Coleccionadas por primera vez en edición de conjunto en 1925, después de su muerte, en las «Gesammelte Werke». Ya en el primer volumen Ultra-Violett (1893) que se inspira, como dijo el mismo poeta, «en parte en cuadros de los poetas secesionistas del Glaspalast de Munich, en parte en espectáculos naturales suetos», Max Dauthendey (1867-1918) se acercó decididamente al arte de los impresionistas, definido cierta vez por R. Schaukal como «una respuesta a los estímulos de los, sentidos».
Capta, por así decirlo, leves y fugaces impresiones sobre todo cromáticas y acústicas y trata de fijarlas en palabras y ritmos particularmente intensos y evocativos. En «Reliquias» [«Reliquien»] (1897), en el «Cálendario ardiente» [«Der Brennende Kalender»] (1904), como en los «Eternos esponsales» [«Die ewige Hochzeit»] (1904), en el disgregado fragmentarismo de las impresiones externas, el poeta busca, de tarde en tarde, salvarse buceando en el propio yo. «Mis ojos están llenos de cenizas, /mis oídos han perdido el sonido./Árbol, o viento, o rocas,/ya no recuerdo vuestro lenguaje./En el cosmos sólo me oigo a mí,/ a mi yo salvaje y hambriento».
Mientras en «La tierra alada» [«Die geflügelte Erde»] (1910) Dauthendey rompe la cadencia encerrada en el verso y la estrofa, ateniéndose al «numerus» de las secuencias libres y rítmicas rimadas en el fondo (es probable que G. A. Borghese tuviese presente este modelo métrico al componer sus Poesías), en las demás composiciones el poeta, que fué llamado «cerebro visual», «homo opticus», trata paulatinamente de ampliar y profundizar su mundo. Su impresionismo primitivo, casi meramente óptico y acústico, se interioriza, quizás debido también a la sugestión de las vivas tendencias comunes a la poesía de la época (piénsese en Dehmel, en Hofmannsthal, en Schaukal, etc.), bajo la fuerza de sensaciones e imágenes eróticas. «Te adaptas dulcemente entre mis brazos;/sólo mi corazón reposa tan dulcemente en mi pecho./Huimos oscilando como el fuego/y vivimos únicamente de besos./ Algún día el sol y los astros se volverán fríos./La muerte nos habrá olvidado :/y nosotros, ancianos de mil y mil años,/todavía viviremos los besos juveniles».
Casi el mismo mundo poético revive en los demás volúmenes de este segundo período: Libro de cantinelas [Singsangbuch, 1907], Cantos surgidos del follaje [In sich versunkene Lieder im Laub, 1908] , El sueño blanco [Der weisse Schlaf, 1909], El jardincito agradable [Lusamgártlein, 1909]; pero aquí el impresionismo dé Dauthendey se hace más esencial: los diversos motivos de su poesía se unifican en el acento personal que los exalta. El poeta alcanza, algunas veces, una notable intensidad de expresión. En la poesía «Ante el espejo» [«Im Spiegelglas»] se capta con feliz intuición lírica, en la verdad del gesto externo y de la actitud interna, a una joven que levanta con la mano un espejo y hunde en sus cabellos ondulados el peine y, contemplando la propia imagen, se sume lentamente en una olvidadiza «réverie», hasta el punto de que, al fin, no sabe ella misma de dónde viene ni quién es.
Pero «luego baja la mano que sostiene el espejo, dirige silenciosamente la mirada en torno y se ruboriza como si hubiese mentido en secreto». De los datos de la realidad estimulante, el impresionismo de Dauthendey pasa cada vez más al «yo» estimulado. Después, en cierto momento de su poesía, se advierte como un cambio de registro. El romántico impulso hacia la lejanía y el exotismo se convierte en anhelo de la patria, la casa y la familia. El «Fernweh se convierte en «Heimweh». Ello ocurrió durante la primera guerra mundial, cuando, sorprendido por los acontecimientos fuera de alemania, Dauthendey se vio obligado a refugiarse en Java: la voluntaria peregrinación a través del mundo se convirtió entonces en destierro duro y obligado.
La serenidad espiritual, el alegre sentido de la vida, el invencible optimismo, se ven sustituidos por el tedio grave, la nostalgia agobiante, la tristeza desesperada. «Han pasado tres años… y no se aproxima el término.»/« ¡Ay de mí!, cómo me torturo./Un silencio mortal envuelve mi alma./Desde hace mucho tiempo no disfruto la menor alegría/y el mundo se ha puesto tan terriblemente triste./Mi corazón se sobresalta, padeciendo cada hora que pasa.»/«Cada día mi espíritu lucha con los gigantes/«Heimweh» [«nostalgia»] se llama la taciturna fuerza./La lucha no calla,/ni cuando el viento calla en los prados…/Anhelo la quietud profunda./No respiro ya la menor paz./ Sumidme en la tierra silenciosa./para que mi «Heimweh» me olvide».
En el asilo del dolor, el alma se repliega en sí misma, pero antes de sucumbir a la desesperación se eleva con ímpetu místico; y la poesía de Dauthendey se dirige hacia un nuevo motivo, el religioso: «Dios omnipotente, Tú estás más cerca de mí./Desde que me he dirigido a Ti mi dolor se hace más ligero, las arrugas de mi solicitud se suavizan./ Dios de las serenas alturas, Dios de los límpidos abismos, Tú los haces a todos bienaventurados./Que todos te invoquen». Así el ámbito de la poesía de este eterno caminante se amplía y la variedad de acentos de las poesías escritas en la edad madura compensa del impresionismo unilateral y algo programático de los años juveniles.
Esto explica que la figura de Dauthendey, que durante mucho tiempo quedó en segundo plano, haya ido ascendiendo lentamente hasta alcanzar casi la dignidad y la fama de poeta nacional, tanto que en 1930 los würzburgueses, trasladaron desde el lejano Oriente los restos de su conciudadano, y los enterraron en el Lusamgártlein, junto a la tumba de Walter von der Vogelweide; entonces Wilheim von Scholz saludó en el cantor de Tierra alada y Espectros del mundo al «verdadero hermano de Hafiz».
G. Necco