Las poesías de Sebastiano Satta (1859-1914), el cual es considerado en Cerdeña, su tierra, como el poeta por antonomasia, están recogidas en tres volúmenes: Cantos rebeldes [Canti ribelli, 1893], Cantos barbaricinos [Canti barbaricini, 1910], llamados así en cuanto «son acordes nacidos en Barbagia de Cerdeña y aunque no celebran caracteres y formas de aquella tierra ruda y antigua, barbaricinos son por su alma y barbaricinas son sus formas y maneras de ser», y Canti del salto e della tanca, publicados póstumos en 1924.
Para inteligencia de quien no lo supiera, tomamos de las propias notas del autor que «tanca» quiere decir «campiña inculta rodeada de seto o barrera de piedras, donde pacen los rebaños de nómadas y el ganado mayor» y que «salto no es el ‘saltus’ de los latinos, sino que expresa la extensión de muchas tancas y pastos de ovejas». Estas poesías, que a veces se adaptan a los ritmos de los sirventesios o de los cantos populares, siguen también de buen grado modos carduccianos («A salutarmi i morti/ verran stanotte e qui vorran cenar» o pascolianos («Squillò un vario nitrito di cavalli, /un ambiar gaio, un fremito sonoro…»); pero en conjunto se proponen ser espejo de un -concepto solemne e icástico del arte poética, y proporcionan paisajes de raro vigor, imponentes y precisos. Véase en la poesía «SuirOrtobene» : «L’ombra di un volo e un grido di rapina/L’aquila.
Con un dondolio lento/Si rimescola il branco sonnolento:/L’ombra dilegua in seno al mezzodì»; o bien en «La capanna» («La cabaña»): «Poi nell’ombra un nitrito! Ché già grande,/Tra mormorii di rivoli e di fronde,/s’alza la luna a benedire i monti». Los temas de esta poesía son expresión de un espíritu vigoroso, inclinado a ideas humanitarias y sociales, y dotado, además, en los momentos de crisis, de un valor aparentemente blasfemo, en el cual se apoya, sin embargo, el sentimiento de una implícita desesperada religiosidad.
R. Franchi
No basta decir que Satto es todo él sardo; es menester añadir que hace gala de esta cualidad suya. (P. Pancrazi)