Obra en cinco volúmenes del poeta neogriego Aquiles Paraschos (1838-1895), los tres primeros de 1881, los otros dos de 1904.
Romántico en su aspecto exterior y en sus predilecciones literarias, con innegables dotes de improvisador y de versificador fácil, libre de toda erudición, entre otras causas por la limitación y superficialidad de su cultura, era muy a propósito para ser del agrado de los burgueses sentimentales de Atenas entre 1860 y 1890. Es característico el cuadro que nos ha dejado de la amada ideal: «No quiero belleza soberbia de muchacha orgullosa… quiero débil a mi amiga, la quiero pálida y blanca como una mortaja.
Que tenga veinte otoños y ninguna primavera, poco cuerpo — un soplo, casi — y pocas cenizas, la quiero vuelta hacia la muerte con un aroma de inmortalidad, a la vez muchacha y espectro…». No se pueden negar a Paraschos dotes de inspiración poética; pero el abandonarse sin freno a la versificación, le lleva a diluir motivos felices; sus concesiones al pesimismo romántico en boga le hacen caer en el amaneramiento y en lo convencional. La lengua, en fin — que por lo común es un revoltijo prosaico y periodístico, aunque de fácil inteligibilidad —, parece hecha a propósito para matar la espontaneidad y el color de las más poéticas imaginaciones. Por eso no es extraño que Paraschos sea hoy poco leído y esté casi olvidado.
Su producción comprende poemas epicolíricos («Alfredo», «El poeta desconocido», «Satanás» y «Cristina») y poesías puramente líricas, en cinco categorías: patrióticas («Lauros»), amorosas («Mirtos»), elegiacas («Sauces»), didácticas («Hierba»), varias («Hojas»). Prevalece, sin embargo, el tono elegiaco. El poeta no canta, sino que se duele, y ora grita, ora impreca. Es interesante, entre las amorosas, la llamada «Reliquias de amor», en la que el poeta, abriendo los cajones del escritorio, saca de ellos un cúmulo de objetos olvidados, «Jirones de bellas jornadas y cenizas de fuego apagado», cada uno de ellos ligado a un amor pasado.
Es singular la poesía «5 <^e Abril», donde la carta de despedida que le envía una amiga lunática, está descrita como un rayo encerrado «dentro de un perfumado estuche». Entre las poesías patrióticas, recordemos la recitada en Graviá, ante la estatua de Odiseo Andrutso, en mayo de 1888, y la «Elegía a Otón», homenaje conmovedor al primer rey de Grecia. La poesía «El huérfano» la mencionamos sólo por ser típica en su intento de lograr que los ojos de sus lectores, de las lectoras sobre, todo, derramen un llanto fácil.
B. Lavagnini