Poesías, Joan Maragall

[Poesies]. Bajo este título fue recopilada en 1912 la pro­ducción lírica del gran poeta catalán Joan Maragall i Gorina (1860-1911), cuya acti­vidad se desarrolló entre 1878 y 1911. En realidad la colección reúne diversas obras, pertenecientes a momentos sucesivos de la inspiración del poeta: Visiones y cantos [Visions i cants, 1900], Dispersas [Les Dis­perses, 1904], Más allá [Enllä, 1906], Se­cuencias [Seqüéncies, 1911], etc.

La poesía de Maragall es todo lo contrario de una poesía retórica; brota del alma del poeta en forma primitiva y directa. Para Mara­gall, poesía es sinónimo de sinceridad. Del contacto con la belleza del mundo surge en nosotros el ritmo interno y la palabra poé­tica. Esta palabra — dice Maragall — es un «divino balbuceo» y aparece en nuestra alma en forma sagrada y misteriosa como consecuencia de una impresión que se es­culpe y penetra en el espíritu. Resulta de ello que la poesía es sobre todo intensidad, y que sólo ella — la poesía — está en situa­ción de despertar con la fuerza de la misma palabra la idea suprema de lo Bello. Como se ve, el credo artístico maragalliano es fácilmente asimilable a la tendencia nacida con el prerromanticismo, que tomó fuerza y consistencia particulares en la producción de Hölderlin y de Novalis.

La poesía no es un oficio en el que vence el que está más dotado, sino una especie de suprema em­briaguez que hace del poeta un ser aban­donado a una vida distinta de la real. Esta «embriaguez» transforma la realidad que circunda al poeta y la convierte en mate­ria de poesía, de modo que la misma alma del poeta llega a ser transformada. De ahí viene la primera comprobación que hacemos al leer las Poesías de Maragall; justamente la de que el mundo y el paisaje que lo rodea, la naturaleza suave y benigna — me­diterránea — que constituye el espectáculo cotidiano a los ojos de Maragall, están im­pregnados de sentido poético y transfigu­rados Así en las primeras poesías se en­cuentra ya esa visión estática y transfiguradora del paisaje, y de un mundo tanto más trascendental cuanto más la pureza del espectáculo natural hace posible esa mística exaltación del poeta. Así — por ejemplo — en las poesías tituladas Pirenai­cas [Pirenenques] : «Ben ajagut a terra, com me plau/el veure davant meu en costa suau/ un prat ben verd sota d’un cel ben blau!» [«Echado en el suelo, i cómo me agrada/ ver ante mí en suave pendiente/un prado intensamente verde bajo un cielo intensa­mente azul!»], exclama el poeta.

Los temas de alta montaña con sus cimas vírgenes, la visión de los altos prados con rebaños bajo la niebla húmeda y nueva, los pastores soli­tarios de alma cándida, ofrecen una temá­tica muy grata al poeta, que sigue con inten­sa emoción las transformaciones del paisaje a través de las estaciones. Alguna vez su misticismo desciende y exalta a un animal inútil: «La vaca ciega» [«La vaca cegá»], famosa poesía traducida a varios idiomas, que describe al animal en su cerrada y doliente animalidad inválida («Topant de cap en una i altra scca,/avançant d’esma peí camí de l’aigua,/se’n ve la vaca tota sola. És cega» [«Dando con el testuz contra los árboles,/avanzando a tientas por el ca­mino del agua/viene la vaca solitaria. Es ciega»]).

De esta comtemplación francis­cana del humilde animal, el espectáculo de la naturaleza se eleva en Maragall a la idea de la divinidad, enunciada en una de aquellas devociones marianas frecuen­tes en la alta montaña de Cataluña: «Go­zos a la Virgen .de Nuria» [«Goigs a la Mare de Déu de Núria»], «A la Virgen de Montserrat» [«A la Mare de Déu de Mont­serrat»]. Junto a la visión de la alta mon­taña, le agrada a Maragall dulcificar el paisaje con sus poesías de tema marinero, como la visión de los rientes prados del litoral catalán, blanqueados de almendros en flor. De esta dulce contemplación del paisaje surge una de las más altas actitu­des espirituales de Maragall. Es una filosofía que comporta una ética y una estética, que el poeta formuló en su célebre composición «Canto espiritual» [«Cant espiritual»]. En esta poesía el gran poeta catalán expresa a Dios su alegría por la contemplación de las cosas terrenas.

