Discurso de Lisias (440-378 a. de C.), entre los más conocidos y apreciados. La poca importancia de la causa a que el discurso se refiere es compensada por su magnífico arte, y éste, lo que más importa, es característicamente lisiano.
El orador sabe crear con rara finura un cuadro de viva realidad: es la representación fielmente burguesa del demandante (el cual leyó en persona su defensa) lo que nos conmueve; aquella hombría tan urbanamente ateniense y aquella inteligente ingenuidad, espontánea, rica en agudeza de espíritu y alusiones; aquel inválido tan original, a quien todo Atenas sin duda conocía, lleno de viveza y bondad ingeniosa, y al cual un obtuso acusador quería que el Estado le retirase el subsidio, acusa a su vez a aquel mundo de desocupados y chismosos que por las plazas y las calles se meten en las cosas de los demás con la pretensión de salvar al Estado y que se arrogan derechos de pública gratitud con servil presunción de lacayos.
Lisias se complace en describir la vida de su cliente, y su carácter con benévola ironía burguesa, haciendo demostración, más que de habilidad jurídica (la causa, en efecto, es jurídicamente inexistente), de aquel humorismo urbano, culto, tan grato a quien lo usaba, como agradecido por quien lo escuchaba. Un discurso elegante, en suma, sobre una causa interesante de la cual el logógrafo esperaba más fama como artista que como jurista, seguro de ser agradable al público al cual ofrecía un discurso en que todas sus dotes propias y características adquirían el mayor relieve.
I. Cazzaniga
Lisias… es sutil, elegante y perfecto más que otro alguno, si al orador le basta con instruir; en él, en efecto, no hay nada inútil, nada afectado, pero se asemeja más a una fuente que a un gran río. (Quintiliano)