Retractaciones, San Agustín

[Retractationum libri dúo]. Autocrítica de las propias obras de San Agustín (Aurelio Agustín, 354-430). Con las Confesiones (v.) y las Epístolas (v.) constituyen el ciclo autobiográfico del autor. Fueron por él escritas en los últimos años de su vida (426-428), y más que «retracta­ciones» se trata de revisiones críticas.

«Re­visaba mis modestas obras, y si cualquier pasaje me hería o podía herir al prójimo, entonces lo condenaba, otras veces lo jus­tificaba, precisando el sentido que se podía o se debía dar» (Migne, v. Patrología griega y latina, tomo XXXIII, Epístola 224). En ella enumera sus escritos por orden cro­nológico, explicando el objeto, ocasión e idea dominante de cada uno, e intercalando ocasionalmente algunas críticas. El libro I comprende desde su conversión en el año 386 a su elevación al episcopado (hacia 395). En la obra Contra los Académicos (v.), es­crita cuando todavía era catecúmeno, censu­ra, entre otras cosas, el uso que hizo de las palabras «suerte», «acaso» u otras parecidas que parecen contradecir la idea de Provi­dencia, y el haber designado «la mente como el bien supremo del hombre», en lugar de Dios. En el Orden (v.) [del mundo], critica varias frases, como la que llama «vicio» a la admiración; y se acusa de haber dicho que «filósofos carentes de verdadera piedad brillaron gracias a la luz de sus virtudes».

En los Soliloquios (v.) y en la Inmortalidad del alma, realiza varias enmiendas: entre ellas, en el segundo, haber dicho que «el alma, separada del cuerpo, no está en este mundo»; así también, que «las almas de los muertos no están en este mundo». En Del libre albedrío (v.) se arrepiente de no haber previsto el abuso que los pelagianos harían de todos los párrafos en que ha­bla de la voluntad, sin mencionar la gra­cia divina; y hace asimismo observaciones respecto a otras obras: El Génesis, con­tra los maniqueos; La Música (v.); El Maes­tro (v.); La verdadera Religión (v.) en la que, entre otras cosas, corrige la afirmación de que «los milagros ya no se realizan hoy», citando la curación de un ciego, milagro del que él fue testigo en Milán, «junto a los cuerpos de los mártires» Gervasio y Protasio; De la utilidad de creer; Contra los maniqueos; De la fe y el símbolo; Del Génesis, exégesis literaria (v.); Del Dis­curso del Señor (en el cual refiriéndose a la extensión que debe darse a las palabras de Jesús que permiten el repudio sola­mente en caso de fornicación, desea que el lector «en materia tan importante y di­fícil» escuche a otros autores y se forme con reflexiones y cautelas su propio juicio), y sobre otras obras secundarias, especial­mente los diversos comentarios sobre las epístolas de S. Pablo.

El libro II examina las obras escritas durante su episcopado, hasta el año 426: en total, 94 obras, forman­do 232 libros. En el libro Sobre el bien del estado conyugal, afirma que si ha defendido el matrimonio ha sido porque se había caí­do en el exceso opuesto de los defensores de la virginidad, contra Joviniano (alusión probable al Contra Jovinianum, del fogoso San Jerónimo), vituperando el matrimonio. Incidentalmente nos da a conocer que Jovi­niano había alcanzado tanto éxito, en Ro­ma, con su proclamación de que el pudor conyugal tiene tanto valor como el de las santas vírgenes, que se decía que no pocas monjas, antes intachables, «se habían per­mitido contraer matrimonio, especialmente persuadidas por el argumento: ¿acaso eres tú mejor que Susana, Sara, Ana y otras mujeres del Antiguo Testamento?» És muy interesante la visión retrospectiva sobre la Ciudad de Dios (v.). Toda la obra tiene un carácter de intimidad y de candor, y es un monumento de humildad y sinceridad que, además de ser una guía para el mejor co­nocimiento del proceso ideológico del gran Doctor, ayuda a conocer las interioridades de sus obras y, sobre todo, el alma de su autor.

G. Pioli