La obra poética del escritor español Pedro Salinas (1892-1951) se publicó bajo los siguientes títulos: Presagios (Madrid, 1923), Seguro azar (Madrid, 1929), Fábula y signo (Madrid, 1931), Amor en vilo (Madrid, 1933; anticipada selección del libro siguiente), La voz a ti debida (Madrid, 1934), Razón de amor (Madrid, 1936), Error de cálculo (Méjico, 1938; incluido más tarde en Todo más claro), Poesía junta (Buenos Aires, 1942; edición de su poesía completa excepto Error de cálculo), El contemplado (México 1946), Todo más claro (Buenos Aires, 1949), Poemas escogidos (Buenos Aires, 1953; selección y prólogo de Jorge Guillén),- Confianza (póstumo, 1954), Poesías completas (Madrid, 1955; edición preparada, como la anterior, por Juan Manchal), Volverse sombra y otros poemas (Milán, 1957; ed. preparada por Juan Marichal, que constituye un anticipo del libro inédito Largo lamento).
Hay un orden de poesía que deriva, más que de la totalidad del poema, de la autonomía de sus términos, de sus metáforas, de sus versos. Podemos aislar cada uno de ellos del conjunto sin que ninguno pierda su eficacia. Pero hay otro orden de poesía en que la unidad irreductible es el mismo poema: cada uno de sus elementos tiene no un valor en sí, sino un valor en función del contexto. Todo elemento, por más insignificante que sea, está subordinado a la arquitectura total del poema, dentro del cual, y sólo para el cual, se realiza. Aislar un elemento implicaría, si no perderlo, sí el riesgo de perderlo.
Pedro Salinas pertenece a este segundo grupo. Por ello, conjuntos de poemas, inicialmente autónomos, se organizan en unidades superiores— por ejemplo, La voz a ti debida—; la base de su poesía es estrictamente intelectual (Leo Spitzer ha hecho notar que las exclamaciones en Salinas siempre tienen una base, no emotiva, como en Juan Ramón Jiménez — «¡Alas, alas, alas!» —, sino intelectual: «¡Amor, amor, catástrofe!»); los versos se encabalgan aparentemente de una manera arbitraria, pero en realidad traduciendo una unidad interior de pensamiento y ritmo que obliga al rompimiento del sintagma, etc. Salinas, como todos los autores jóvenes de su tiempo, comienza a escribir bajo la influencia de Juan Ramón Jiménez. En efecto, en la última época del gran poeta andaluz aparece ya el empleo particular de «desnudo», «vertical», «aquella tú», la inclinación hacia las palabras y giros negativos («nada», «nadie»), las palabras leit-motifs, etc., que son propias de la obra de Salinas. Ahora bien, los orígenes simbolistas de su poesía la separan radicalmente de la de nuestro autor. «Lo vago, lo vaporoso, lo sin contorno — ha escrito Leo Spitzer — ceden en Salinas al relieve bien definido».
Y más adelante añade que la poesía de Salinas «no sugiere solamente, sino que explica también; prefiere a las asociaciones y metáforas, las comparaciones de dos miembros en un paralelismo cuidadoso, meticuloso. Los fenómenos mentales que el poeta evoca están netamente circunscritos y, ante todo, firmemente localizados». Salinas parte de los elementos que le proporciona la realidad (es significativo que uno de sus libros, Reality and the poet in Spanish Poetry, que constituye una ceñida historia de la literatura castellana, esté organizado en torno a la dualidad «realidad»- «poeta»). Pero detrás de ella, ya en la misma esquina, Salinas descubre un mundo estrictamente lírico, abrileño, incontaminado. Aquella realidad inicial ha quedado, desde el mismo instante en que el poeta se la hace suya, libre de su superficie cambiante y circunstancial, reducida a pura categoría lírica. Salinas definió la poesía como «una aventura hacia lo absoluto».
Y entre lo real y lo absoluto se da, llena, «redonda» — como diría el poeta —, su lírica. De ahí el deseo de ir más allá de lo concreto, de desnudarse de sus límites y relieves, de ahincarse en el pronombre: «Para vivir no quiero/islas, palacios, torres./¡Qué alegría más alta/vivir en los pronombres ¡/Quítate ya los trajes,/las señas, los retratos;/yo no te quiero así,/disfrazada de otra,/hija siempre de algo./Te quiero pura, libre,/irreductible: tú». El mundo es un caos que se organiza en unidad gracias a un imperativo interior, que traduce una intención determinada: «todo es adrede,/el mundo algo quiere». De ahí que una de sus técnicas expresivas más habituales sea la que Spitzer llamó de las «enumeraciones caóticas»: «¡Si me llamaras, sí,/si me llamaras !/Lo dejaría todo,/todo lo tiraría :/los precios, los catálogos,/el azul del océano en los mapas,/los días y sus noches,/los telegramas viejos/y un amor ./Tú, que no eres mi amor, /¡si me llamaras!».
