La obra poética del escritor mallorquín Joan Alcover (1854- 1926) se halla reunida en los siguientes libros: en lengua castellana, que fue prácticamente la exclusiva de su primera época, Poesías (1887), Nuevas poesías (1892), Poemas y Armonías (1894) y Meteoros, Poemas Apólogos y Cuentos (1901).
Y en lengua catalana, Cap al tard [Atardecer], editado en 1909 y Poemes bíblics [Poemas bíblicos], que lo fueron en 1918. Sus Obres completes [Obras completas] en un solo volumen aparecieron en Barcelona el año 1951. La poesía castellana de Alcover entró necesariamente en el coto del romanticismo español del siglo XIX: Bécquer, Núñez de Arce, Campoamor, el duque de Rivas, sin olvidar la huella perenne de los clásicos castellanos. Sin embargo, el aticismo natural del poeta mallorquín y su aristocracia instintiva no le permitieron caer en los ripios y tópicos al uso.
La obra castellana de Alcover mereció el elogio de Valera y de Menéndez Pelayo, que en 1893 consideraba a Alcover «uno de los más originales y excelentes líricos de esta generación novísima, en la que la poesía es flor rara». A pesar de esta benévola valoración y de otras análogas de sus contemporáneos, las poesías castellanas del poeta mallorquín han quedado prácticamente olvidadas, y es muy raro ver incluida alguna de ellas en las antologías generales o especializadas de poesía española. Ello se debe probablemente a que estos versos, aunque finos e ingeniosos, no alcanzaron la autenticidad ni la penetración lírica de los que escribió, ya maduro, en su idioma materno. Con razón apuntó Enrique Díez-Canedo que «Alcover ha llegado a innovar en lengua catalana, él, que en castellano se atuvo a las normas del tiempo».
En «La llengua patria», poema inicial de su primer libro en catalán, el poeta justifica el cambio de lengua: «A la musa castellana/mos anys millors he donat,/d’una altra musa germana/fondament enamorat». Y termina: «Si altra esposa fou ma Lia,/ella será ma Raquel». La justificación viene corroborada por un texto en prosa del poeta que habla del momento de la crisis y de la renovación por el dolor y «entonces toda habla que no fuese la materna, la rechazó el labio enfebrecido, como el contacto de algo inexpresivo, frío y metálico». La primera parte de Cap al tard se titula «Cangons de la Serra», y responde al concepto poético que Alcover profesaba, y que había expuesto en sus estudios y conferencias sobre la misión y el sentido de las artes.
Frente al vago simbolismo de raíz nórdica, que imitaban los modernistas catalanes del Principado, y a la fórmula del «arte por el arte», Alcover condena este — según él — «dandismo literario» y acude a las fuentes del sentimiento y de la sabiduría populares, a la palpitación y al misterio abierto de la naturaleza, y se encauza así a través de un romanticismo puro, opuesto al romanticismo soñoliento y morboso de su época, aunque acuda, de cuando en cuando, a las mismas fuentes e influencias de este último. El tercer poema de Cap al tard, titulado «La serra», resume, a través de un ritmo vibrante de ola y de danza, toda la vida extática, el hechizo cotidiano y el aliento secular de la vida rural de Mallorca. El poeta canta este vivir dorado y fecundo evocado por la campesina — «flor de rustiquesa» — que le brinda los dones del campo y que es el símbolo gentil de la tierra natal del poeta: «oh flor de muntanya, fina morenor,/ oh la pageseta que és una pintura/i té la cintura/como un gerricó».
En «La balanguera», «Notes de Deiá», «En la badia de Pollença» y en otras canciones de la misma estirpe popular, el verso de Alcover tiene una fuerza plástica, un deslizarse normal y aristocrático. La segunda parte de Cap al tard se titula «Elegies». La muerte de su esposa y de cuatro de sus hijos — dos de ellos fallecidos el mismo día — movieron a Alcover a dar corporeidad lírica a su dolor, mediante el canto elegiaco. Alguien ha hablado de la sombra de Job envolviendo al poeta. Porque el dolor de Alcover no se hermana con el dolor patético, universal y paganizante de Leopardi, ni con el romanticismo lloroso, enfermizo y vacío de los que en su época componían elegías. Su armonía espiritual, su calidad humana, su grandeza de alma encauzan la desolación lírica en un canto vivificante y cristiano.
En «La reliquia», un objeto entrañable y mutilado de sus primeros juegos, evoca las mejores horas de su juventud. En «Desolació», que es uno de los poemas más acabados de la moderna poesía catalana, el poeta se compara a un árbol cuya savia pujante y cuya fronda esplendorosa se han trocado en un tronco abierto y sin entrañas. Simbólicamente evoca la muerte de sus hijos, sin cuya compañía, él, como el árbol, quedó desgajado e incompleto: «al cel he vist anar-se’n la millor part de mi», «jo vise sois per a plányer lo que de mi s’és mort». Entre los poemas dedicados a los escritores de su época: Maragall, Costa, Llórente, Rusiñol, Carner, el dedicado a Rubén Darío, y que titula «L’hoste», impresiona por su ceñida estructura, noblemente retórica, y que resucita la fuerza evocativa y solemne de las antiguas loas. En los Poemes bíblics Alcover busca una nueva inspiración en episodios concretos y ya clásicos, quizás temiendo que después de las elegías, que removieron sus arcanos más sensitivos, su don poético hubiera quedado agostado en su mundo íntimo.
Bien cincelados, sin extorsiones ni vanos retoricismos, se inspiran en el Libro de los Reyes, de Samuel y del Génesis. Los Proverbis finales, dentro de su austera finalidad moralizadora, reflejan, a menudo, la vibrante gravedad de la mejor poesía del lírico mallorquín. Diversos poemas de Joan Aleo-ver fueron traducidos en 1919 al danés por C. Kjersmeier, en 1922 al francés por A. Schneeberger, en 1924 al sueco por K. A. Hagberg, en 1933 al italiano por G. Ra- vegnani. Y al castellano por el propio autor, Alfons Maseras, Teodor Llórente y algunos otros.
A. Manent