Después de los primeros volúmenes: Poesías [Gedichte, 1840] y Cantos de Junius [Junuslieder, 1847], que alcanzaron enorme resonancia, Emanuel Geibel (1815-1884) publicó todavía Poesías Nuevas [Neue Gedichte, 1857), Llamadas del heraldo [Herolds’rufe, 1857] y Hojas del otoño tardío [Spátherbsblátter, 1877].
En 1896 aparecieron las Poesías póstumas [Gedichte aus dem Nachlass]. A la producción original hay que añadir además el Cancionero clásico [Klassisches Liederbuch], que contiene innumerables traducciones de los líricos griegos y latinos, además de versiones, también numerosísimas, de poesías francesas, etc. Geibel es, según la terminología de De Sanctis, más artista que poeta: es un magistral reelaborador, más que un «poeta de circunstancias» en el sentido de Goethe. Suple su escasa inspiración original con una larga preparación técnica y cultural, y con las reacciones de una sensibilidad a la que se podría llamar receptiva, dando a la palabra un valor positivo, porque se trata de una fina sensibilidad literaria para captar estímulos y motivos tradicionales renovándolos con nobles formas, o de reelaborar impulsos o afectos propios en la armoniosa elegancia de versos o estrofas que ya llevan la impronta de una alta personalidad.
En este sentido, se ha hablado con justicia, a propósito de la poesía de Geibel, de un «eclecticismo de epígonos», concienzudamente profesado. Junto con los colegas del cenáculo de Munich «Krokodil», presidido por él, tiene una conciencia hasta demasiado viva del valor de la «forma» en la poesía. Ya un dístico juvenil proclama: «El verdadero poeta ha de tender, mediante la perfección de la forma, a que sonría hasta la materia más hostil». Geibel pone toda su diligencia en el culto de la «forma». El estudio de los clásicos griegos y latinos constituye el noviciado para tan alto magisterio. Durante los dos años (1838-1840) de su estancia en Atenas, el joven poeta se acercó al mundo helénico con la efectividad de una experiencia personal. «Lo que soy y sé — dirá en otro dístico — lo debo al equilibrado Norte, pero el secreto de la forma me lo ha enseñado el Sur».
El principal modelo en que se inspira, lo mismo que sus colegas del grupo de Munich, es Platen, cuyo «canto envuelto en el manto real de la perfección, va adelantando entre notas solemnes, creando de nuevo en lengua alemana lo que antes era sólo patrimonio de los griegos». Aunque proclame explícitamente que, a pesar de «los buenos frutos» obtenidos de la «severa disciplina romana», él y sus compañeros no se detienen aquí, sino que se esfuerzan en «proceder como el espíritu de la lengua alemana indica con presagio de sonido», el culto de la forma se exterioriza, convirtiéndose poco a poco en fin de sí mismo, y el amor del «arte por el arte» se resuelve, por último, en formulismo estetizante. Eso explica la aversión teórica de Geibel por la lírica de Heine, de quien recibió, por otra parte, evidentes sugestiones, por lo menos en sus cantos juveniles.
Esto explica también la facilidad con que su poesía puede adaptarse a la medida común de un grupo literario demasiado compacto, y prosperar en el aura clasicista de la corte de Maximiliano II. Falta de un vivo núcleo personal en el que recogerse y concentrarse, la poesía de Geibel pasa con tendencia dispersiva de tema en tema, de motivo en motivo: nacen de ella composiciones poéticas variadísimas, en las que el tema de la leyenda se alterna con el ritmo de la balada, el solemne dístico clásico con la melodiosa estrofa de la canción popular, la amplia voluta del salmo con la concisión lapidaria del epigrama, el brioso «lied» con la lenta elegía. Nocturnos, vespertinos, «Reisebilder», cuadritos idílicos, recuerdos de Grecia, poesías amorosas, brindis, canciones patrióticas, reelaboraciones de motivos del antiguo «epos», cantos civiles y religiosos, romances, leyendas, himnos y estribillos, se suceden, desarticulándose poco a poco en una gran variedad de metros; motivos que apuntan, que vuelven, que varían; acentos que cambian y que repercuten en acentos nuevos.
Versificador fluido, ágil habilísimo, Geibel es — en tonalidad de poeta culto — una especie de moderno «juglar» (la imagen del «Spielmann», del trovador, aparece más de una vez en las colecciones de sus poesías), cuya alma se convierte ágilmente en melodía. Su aspiración es la de poder morir como el cisne que, «remando lentamente en el agua quieta, disuelve su alma en el canto a media voz a lo largo de una estela azul», y la de «poder dejar al pueblo alemán un trémulo eco de música». Un irresistible impulso natural lo empuja a poetizar a toda costa. «Aunque el mundo no tenga necesidad de cantos — dice — yo no puedo hacer sino cantar». El «Spielmann» descrito en los Spát- herbstblátter, el «trovador» que «canta y toca y toca y canta», arrebatando en el mundo de su fantasía al viejo, al guerrero, al niño, a la muchacha, al campesino y al marinero, es una imagen simbólica de su poesía.
Siempre intentando modular en vagas músicas y blandos ritmos las impresiones • que le vienen de la naturaleza o que le sugieren otros poetas, Geibel fue una de las almas más canoras de alemania. De aquí la intrínseca musicalidad de sus poesías, algunas de las cuales fueron puestas en música aún más que las de Goethe y de Heine. Lo que falta a su poesía es un centro propio de vida interior. Ninguna poesía suya tiene notas tan personales como para poder considerarla paradigma de un arte fácilmente reconocible a la primera lectura. La corrección formal y la vaga musicalidad no logran disimular la frialdad íntima.
Sólo en la llamada poesía patrioticocivil se advierte el acento de un interés inmediato. Geibel, en contraste con el liberalismo internacional de la «Joven alemania», se exalta ante la idea de un «Reich» unido bajo el cetro de un emperador. El entusiasmo de la victoria prusiana de 1870 le dictó uno de los cantos sin duda más vivos de este género, «Dejad que las campanas» [«Nun lass die Glocken»]. Este himno, junto a otros melodiosos «lieder», y a algunas elegantes baladas, tal vez representa lo mejor de la obra de Geibel.
G. Necco