La armonía del mundo le resulta tan completa, que el poeta se pregunta con curiosa insistencia en qué puede consistir la suprema felicidad del Cielo, si es capaz de superar la belleza del mundo: «Si el món ja és tan formós, Senyor, si es mira/amb la pau vostra a dintre de l’ull nostre,/què més ens podeu dá en una altra vida?/Perxo estic tan gelós deis ulls, i el rostre,/i el eos que m’heu donat, Senyor, i el cor/que s’hi mou sempre… i temo tant la mort!/Amb quins altres sentits me’l fareu veure/aquest cel blau damunt de les muntanyes,/i el mar immens, i el sol que pertot brilla ?/Deu-me en aquests sen­tits l’eterna pau/i no voldré més cel que aquest cel blau» [«Si el mundo es ya tan hermoso, Señor, cuando se mira/con vues­tra paz en la mirada nuestra,/¿qué más nos podéis dar en otra vida?/Por esto estoy tan celoso de mis ojos, del rostro,/y del cuerpo que me habéis dado, Señor, y del corazón/ que late en él siempre… ¡y temo tanto a la muerte!/¿Con qué nuevos sentidos me haréis ver/este cielo azul sobre las mon­tañas,/y el mar inmenso, y el sol que brilla por doquier?/Dadme en estos sentidos la eterna paz/y no querré más cielo que este azul»].

La mística audacia de nuestro poeta, acostumbrado a la luz mediterránea y a su dulzura, le lleva a sentir la existencia, no como un mundo separado del mundo divino, sino todo lo contrario: de la manera como lo sentía San Francisco, quien veía en la ar­monía y belleza de las cosas físicas una se­ñal de la divinidad, casi como la antecámara sensible de la bienaventuranza. El poeta se pregunta si esta dulce naturaleza física que constituye su patria no podría ser también su patria celestial y eterna; profesión de fe en la armonía del mundo, muy característica del alma clásica y mediterránea de Joan Maragall. Además del núcleo poético que estamos examinando y que podríamos denominar «poética de la naturaleza», tanto en su plano inicial liricodescriptivo como en el religioso y filosófico, podemos añadir una nota de poesía amorosa siem­pre delicada y tierna, tratada con una pureza de sentimientos casi cándida.

Otro aspecto no menos expresivo de su bondad y nobleza de espíritu lo ofrecen las poesías sobre la amistad; exaltación de mitos y fer­vores patrióticos que en el alma enamo­rada y pura de Maragall adquieren inmediatamente el valor de una fuerza religiosa. Resta sólo por señalar las piezas de carácter legendario, que ocupan gran parte de este volumen de Poesías que estamos exami­nando. Estos poemas, que deben gran parte de su fuerza a los «lieder» de la poesía alemana que el Romanticismo introdujo también en Cataluña, versan sobre ciertas figuras que — como la de don Juan de Serrallonga — habían sido ya puestas de relieve por la poesía popular. Destaca sobre las demás la figura del Conde Arnaldo [«El comte Arnau»], también de origen folklórico: un caballero condenado a cabalgar de noche por toda la eterni­dad en castigo de su vida disoluta, vuel­ve al lado de su esposa, encerrada en su casa, y tiene con ella un diálogo paté­tico.

En este motivo se incluye la evoca­ción de un amor sacrílego del diabólico conde con Adalaisa, la gentil abadesa del convento de San Juan. El poeta conduce al lector a través del mito, poniendo de relieve la fuerza dramática y evocadora y todo el fondo hórrido y espectral de su origen francamente medieval. Es uno de los más hermosos poemas modernos de la literatura catalana. G. Díaz-Plaja

El máximo poeta español de los últimos tiempos. (Unamuno)

Yo no sabría hablar de este muerto/sino después de un silencio muy puro. (E. d’Ors)

Maragall es nuestro poeta dionisíaco. Es el poeta inquieto: inquieto al concebir, in­quieto al ejecutar. Su escuela es la escuela de la inquietud. Sediento de los más pe­queños deseos por las cosas, las recoge y nos las devuelve con extraordinaria mi­nucia, con una fidelidad pasmosa y con una fuerza de sugestión irresistible. Toda su poesía es pura sensación: nada de ima­ginación,’ nada de fantasía, nada de idea. El poeta vibra sólo al impulso de sus sen­saciones espontáneas y así, como obrero profano, destierra el esfuerzo de la vo­luntad de las misteriosas fraguas del fuego poético. Es el poeta en estado permanente de pasividad, de receptividad, de femini­dad. Su poesía es la eterna fluctuación del espíritu creador sobre el mar agitado de las sensaciones, sin guía, sin brújula que señale la ‘ruta de la nave abandonada. Su escuela es la de las grandes adivina­ciones y de las grandes incoherencias; de las grandes elevaciones y de las grandes caídas. No conoce ningún poder moderador, ninguna ley de euritmia. Es la em­briaguez del espíritu en estado perma­nente: con ella el espíritu se pierde por la tenebrosa selva de lo desconocido y alcanza la extrema voluptuosidad en dicha pérdiday en la fusión de la personalidad con la gran vibración del todo. (M. de Montoliu)

La impresión que Maragall produce es la de un hombre que está en éxtasis ante las cosas. No un hombre que trata de expli­carse las cosas; un hombre, sí, que admira el espectáculo del mundo y pone su espí­ritu, efusivamente, en comunicación con él. (Azorín)

No entre siete — entre tres, aunque sólo hubiese sido entre dos, se me habría ocu­rrido al instante el nombre de Joan Mara­gall como uno de los más representativos en la vida catalana de este medio siglo. (C. Riba)