[Proverbia quae dicuntur super natura feminarum o Castigabricón]. Breve poema, al parecer incompleto, de un autor lombardo desconocido del siglo XII (son hipotéticas las atribuciones a Gherardo Patecchio y a Uguccione da Lodi), en versos alejandrinos reunidos en ciento ochenta y nueve estrofas tetrásticas monorrimas, frecuentemente asonantes. Es un libelo contra las mujeres, de un rimador laico, que se dice ya viejo, pero no por ello retirado del trato con ellas; podría creerse que una penosa experiencia de hombre desdeñado no ha dejado de influir en el tono de rencor que presenta en cierto punto la obstinada y ruda lección moralista (la mujer graciosa y bella — comenta — podría tener por amantes hombres valientes y, por el contrario, prefiere un «necio tiñoso»).
La sátira antifeminista no es un tema poco frecuente en la literatura medieval, y está emparentada con las sátiras contra la Iglesia y contra los villanos (v. Dicho de los villanos); pero la de este anónimo, por el arcaísmo de su lengua, por ciertas referencias escandalosas señaladas con complacencia, por su violencia y su gusto totalmente profano de la predicación, es un ejemplar notabilísimo. El autor declara querer decir la verdad sobre el carácter de las mujeres, para poner en guardia a los hombres, y desarrolla en límpidas rimas todo lo que sabe por experiencia y por estudio, todo lo que le preocupa de día y de noche, y el pensamiento que le afligió un día de marzo cuando estaba descansando en un jardín perfumado junto a una fuente; es decir, que el engaño, la malicia y toda clase de maldades son innatas en el corazón de la mujer, y todas las mujeres han engañado a los hombres, desde Eva, a través del mundo de las leyendas, de los poemas, llegando al de la historia, hasta la reina de Francia Leonor de Poitou, hasta la emperatriz Adela, primera mujer de Barbarroja, hasta la alta marquesa de Monferrato, hasta la reina de Sicilia Margarita, hasta la emperatriz de Grecia.
A esta enumeración de mujeres ávidas, falsas y astutas no escapan ni las doncellas, ni las casadas, ni las religiosas; es como una ley fatal por naturaleza: «No sacarás higos de los abrojos, ni de espinas uvas». Esta requisitoria no es completamente original, tanto por lo que respecta al tema, como a su desarrollo; el propio autor confiesa sus fuentes y además conocemos otro texto sobre el cual se ha basado con mayor o menor fidelidad, el poema francés Chastiemusart, cuyo título, traducido por el anónimo lombardo por Castigabricón («castiga- loco»), es posiblemente el título que corresponde a estos proverbia.
F. Antonicelli