Todo el bagaje de este trovador — del que sólo sabemos que fue, con el título de príncipe, señor de Blaia, y que en 1148 se hallaba en Tierra Santa — está constituido por seis poesías, de las que cuatro, aunque tienen algún que otro acento delicado y gracioso, no revelan ciertamente una personalidad poética muy relevante.
Sin embargo, las otras dos expresan una gran imagen que queda única en el cuadro de la poesía trovadoresca: la imagen del amor del poeta por una mujer lejana e inasequible. En una de estas dos poesías canta el poeta su «amor lejano», por el cual le duele el corazón, y no puede encontrar remedio alguno; el corazón del poeta no cesa de anhelar a su dama inaccesible y distante y sólo sueña con ser acogido por su amada en un jardín donde cambiar con ella dulces propósitos. En la otra, la imagen de esta lejanía misteriosa se traduce admirablemente con la martilleante repetición de la fórmula «de lohn», que a lo largo de siete estrofas resuena apremiante, un verso sí y otro no, como un estribillo: «Cuando los días son largos en mayo, me gusta dulce canto de pájaros, de “lejos”, y cuando parto de allí, acuérdome de un amor, “de lejos”… Bien me parecerá alegría cuando le pida hospitalidad, “de lejos”, y si a ella le place, quedaré con ella; aunque sea “de lejos”…»
Sobre el motivo de este «amor lejano», característico del cancionero de Jaufré, el antiguo biógrafo construyó la pequeña y deliciosa novela del trovador que se enamora de la princesa de Trípoli por lo que ha oído contar de ella y sin haberla visto en su vida; y cruza el mar para ir a verla, y por fin llega moribundo y antes de morir recibe el beso de su amada: la novela que Carducci interpretó poéticamente y que inspiró a numerosos poetas modernos, de Heine a Rostand.
A. Viscardi