas de be­llísimas imágenes y metáforas dotadas de un colorido y de una opulencia barroca de gran calidad. «A la creación del mundo» es un romance en el que la enumeración de los objetos de toda especie tan grata al Fénix alcanza un valor estético al que Lope supo dar relieve en otras obras.

«A la muerte del rey Filipo II el Prudente», dedicada al monarca español, es una elegía cuya forma es inadecuada a su tema, puesto que está escrita en romance octosílabo asonantado que le hace perder toda grandeza, a pe­sar de que la versificación es ágil y muchos de sus pasajes constituyen fragmentos de auténtica poesía. Más interesante es la cé­lebre epístola «Al contador Gaspar de Barrionuevo», en tercetos, de carácter auto­biográfico, escrita con verdadera gracia, y en la cual el ingenio del poeta se mani­fiesta en toda su intensidad a pesar de la ironía no siempre elegante. En fin, entre los «Epitafios fúnebres», que cierran las Rimas, merecen citarse los dedicados a Six­to V, de tono conceptista; a Felipe II, so­brio y exacto; a don Sebastián de Portugal, bellísimo; al Mudo, «pintor famosísimo», uno de los más ingeniosos; y a la Falsirene, de sabor picaresco. Las Rimas sacras, «Primera parte» (la segunda no apareció nunca), contienen cien sonetos, diez glo­sas, dos composiciones en octava rima, vein­tiocho romances, once canciones, cuatro composiciones en tercetos, dos idilios y dos villancicos, todos, naturalmente, de tema religioso. En este conjunto de elevada poe­sía, más mística que ascética, y que coloca al autor en primera fila entre los cultiva­dores de este género literario, deben señalarse las siguientes composiciones: entre los «Cien sonetos» — algunos de ellos justa­mente célebres —, figuran aquellos dedica­dos al arrepentimiento del poeta (1), como prefacio a los demás, de carácter dramáti­co; al Señor, en forma de plegaria (14 y 15), en los que se encuentran los más hermosos tercetos que cierran un soneto, nacidos de la pluma religiosa de Lope; a la ingra­titud humana y a la amistad divina (18), de profundísima poesía; a un cráneo es­pléndido (43), perfecto, de la más refinada sensibilidad poética; a la brevedad de la vida (72), con un último terceto difícilmente superable y muchos otros que, escritos con la técnica magistral de los sonetos profa­nos de las otras Rimas, presentan como aquéllos verdaderos modelos arquitectónicos (así los 2, 7, 50, 89, y otros ya citados) y un verdadero tesoro de imágenes y metá­foras en las cuales la poesía renacentista se adorna con la opulencia del Barroco.

Los «Romances», dedicados a los diferentes «pasos» de la Pasión del Señor, están llenos de expresiones conceptistas de la más alta calidad y acusan un fuerte realismo, que les imprime profunda emoción («A la Corona», «A Cristo en la cruz») y llega, en algunos casos, a audaces expresiones plenamente naturalistas, «Al levantarle en la cruz», que es de lo mejor de Lope, lleno de vida como un grupo escultórico de Gregorio Hernández, sin dejar en ningún momento de presentársenos con las características más puras de la poesía tradicional caste­llana. Excelentes poesías en octavas son: «Las lágrimas de la Magdalena», con evi­dente influjo de Tansillo y descripciones delicadísimas, y la canción rigurosamente renacentista «Al Santísimo Sacramento», que tiene pasajes magníficos. «Revelacio­nes», sobre la Pasión, tiene un interés más autobiográfico que poético, aunque entre sus octavas encontremos algunas de primerísima calidad. La composición «A la muerte de Carlos Félix», hijo del poeta y de su segunda esposa Juana de Guardo, más que una canción, como la llama el autor, es una amarga elegía, a pesar de su forma de expresión no exenta de ter­nura y de abundantes recursos literarios.

Son también notables algunos tercetos en los cuales Lope traduce en verso un ser­món escuchado en la catedral de Toledo, del cardenal Sandoval y Rojas, que ordenó de sacerdote al poeta, y una hermosa ele­gía «A la muerte del Padre Gregorio de Valmaseda», cuyos tristes acentos tienen gran dignidad literaria. Las Rimas sacras fueron escritas en su mayoría durante los momentos cruciales de la vida de Lope de Vega — cuando el fervor místico vencía mo­mentáneamente la pasión humana en su alma ardiente y sincera—, y en ellas se exalta la fe, aparece un auténtico arrepen­timiento, algunas veces efímero, de manera que estas rimas alcanzan acentos conmo­vedores de bella y profunda religiosidad, a la cual el artista ofreció con su corazón de creyente todo su genio poético y todo su mundo profano «vuelto a lo divino» — como los grandes místicos de la Contra­rreforma—. Las Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos contie­nen en la primera parte 161 sonetos, a los que se debe añadir otro de los «Prelimina­res», que Lope firma con su pseudónimo «el Conde Claros»; en la segunda parte encon­tramos dos canciones, un soneto, dos com­posiciones en espinelas, una glosa, el poema La Gatomaquia (v.); la tercera parte del libro está constituida por las Rimas divinas que contienen dos églogas, un villancico, un soneto, dos composiciones en espinelas, dos glosas y tres romances. Lope usó a menudo el pseudónimo «Tomé de Burguillos» con el fin de burlarse bonachonamente de su propia creación literaria, caricaturizándola con trazos simpáticos, adelantándose así a los que lo pudieran hacer con mala intención.

