Poesías, Wolfgang Goethe

[Gedichte]. La pri­mera recopilación completa de las poesías de Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) lleva la fecha de 1815. El mismo Goethe cuidó su publicación, recogiendo las poe­sías aparecidas en los diversos almanaques y revistas y algunas publicadas anterior­mente en recopilaciones de 1789 y 1806.

Esta edición es casi similar a la última de 1827, excepto alguna añadidura. El volumen comprende: Canciones, las Poesías de so­ciedad, las Baladas, las Elegías, los Epigra­mas, los Oráculos de Bakis, Las cuatro estaciones, los Sonetos, las Cantatas, Poe­sías diversas (v. todas estas voces), Poesías sacadas de Guillermo Meister, las poesías dedicadas A varias personas (v.), las sobre el Arte (v.), las Parábolas (v.), Dios, senti­miento y mundo (v.), los Proverbios (v.), las Aproximándose a la forma antigua (v.), los Epigramas (v.), Lírica (v.), Logia (v.), Dios y mundo (v.), las Traducciones, las Xenias (v.-), Inscripciones, recuerdos y misivas (v.). Sirve de introducción al mencionado volu­men una poesía titulada «Dedicatoria» [«Zueignung»], ya aparecida en una edición de 1789.

Es una composición en la que Goethe poetiza sus ideas sobre lo que él entiende por poesía: de las nieblas matutinas surge el sol y en su esplendor, sobre una nube de fuego, aparece la figura de una mujer bellísima, la Verdad, que empieza a dialogar con el poeta mientras en torno con­tinúa el juego de luz que cada vez disuelve más las nubes, hasta que el poeta recibe de manos de la clara y esplendente Verdad el velo «tejido de vapores matutinos y de claridad solar» de la Poesía. Verdad, reali­dad o claridad de vida es, pues, el tema de toda la poesía de Goethe, y por ello ad­quiere especial importancia en el análisis de ésta el elemento biográfico.

Data de 1765 la primera poesía, el «Viaje de Jesu­cristo a los Infiernos». Las posteriores poesías juveniles publicadas en las Canciones (v.) acusan la influencia de Gellert y Klopstock y resultan premiosas en su métrica ana­creóntica y en sus motivos convencionales; pero en algunas de ellas, como: «A la luna», «La mariposa», «Canto nupcial», «La noche», se transparenta ya un nuevo modo de poetizar. La sensación se hace ritmo inmediato sin pasar a través del concepto ni a través del sentimiento. Después de 1770 la lírica se anima, se vuelve cálida, se sume en las primeras pasiones amorosas.

Dos nombres caracterizan este período de la vida del joven Goethe y no pueden sepa­rarse: Friederike Brion y Herder. Por obra de Herder, Goethe ve ahora «la poesía bajo un nuevo aspecto»; la hebraica y homérica bajo nuevas luces, como «documentos an­tiguos que testimonian que la poesía es un don universal y popular». Siente ahora la naturaleza como voz divina que habla en la intimidad del corazón, del que el poeta saca el motivo de su canto. Y sólo en esta atmósfera puede nacer, lozana y espontá­nea, en tono popular, la poesía amorosa en torno a Friederike Brion (v. Canciones). Libre de la galantería y de lo idílico, ex­presa ahora un estado de ánimo de alegre plenitud vital en armonía con la gran natu­raleza divina: así en «Bienvenida y des­pido» y en «Canto de mayo».

Por influencia de Herder el horizonte va ampliándose y Goethe palpita con extraordinario aliento en la amplitud de la visión histórica. La poesía se convierte para él en voz del pueblo, voz de la humanidad y de sus aventuras. De este juego de limitación humana y de anhe­los infinitos nace el dramático titanismo goethiano que, al encontrarse con el caó­tico movimiento del «Sturm und Drang» (v.), en el que Goethe parece participar, es en él «voluntad de forma» o, mejor dicho, de crear la «propia forma» por encima de toda convención o ley externa. Son de este período (1774-1775) el Prometeo (v.), el «Canto de Mahoma», «El auriga Cronos», «Nuevo amor, nueva vida» y también «Ganimedes», aunque sea de fecha posterior (v. Poesías diversas).

En 1775, con su resi­dencia en la ciudad de Weimar y el amor por Lili Schónemann, este ímpetu lírico tien­de a frenarse. Goethe intuye el valor de la gracia y de la vida sociable en las poesías dedicadas a Lili (v. Poesías diversas), se entretiene con motivos ligeros, con tonos delicados de pastel, con palabras tímidas de leves contornos. Lili en la poesía de Goethe ha significado la contención, el fre­no, la medida. Pero Goethe se separa ya y sonríe ante aquel mundo fútil. Los años que van de 1775 a 1888 y preludian el viaje a Italia son particularmente fecundos. La se­renidad inteligente de otra mujer, que mar­cará un surco profundo en su vida, Char­lotte von Stein, aun en el tormento del dua­lismo fáustico — que se hace consciente en Goethe—, colabora a hacer que en él surja el Olímpico.

