Se ha discutido mucho la capacidad poética de Miguel de Cervantes (1547-1616), sucediéndose, a la más absoluta negativa de unos, los más apasionados elogios de otros. Lo cierto es que su obra lírica no está a la altura de su obra narrativa, ya que en ella opera con elementos no adecuados a su genio literario.
Él mismo parece reconocerlo en el tan repetido terceto del Viaje del Parnaso: «yo que siempre trabajo y me desvelo/por parecer que tengo de poeta/la gracia que no quiso darme el cielo». Con todo, Cervantes sitúa la poesía en un lugar preferente al enumerar su obra literaria completa en el Canto IV del Viaje. Aún más: un soneto es la «honra principal» de sus escritos. Cervantes sentía una verdadera vocación poética, que no le abandonó a lo largo de su vida y que exigió de su genio una constante y atenta dedicación. Procede, ya, de sus más tiernos años: «desde mis tiernos años amé el arte/dulce de la agradable poesía». La primera obra de que se tiene noticia es una contribución poética a la Historia y relación verdadera de la enfermedad, felicísimo tránsito… [de] doña Ysabel de Valoys, compuesta y ordenada por su maestro López de Hoyos y publicada en Madrid en 1569.
Su vocación fue constante y fecunda. Muchos de los poemas que compuso con personalidad propia los incluyó posteriormente en la más ancha estructura de una novela o una obra teatral (cf., por ejemplo, la inclusión de gran parte de la «Epístola a Mateo Vázquez» en la comedia Trato de Argel, v.). Concurrió a certámenes poéticos, siendo premiado en el que el convento de dominicos de Zaragoza convocó con motivo de la canonización de San Jacinto en 1595. A los 67 años de edad publicó su obra poética más ambiciosa: el Viaje del Parnaso (v.). Su novela póstuma, el Persiles (v.), contiene algunos de sus poemas más ceñidos.
Cervantes, que en su obra poética se limita a una actitud receptiva, no escapó a la influencia garcilasiana que dominaba la poesía de su tiempo. Su gran fervor por el poeta toledano culmina en el elogio que le tributa al final de su vida de escritor. En efecto, en el Persiles, cuando el protagonista llega a Toledo, se acuerda, antes que nada, de «las famosas obras del jamás alabado como se debe, poeta Garcilaso», que había «visto, leído, mirado y admirado», y exclama: «no diremos ‘Aquí dio fin a su cantar Salicio, sino aquí dio principio a su cantar…; aquí sobrepujó en sus églogas a sí mismo; aquí resonó su zampoña, a cuyo son se detuvieron las aguas deste río, no se movieron las hojas de los árboles, y parándose los vientos, dieron lugar a que la admiración de su canto fuese de lengua en lengua y de gente en gente por todas las de la tierra.
¡Oh venturosas, pues, cristalinas aguas, doradas arenas!». La poesía popular ejerce, también, una importante influencia en la obra de nuestro autor. Tal vez, para el gusto moderno, lo más logrado de ella se encuentre en esta dirección: «Por un morenico/de color verde, ¿cuál es la fogosa/que no se pierde?» Finalmente recordemos que la crítica ha puesto de relieve la influencia de Fray Luis de León y Fernando de Herrera. Como ya advirtió James Fitzmaurice-Kelly, a propósito del Viaje del Parnaso, «Cervantes, escribiendo versos, trabaja con materiales inadecuados para él». En efecto, el gran escritor no plantea el poema sobre un esquema de valores líricos, como lo hace por ejemplo Góngora, sino que lo plantea sobre un esquema de valores narrativos. De ahí que su poesía sea esencialmente discursiva. En el proceso de creación no elimina los elementos circunstanciales y accesorios, sino que insiste en ellos.
Por esto, y por la falta de agilidad en la elaboración formal del verso, el poema resulta de un movimiento lento y cansino. Las poesías de un mayor interés lírico están incluidas en las novelas y la producción teatral. El clima de La Galatea (v.) era el más propicio a la solución lírica, pero es aquel en que se hallan más versos insípidos y premiosos. Con todo, vale la pena recordar la égloga funeral a Meliso, el soneto «Si el áspero furor del mar airado» y la canción de Lauso, que empieza: «Con las rodillas en el suelo hincadas,/las manos en humilde modo puestas,/y el corazón de un justo celo lleno,/te adoro, desdén santo, en quien cifradas/están las causas…», cuya situación coincide con aquella tan peculiar de la literatura trovadoresca: «Domna, per vostr’amor/ionh las mas et ador». Es necesario destacar, también, el «Canto de Calíope», en el que Cervantes intenta una valoración, más que crítica, estimativa de la poesía de la época.
En cambio, los poemas incluidos en las restantes novelas cervantinas contienen destellos de positivo interés. De las Novelas ejemplares (v.) merecen destacarse los romances y letrillas de La gitanilla, principalmente «Gitanica que de hermosa» y «Hermosita, hermosita», así como el soneto «Cuando Preciosa el panderete toca», cuyo tema ha sido renovado modernamente por Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez. También debe destacarse la glosa que, en El celoso extremeño, hace de las coplillas: «Madre la mi madre, / guardas me ponéis/que si yo no me guardo/no me guardaréis», que desarrollan el tema de la doncella celada que ya aparece en las «jaryas» (si bien aplicado al enamorado), las cantigas de amigo gallegoportuguesas y la poesía del marqués de Santi- llana. Lo mismo ocurre con el Quijote (v.), en el que, junto a buenos versos burlescos, deben recordarse sonetos como «Yo sé que muero, y si no soy creído».