Son, pues, estas Rimas humanas y divinas, exceptuando aquellos casos en los que el autor advierte que habla «en seso», como la antítesis de los dos libros descritos anteriormente, como una leve burla de lo que allí trata, sin que esto impida que «Tomé de Burguillos» escriba poesías dignas del mejor Lope y que la técnica del poeta no decaiga ni un momento al componer es­tas obras llenas de gracia y de agudeza, casi haciendo una mueca picaresca a la solem­nidad renacentista. Entre los sonetos, son famosos los que forman la serie dedicada a Juana o Juanilla (2, 3, 7, 16, 17, 19, 21, 22, 30, 40, 53, 69, 75, 86, 98, 100, 126, 146, 148, 151, 157), no identificada todavía entre los amores de Lope; estas composiciones son de época muy anterior a la aparición del libro. Merecen mención especial los sonetos dedicados «A la muerte de una dama» — qui­zá Micaela de Luján—, lleno de delicada nostalgia; «Quéjesele una dama de un bo­fetón que le había dado su galán» (67), re­flejo increíble e ingeniosísimo de un suceso real de los amores de Lope con Elena Oso- rio; «La pulga» (97), celebérrimo y lleno de vigor; «Al retrato de una dama después de muerta» (149) (Isabel de Urbina, pri­mera esposa del poeta); «Al Manzanares» (121, 155), muy amenos. Bella y vigorosa es la letrilla «Hoy cumple trece y merece», dedicada a Antonia Clara, la hija más que­rida del Fénix. Entre las Rimas divinas que forman la segunda parte del libro, des­tacan las dos églogas pastoriles y el villan­cico dedicado «Al Nacimiento de Nuestro Señor», que tiene a veces calidad de ba­llet, y en el cual la poesía religiosa de Lope adquiere un garbo extraordinario por su tono popular, como en los belenes de la época, dando un encanto especial a estas composiciones que son las mejores y más típicas de su género.

La «Égloga I», diálogo en romance entre pastores que imitan gra­ciosamente el lenguaje popular más o me­nos convencional, con imágenes y metáfo­ras de encantadora ingenuidad. La «Églo­ga II» — «De los mismos pastores» —, se­mejante en todo a la primera, viene a ser, por una parte, su continuación, pero la su­pera, por otra, en el aspecto de la inge­nuidad popular con detalles llenos de gracia y agudeza. El «Villancico», en idéntico tono, tiene un estribillo popular al final de cada estrofa, de modo que sabe adaptar la estan­cia a la italiana con la poesía española con éxito total. Las poesías que siguen poseen un encanto semejante al de las que acaba­mos de citar por su vivacidad popular, como las dedicadas «Al Santo Niño de la Cruz» y «A la dichosa muerte de Sor Inés del Espíritu Santo», donde el verso breve por su sentimiento simple y tradicional consigue efectos insospechados de expre­sión literaria. Finalmente Lope designó tam­bién con el nombre de rimas el conjunto de diferentes composiciones incluidas en al­gunos de sus libros no dramáticos, con el fin de completar el volumen. La Filomena, con otras diversas rimas, prosas y versos (Madrid, 1621) y Laurel de Apolo con otras rimas (Madrid, 1630).

En resumen: gran parte de la producción lírica de Lope de Vega, en sus múltiples aspectos, se halla contenida en los tres libros precedentes, en los que aparece destacado, independien­temente de su pasión erótica, el fervor re­ligioso y la ironía burlesca. En las tres ac­titudes hay algo de común: la espontánea sinceridad, la entrega de su fértil mundo interior al exterior, por toda su humanidad, sin preocupaciones de ocultar o disimular nada; y al mismo tiempo algunas caracte­rísticas literarias inconfundibles, su amplio horizonte de sensibilidad poética que le permite encontrar en todo lo que le cir­cunda un motivo para su obra y en esta dirección se orientará siempre su arte, renovándose continuamente; su grácil flexi­bilidad y su ágil desenvoltura para crear este mundo de un virtuosismo sin par y un don supremo para convertir en poesía todo cuanto toca, desde el tema más culto hasta el motivo más popular: como el fa­moso rey Midas, pero, en lugar del oro sin vida, la perdurabilidad de su trabajo poé­tico cotidiano.

J. de Entrembasaguas

Si con la aparición de Góngora no se hu­biera reducido la palabra «cultismo» a un grito de guerra, esta palabra nos podría ser­vir muy bien para caracterizar íntegra­mente la cultura intelectual de Lope de Vega.(Vossler)