Empieza a distanciarse de la naturaleza, que se convierte únicamente en atmósfera del hombre, quien asciende a ordenador del cosmos. En la poesía «A la luna» el paisaje sigue siendo centro de la inspiración, pero ya, por decirlo así, «des­naturalizado», encantado por el poeta, y en el «Viaje al Harz» expresa solamente su estado de ánimo y en «Ilmenau» está domi­nado y plasmado por el hombre, que ahora no sólo forma el mundo externo sino incluso se forma a sí mismo y su modo de expresión. De las poesías de los Años de aprendizaje de Wilhelm Meister (v.), en contraposi­ción con la antecedente, por decirlo así, natural, nace la «poesía de arte» de Goethe, con la que se hace consciente de su propio ser de poeta. También la «Dedicatoria» per­tenece a este período y lo expresa.

Con el viaje a Italia (1788-1790) Goethe se en­cuentra definitivamente en el mundo clásico ya presentido en los años anteriores: y todo anhelo se extingue en la realidad limitada, en la forma perfecta. «El ojo ve inmediata y plásticamente lo que la mano toca». Cristiana, la mujer de los sentidos y del límite, se convierte en centro de esta nue­va sensibilidad pagana que se agota en el goce. El poeta no continúa ya intentando detener lo eterno en el instante, sino que se extiende en el tiempo: y de la poesía aislada pasa a la cíclica (v. Elegías roma­nas, Epigramas venecianos, Diván occidental-oriental, etc.). En 1790 Goethe escribe a Herder que «la vena de las elegías está ya completamente agotada» y el estudio de los clásicos le lleva hacia el epigrama (v. Epigramas).

De la sensación eufórica pasa al amargo pesimismo, debido en parte al vendaval de la Revolución francesa y en parte a los primeros contactos reanudados en Weimar con un mundo convencional y hostil, debido a las relaciones que había estrechado con Cristiana Vulpius. La sátira se . hace punzante y personal en las Xenias  (v.). En 1794, con la amistad de Schiller, que dura hasta su muerte en 1805, la poesía de Goethe se vivifica y hace más reflexiva; de estos años son las Baladas (v.) y algunas Poesías de sociedad (v.). Con el 1805 ter­mina el período de madurez de Goethe. En Goethe anciano, domina la razón. Es siem­pre el mismo ojo el que ve, pero «en el joven era el órgano que capta y recibe la impresión, en el maduro el que forma sim­bólicamente, y en el viejo el que ordena y precisa».

Entre tanto y desde hacía algún tiempo iba difundiéndose en alemania la literatura oriental, que encanta a Goethe hasta el punto de hacerle confesar en 1815 que ante una «aparición tan poderosa», tuvo que «asumir un comportamiento volunta­riamente productivo, con el cual resistir a la seducción, y no agotarse en el vano disfrute». El fruto fue el Diván occidental- oriental (v.), donde no se encuentra una visión, sino una interpretación del mundo: la mujer amada, Mariana de Willemer, en Zuleica, coloreada imagen, se aclara con la contienda intelectual. En las poesías del úl­timo período, de argumento filosófico: Dios y mundo, Dios, sentimiento y mundo (v.) se apaga la imagen viva que vuelve a reful­gir en la última poesía amorosa, en la «Ele­gía de Marienbad» (v. Trilogía de la pasión). Goethe ensayó todos los metros posibles, desde el clásico al libre, del alemán de Hans Sachs al terceto dantesco y al soneto; pero la técnica del verso no le interesó en especial; ya nacía fundido por su fantasía conmovida.

El lirismo de Goethe no es ni sentimentalmente subjetivo, ni realística­mente objetivo, sino encarnación; funda la poesía personal, humana en toda la exten­sión del término. Para Goethe no existe una poesía abstracta, sino únicamente la que el hombre-poeta crea en cuanto le infunde vida. En cuanto a su misión de poeta, Goe­the advirtió siempre su necesidad de comu­nicación espiritual con el mundo, y expresó esta solidaridad humana en muchas de sus poesías, pero más claramente en los últimos versos del «Testamento» (v. Dios y mundo). Y cualquiera que se enfrente con dicha inmensidad encuentra algo de sí mismo en el elemento profunda y religiosamente hu­mano que es a un tiempo poesía divina y vida universal. [Trad. española de Rafael Cansinos Assens en Obras completas, tomo I (Madrid, 1950)].

G. F. Ajroldi

La poesía puramente poética de Goethe es la poesía más perfecta de la poesía. (F. Schlegel)

La poesía de Goethe no es bastante con­vincente. (Wordsworth)

Goethe es un espíritu universal y quizás el mayor genio poético en el género vago que esboza sin perfeccionar. (Constant)

Se dice «Goethe» como se dice «Orfeo», y su nombre inmediatamente genera e impone a nuestro espíritu una figura prodi­giosa, un monstruo de extensión y de fuerza creadora, un monstruo de vitalidad, de mo­vilidad y de serenidad. (Valéry)