Renacimiento y Barroco, Heinrich Wolfflin

[Renaissanee und Barock]. Obra del suizo Heinrich Wolfflin (1864-1945), publicada en Mu­nich en 1888, en la cual puede decirse que ya quedó fijado el destino espiritual de este gran discípulo de Jakob Burckhardt.

Con­cebida durante una estancia en Roma e ins­pirada en la Historia del Renacimiento [Geschichte der Renaissance, 1867] del crítico de Basilea, esta obra se propone definir la esencia del estilo barroco, que él compara con el arte del siglo XVI y sitúa casi en el mismo plano de valor que este último. Y decimos casi, y no en absoluto, porque persisten todavía en esta obra juvenil los ecos de las reticencias de Burckhardt contra el arte del siglo XVII que, por lo demás, representan un bagaje obligado de la cultura europea hasta el final del si­glo XIX. Pero precisamente a Wolfflin se debe la revisión de aquel juicio negativo impuesto por la época «ilustrada» y el de­seo por estudiarlo que obtendrá los mejo­res resultados en nuestros tiempos. Después de una breve introducción, donde se ad­vierte claramente la intención de hacer una historia del arte y no una historia de ar­tistas, según esta conocida distinción que se remonta a Winckelmann; después de ha­ber reseñado la escasa bibliografía con­temporánea sobre el asunto, Wolfflin, que divide el libro en tres partes, considera en la primera, como caracteres específicos del arte barroco, lo «pintoresco», lo «grandio­so», lo «macizo-voluminoso» y, en fin, el «movimiento», que en cierto sentido los re­sume todos.

La arquitectura barroca se le muestra como el arte del devenir, de la tensión inquieta, del triunfo de lo mudable. En ella, especialmente en las construcciones eclesiásticas, se realiza, según él, lo subli­me, el goce de lo ilimitado y de lo infinito: conclusiones éstas que no dejan de tener relación con la poética de Wagner y con la fórmula de lo «dionisíaco» de Nietzsche. En la segunda parte, la investigación se dirige a las razones de la transformación del estilo, de renacimiento a barroco, in­dicadas no sin perplejidad en el nacimien­to de un nuevo sentido de lo «corpóreo», de un nuevo modo de ser y de sentir «físico», con evidente derivación de la «Einfühlung». Wolfflin elabora fatigosamente el concepto de espíritu del tiempo, que no corresponde a ninguna situación histórica determinada, sino a un imprecisable sentimiento, matriz originaria de toda forma artística.

En la tercera parte, la evolución del estilo es seguida por el autor en lo interno de cada una de las formas estructurales (abstracta­mente consideradas): la planta, la fachada, la columna, la pilastra, la pared y, final­mente, este examen se extiende a los tipos: el palacio, la quinta, el jardín, la fuente. La terminología arquitectónica está vivifi­cada por una serie de observaciones imprevistas; el análisis que efectúa de algunos de los grandes monumentos arquitectónicos pone de relieve el excepcional temperamen­to de este crítico y su penetrante capacidad de «lectura» de los textos figurativos. De aquí se originan los esquemas o conceptos de lo pintoresco, que ejercerán una des­tacada y continua influencia en la historio­grafía futura.

S. S. Ludovici