Salinas mezcla, en sus prodigiosas acumulaciones, los objetos más característicos de la tradición poética con los pertenecientes a la más moderna técnica: «trenes» – «gacelas», «minas» – «motores», «telegramas», «catálogos» – «azul del océano», «un amor», «plumas» – «máquinas», con lo que su vocabulario poético se enriquece con insospechados matices: «Sirenas de los cielos/aún chorreando estrellas,/tiernas muchachas lánguidas/que salen de automóviles /me llaman». Tal vez el «Nocturno de los avisos» es el poema que da la medida más exacta de esta realidad inmediata, vulgar, sin tradición poética (calles rectilíneas, sin término final aparente, con imposición única de paralelas y números, que van iluminándose con centelleantes avisos: «¡Lucky Strike, Lucky Strike!», «¡Dientes blancos, cuidad los dientes blancos!», «Coca Cola. La pausa que refresca»), que va despersonalizándose, desvistiéndose de sus límites, hasta ofrecérsenos en su esencialidad más radical.
El mismo Salinas nos indica explícitamente el proceso: «White Horse. Caballo Blanco. ¿Whisky? No./Sublimación, Pegaso». Por ello no nos sorprenderá que uno de sus últimos poemas reduzca a simple tema lírico, purificado de todo motivo narrativo, la universal catástrofe que representa una gota de lluvia salvada por una hoja — siempre que el mundo se quede quieto, inmóvil—, cuando la tierra «está tan cerca, a tres palmos,/ávida esperando». Hemos dicho más arriba que un imperativo interior ordenaba el caos del mundo de la realidad circundante, inmediata y vulgar. Este imperativo interno es el amor. «Yo te quiero, yo soy», dice Salinas corrigiendo el «Cogito, ergo sum». El amor da sentido al cosmos, que no es más que la escenografía dentro de la que se da la realidad total del poeta. Realidad total: porque el amor del poeta no es un amor vago, inconcreto, sino un amor dirigido a un ser real — o soñado, pero no menos real para el poeta —, corpóreo: «Esta corporeidad mortal y rosa/donde el amor inventa su infinito».
De ahí que la totalidad de elementos incluidos en la realidad de la amada — teléfonos, calendarios, relojes, etc. — participe también de su transmutación lírica, de su reducción a términos absolutos: «¡Que cruce en tu muñeca/del tiempo contra el tiempo!/Reló, frío, enroscado,/acechador, espera/el paso de tu sangre/en el pulso». Estos elementos de la realidad serán — como el teléfono, y no el avecilla de la tradición — los que aproximen el poeta a la amada: «Estabas muy cerca. Sólo/nos separaban diez ríos,/tres idiomas, dos fronteras :/cuatro días de ti a mí./Pero tú te me acercabas/— circos azules del aire —/con el tonelete blanco,/en la mano el balancín,/sonriente en el alambre». También la amada — como los distintos elementos del mundo real — es buscada más allá de sus límites, en su misma esencialidad perdurable: «Afán /por irse dejando atrás/anécdotas, vestidos, caricias,/de llegar/atravesando todo/lo que en ti cambia/ a lo desnudo y perdurable». En los últimos años, nuestro poeta amplió el ámbito de sus temas y preocupaciones, convirtiendo el tú de la amada en el tú del prójimo humano en general; es decir, abrió su «amor humano», de la amada a la totalidad de los hombres.
El verso de Salinas es geométricamente exacto, conciso hasta el esquema — Spitzer calificó su obra de «conceptismo interior» —. «Sus metros cortos — ha escrito Julián Marías —, por lo general combinados en el mismo poema, con un repertorio muy flexible de asonancias, incluyen siempre una componente rítmica; pero sus elementos sólo son secundarios, destinados a subrayar y acentuar otro ritmo, que es el decisivo: el ritmo interno de las metáforas y de la ideación». J. Molas
La poesía de Salinas es eso: un mundo profundamente acompañado por un alma. (J. Guillén)
Su corazón fue entender, y presenciar, y esfumarse. (V. Aleixandre)
Salinas es un poeta, y quizá no es más que eso: un gran poeta. Es un poeta que ha vivido mucho, en la vida de la realidad y en la realidad del mundo de los libros, que ha sangrado mucho por el camino de piedras, y ha volado mucho por la fantasía universal, cargado así de la más auténtica ciencia y de la más verídica experiencia. (D. Alonso)