Poesías, Luis Cernuda

La obra poética del escritor andaluz Luis Cernuda (n. 1902) está contenida en los siguientes volúmenes: Perfil del aire (Málaga, 1927); Donde habite el olvido (Madrid, 1935); El joven marino (Madrid, 1936); La realidad y el deseo (Ma­drid, 1936 y México, 1940): bajo este último título incluyó Cernuda cuatro libros iné­ditos : Égloga, Elegía, Oda; Un río, un amor; Los placeres prohibidos e Invocaciones a las gracias del mundo.

Después de la gue­rra civil aparecieron Las nubes (Buenos Aires, 1943) y Como quien espera el alba (Buenos Aires, 1947). Además, ha publicado una colección de poemas en prosa titulada Ocnos (Londres, 1942 y Madrid, 1949); Tres narraciones (Buenos Aires, 1948) y Varia­ciones sobre tema meodcano (México, 1952). De Hölderlin tradujo Poemas (México, 1941) y de Shakespeare Troilo y Crésida (Madrid, 1953). El primer libro de Cernuda apareció en 1927, en pleno centenario de Góngora, cuando la famosa generación de poetas llamada de la Dictadura llegó al momento cumbre de su ímpetu, de su exigencia y de su popularidad. Perfil del aire no puede ne­gar cierto parentesco, siquiera superficial, con la poesía de Guillén.

Hay una coinci­dencia en la métrica y en la búsqueda de la delgadez, del perfil de las cosas: «Va la brisa reciente/por el espacio esbelta./Y en las hojas cantando/abre una primavera». No obstante, un alegre vitalismo de adolescente le aleja de la perfección, a veces acerada e hiriente, del Cántico (v.) guilleniano. Cer­nuda, como la mayoría de los poetas de su generación, cuajó muy pronto en una per­sonalidad casi total, que se ha mantenido prácticamente invariable en el curso ascen­dente de su obra. Escasa diferencia habrá, pues, de no ser un paso más hacia el mis­terio, entre Perfil del aire y La realidad y el deseo. Los temas iniciales son cantados en toda su gama, pero con mayor comple­jidad.

El poeta es un inadaptado, un exi­lado perpetuo, incluso cuando reside en la patria. Vive perpetuamente ausente, a «ori­llas de la realidad». De ahí que vea las cosas a distancia, que sea un contemplativo arisco: «No conozco a los hombres. Años llevo/de buscarles y huirles sin remedio». El amor, el tiempo y la tierra nativa son temas centrales en su verbo poético. En un excelente ensayo «Bécquer y el romanti­cismo español» («Cruz y Raya», núm. 26) escribió Cernuda: «Un agudo puñal de ace­rados filos, alegría y tormento, es el amor; no una almibarada queja artificiosa». El poeta adopta la característica actitud de un neorromántico, pero diferenciándose de los románticos por antonomasia (Espronceda, Rivas, Bécquer) en que, si bien el senti­miento amoroso es el mismo porque pocas innovaciones puede ofrecer, en cambio, su expresión es más calibrada, más justa, sin huera retórica, ni acaramelamiento lírico, ni tragedia con voz de falsete.

Cernuda siempre posee un riguroso dominio de su verbo. Sin embargo, el amor que exalta en su poesía es tan «sui generis» que algunos lo calificarán de dudoso y otros de prohibido (recuérdese el significativo título Los pla­ceres prohibidos), porque el joven dios y el joven marino que el poeta ensalza, lírica­mente recuerdan mucho a los bellos man­cebos griegos, predilectos de Platón y de Sócrates. Amor para Cernuda es gloria, pero también es destrucción, lo mismo que lo fuera para Aleixandre (La destrucción o el amor)—aunque para éste nunca tenga el carácter de prohibido — o para Lorca (So­netos del amor oscuro). Es un fuego devas­tador que a la postre tampoco libera. El poeta, que tiene un sentido religioso de la poesía, pretende eternizar en ella su pasión. Pero la intemporalidad que persigue es in­asequible y sólo en el olvido puede hallar un poco de reposo.

El tiempo es para él una tragedia, porque es invencible como la muerte. E impreca a Dios: «Tú que nos has hecho/para morir, ¿por qué nos infundiste/la sed de eternidad que hace al poeta?» Toda la obra de Cernuda es una elegía contenida, una búsqueda de la eternidad y una sor­presa dolorosa ante la contradicción entre la realidad y el deseo. Pero su actitud agó­nica (en sentido unamuniano) es soterraña y velada por un helenismo gélido y sereno. De ahí que Cernuda acuda, a veces, al mito como fórmula fecunda de poesía. Esta pos­tura paganizante le acerca más a Hölderlin y a Keats, también dos románticos. Pero en Cernuda bulle escondidamente la desesperación que llevan en la sangre los hijos de «La Andalucía del llanto».

La nostalgia de su tierra le acucia siempre: «Tal vez mis lentos ojos no verán más el sur»; «Tie­rra nativa, más mía cuanto más lejana»; «Blanco Cádiz de plata en el’ recuerdo». Es difícil encasillar esta poesía dentro de una escuela. Neorromántico, independiente, con brotes clásicos, recogió en el surrealismo la novedad de las imágenes y la libertad frente a la tiranía de la lógica. Cernuda es el poeta que se debate entre la felicidad y la zozobra, persiguiendo siempre el in­alcanzable ideal griego de la templanza físi­ca y mental.

A. Manent

Entre todas las voces de la poesía actual, llama y muerte en Aleixandre, ala inmen­sa en Alberti, lirio tierno en Moreno Villa, torrente andino en Pablo Neruda, voz do­méstica entrañable en Salinas, agua oscura de gruta en Guillén, ternura y llanto en Altolaguirre, por citar poetas distintos, la voz de Luis Cernuda erguida suena original, sin alambradas ni fosos para defender su turbadora sinceridad y belleza.(García Lorca)

Las poesías de Luis Cernuda hacen evo­car la figura del poeta, como la de un Béc- quer actual, errando melancólico por climas de triste melancolía. (Ricardo Gullón)