Cuatro canciones son unánimemente atribuidas en los cancioneros a aquel Guido delle Colonne (siglo XIII) que nada nos impide identificar con el autor de la Historia de la destrucción de Troya, redacción en prosa latina del Román de Troye de Benoit de Sainte-Maure (v. Román de Troya).
Ciclos que aparecen una vez bajo su nombre suelen atribuirse a Mazzeo di Rico y a Jacopo da Lentini, sin que la uniformidad de estilo y de lenguaje de los rimadores de la escuela siciliana ofrezca elementos intrínsecos para la atribución a uno de dichos autores más que al otro. El delicado cancionero de Guido, que Dante cita como perfecto ejemplo del lenguaje vulgar ilustre, se moverá siempre dentro de aquel círculo estrecho de pensamiento y de situaciones que de la poesía provenzal había pasado, cristalizándose, a la otra provenzalizante; y sólo en raros casos, ante algún movimiento espontáneo y algún verso vigoroso, nos parece descubrir una fisonomía espiritual sellada por una apacible y sentenciosa reflexión. En la más razonada de sus canciones («Aunque el agua huya del fuego»), en la que para expresar el concepto de la mujer, elemento que separa el amor y el hombre, nos sugiere la prosaica imagen de la olla, que separa al agua del fuego, aparecen algunos versos certeros.
Otras dos cantan las penas del amor y destacan, en la una («Amor que de muy lejos me ha traído»), la vigorosa imagen final que representa a la mujer como la «pluma que no se hunde» ante el poeta azotado por la tempestad; en la otra («Mi vida es tan fuerte, dura y fiera»), que es la más ágil, la viva representación del amante enloquecido que se dirige en vano buscando la ayuda de los amigos. La última («Mi gran pena y el gravoso afán») es canción de alegría donde, finalmente ^satisfecho por la mujer, bendice el amante los dolores que le hicieron digno del premio y sentencia gravemente sobre las verdades que, tan sólo ahora, ha comprendido: «quien trate de amar, debe ser obediente», «nada vale el amor sin sufrimiento».
E. C. Valla