Destaquemos, también, su versión del tema del «mar de amor», que aparece ya en los trovadores Peire Vidal y Sordel de Goito: «Marinero soy de amor,/y en su piélago profundo/ navego sin esperanza/de llegar a puerto alguno». Del Persiles pueden recordarse, junto a algún soneto de alada estructura (por ejemplo el que dedica a Roma en el lib. IV, cap. III), la técnica de las octavas a la Virgen de Guadalupe. La versificación de sus obras teatrales es muy desigual. Las comedias de la segunda época contienen una mayor riqueza de elementos líricos. Destaquemos, por ejemplo, «Bailan las gitanas», las famosas coplas de la noche de San Juan («Niña, la que esperas/en reja o balcón») y «A la puerta puestos — de mis amor es,/espinas y zarzas, — se vuelven flores», del Pedro de Urdemalas (v.); la letrilla burlescosentimental «¡Tristes de las mozas/a quien trujo él tiempo,/por casas ajenas/a servir a dueños!», de La entretenida; y la breve oración «¡Virgen, que él sol más bella!» y el soneto «A Ti me vuelvo, gran Señor, que alzaste», de La gran sultana (v.).
De las poesías cervantinas no incluidas en ninguna obra narrativa o teatral, debemos destacar, en primer término, las de tipo histórico y nacional. Muchas de ellas contienen referencias personales — que no llegan nunca al hondón de lo confesional—, reflejo de una vida que ha estado «a discreción del viento». Hay algunos temas constantes, como la figura de Felipe II, «alto señor, cuya potencia/sujetas trae mil bárbaras naciones / al desabrido yugo de obediencia,/a quien los negros indios con sus dones / reconocen honesto vasallaje/ trayendo el oro acá de sus rincones». «Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla» dedicó un soneto, que dice ser la «honra principal» de sus escritos, de apretada arquitectura, de un perfecto ajuste interno de los elementos que lo integran, y en el que la gracia del narrador — dentro de una línea de desarrollo discursiva — se impone al lírico. También es notable, por su amarga intención satírica,, el soneto que dedicó a la llegada del duque de Medina a Cádiz, en julio de 1596, después de haber saqueado aquella ciudad las tropas inglesas del conde de Essex.
La muerte de Isabel de Valois, esposa de Felipe II, le dio pie para escribir una décima de alados matices: «Cuando dejaba la guerra/libre nuestro hispano suelo/con un repentino vuelo/la mejor flor de la tierra/fué trasplantada en el cielo./Y al cortarla de su rama,/el mortífero acídente/ fue tan oculto a la gente/como el que no ve la llama/hasta que quemar se siente». También es un tema grato a Cervantes la batalla de Lepanto, que recuerda en el Viaje del Parnaso y la «Epístola a Mateo Vázquez»: «Vi el formado escuadrón roto y deshecho,/y de bárbara gente y de cristiana/rojo en mil partes de Neptuno el lecho». La «Epístola a Mateo Vázquez», escrita durante su cautiverio en Argel, es notable por la riqueza de elementos autobiográficos que contiene y la altura de su acento. Pero su valor estrictamente poético es muy desigual. No consigue, en ningún momento, la carga de patetismo y angustia que la situación le ofrecía.
Para darnos cuenta del verdadero valor de la «Epístola» cervantina, recordemos de qué manera el estado de prisionero se convierte en substancia lírica en la «rotrouenge» «Ja ñus hons pris ne dirá sa reson», de Ricardo Corazón de León (escrita durante el cautiverio que sufrió en 1193 a su regreso de las Cruzadas) o el «Presoner», de Jordi de Sant Jordi (compuesto en 1423, estando prisionero del «condottiere» Sforza), que se inicia con aquellos versos tan desgarrados: «Desert d’amichs, de béns e de senyor,/en estrany loch y en stranya contrada,/luny de tot bé, fart d’enuig e tristor…» En la «Epístola a Mateo Vázquez» sólo apunta, de vez en cuando, casi en la esquina de la lánguida y monótona sucesión de tercetos, el motivo patético: «Yo, que el camino más bajo y grosero/he caminado en fría noche escura,/he dado en manos del atolladero,/ y en la esquiva prisión, amarga y dura,/ adonde agora quedo, estoy llorando / mi corta infelicíssima ventura».
Y el poema termina con este verso sencillo y hondo: «y al trabajo me llaman donde muero». Dentro de esta misma línea merecen recordarse todavía los dos poemas sobre la derrota de la Armada Invencible, concebidos en un estilo muy próximo al de Fernando de Herrera. En segundo término debemos agrupar aquellos sonetos, redondillas, etc,, que Cervantes escribió en elogio de libros de amigos suyos (Pedro de Padilla, López de Maldonado, Lope de Vega, etc.). Son poemas de circunstancias, forzados. (Recuérdese que su virtuosismo llegó a dedicar un soneto al Tratado nuevamente impreso acerca de las enfermedades de los riñones, obra del cirujano del rey y maestro en filosofía Francisco Díaz.) Su valor específico es muy relativo. En tercer término debemos recordar los romances, de tema diverso, que se le han atribuido: «Los celos», «El desdén», etc. En el Viaje nos dice Cervantes que «yo he compuesto «romances» infinitos,/y el de los Celos es aquel que estimo,/entre otros que los tengo por malditos».
J. Molas