Comedia en cinco actos estrenada en 1872. Mrs. Eva, millonaria americana, que conoció al príncipe de Mónaco en Nápoles, ha reanudado con él su antigua amistad y se convierte, en la corte de Mónaco, en la ninfa Egeria del príncipe y la amiga predilecta de su hija. Entre tanto, Rabagas, abogado fracasado, orador populachero, charlatán, aventurero y embarullador, intenta provocar una insurrección en el tranquilo estado de Mónaco, y en una taberna, en las proximidades del palacio real, arenga con violencia a un grupo de prosélitos de buena voluntad. Estos intentos, alimentados con violencias y calumnias, publicadas en un periodicucho en el que Rabagas desahoga su elocuencia, amenazan con proporcionar algunas dificultades al gobierno del príncipe. Mrs. Eva, de acuerdo con el príncipe, invita a Rabagas a la Corte, cultiva su ambición y, preparando su ascensión al poder, lo desarma, hasta el punto de que cuando Rabagas llega a ser ministro se convierte en el más feroz de los reaccionarios. El sistema policiaco que pone en práctica contra sus antiguos compañeros se hace odioso y enciende la cólera de éstos, pero él no se preocupa por ello, convencido más que nunca de su habilidad, y toma por triunfo político lo que sólo es una estratagema para ponerlo fuera de combate. Para afianzar su situación, Rabagas querría también servirse de un pequeño secreto. Pero la intriga amorosa que ha descubierto no tiene nada que ver con Mrs. Eva, según él creía, sino que se trata de un amor honesto, preludio del matrimonio entre un oficial y la hija del príncipe. Así es que Rabagas se ve obligado a pedir su dimisión e internarse en Francia, en tanto que la comedia concluye con una doble boda: porque el príncipe se casa con Mrs. Eva. La obra, si bien carece de la profundidad de otras clásicas sátiras políticas, está muy bien lograda, gracias a la vehemente y briosa parodia de la retórica revolucionaria. La subida al poder de Rabagas, su transformación, sus poco gloriosas gestas ministeriales, están presentadas caricaturescamente y no sin gracia. En el protagonista se ha querido ver, sin motivo, un retrato de Gambetta.
M. Ferrigni
Gran constructor, pero no gran creador, el heredero de Scribe no es más que un heredero; y, para su único consuelo, un heredero sin sucesores. (Thibaudet)