Poesías de Jovellanos

La obra literaria de Gaspar Melchor de Jovellanos (1744- 1811) no se ciñó sólo a la oratoria, aunque moralmente ésta es la faceta del autor más conocida; de hecho Jovellanos fue un poeta, por lo menos en su vocación, que halló en otros géneros literarios el más elegante medio de expresión y sólo alcanzó en la lírica un lugar discreto entre los autores de su época.

Con todo no conviene leer con ligereza sus poemas; profundizando un poco puede descubrirse cómo Jovella­nos supo plasmar en ellos un color y una realidad de los que carecían muchos de sus contemporáneos. Usa en sus composi­ciones de voces familiares y pintorescas que les dan una viva impresión de realismo y hacen más próxima la Naturaleza que él amaba. Montes, cañadas, rebaños, mayo­rales y ventas, muías al trote, árboles cim­breantes al viento que alzan al cielo sus «plateadas copas» o que miran en las aguas del río el fulgor de sus hojas y la vida de sus ramas, son los mudos y vivos perso­najes que desfilan por sus versos creando una música particular. En otros instantes son los «claustros medrosos», los tonos os­curos y las sombras silenciosas que anun­cian ya el próximo romanticismo.

Y siem­pre es esa angustia serena, si serena puede ser la angustia, ese afán por conocer, por saber, por dominar lo profundo de las cosas, la vibración última que da al poema su más íntimo sentido; un sentido personal e individualista, pero humano y bondadoso a la vez, que escucha el alma de los otros hombres palpitando cerca como la propia alma. Letrillas, romances, idilios, sátiras y epístolas, serían los rótulos con que se encabezaría una clasificación de la poesía de Jovellanos; y en ese mismo instante esa poesía perdería su encanto, porque en lo formal, en lo periférico, es una poesía correcta, no exenta de influencias del si­glo XVII, precursora del Romanticismo (v.) y próxima a la escuela salmantina de fines del siglo XVIII, «sobria y de gran eleva­ción moral», reveladora de un gran domi­nio de la métrica; pero falta de ese «algo» que transforma al poema en una extraña nota que hace vibrar al compás de ella; quizá porque la forma, demasiado perfecta, desdibuja el verdadero interés del fondo.

De los títulos de sus poemas deben recor­darse las composiciones «Al Sol» y «A la Luna», el «Himno», su epístola de «Fabio a Anfriso», las dos sátiras «A Arnesto», su oda sáfica «De Jovino a Poncio», etc. Jovino fue el nombre lírico de Jovellanos en el seno de la escuela salmantina.

A. Pacheco