La primera edición completa después de la colección Poesías editadas y póstumas, con noticias biográficas por Mariano de Ayala (Florencia, 1852), es la publicada por V. De Angelis en 1917, porque Alessandro Poerio (1802- 1848), siempre descontento, de sí mismo y de sus versos, estuvo largos años discutiendo por carta la conveniencia de editarlos, y sólo a instancias de los amigos se resolvió a publicar algunos ensayos dispersos.
Teorizando sobre el valor filosófico de la poesía, se dolía sobre todo de no haber sabido elevarse con su canto a mantener la suprema verdad del espíritu, para consolar al género humano afligido por sufrimientos seculares. Pero este sentido del dolor universal y de la caducidad de las cosas terrenas que se halla en muchas de sus poesías y particularmente en «Remembranza» y en «Primavera», con señales evidentes del influjo leopardiano, no fue trágico porque sonreía en él la concepción eticorreligiosa que Poerio tuvo en común con Tommaseo. La fe le infundía, en efecto, resignación y esperanza, y le inducía a desear una libertad terrena que, conjugada con la celeste, debía ser invocada no «con vileza de lamentos,/sino con gritos de guerra y sones de trompeta,/con ímpetu de asalto y de defensa».
Entretanto, trataba de enardecer al pueblo con el recuerdo de las glorias pasadas y presentes y, dirigiendo la mirada a la elegida Roma, «durante siglos mujer, heredera e hija», evocaba los grandes espíritus que había dado a luz. Así, de Dante a Petrarca y Arnaldo de Brescia, de Miguel Ángel a Andrés Doria y Enrique Dándolo, para llegar a sus contemporáneos Foscolo, Canova, Leopardi y Bellini, traza la historia italiana a grandes rasgos en una serie de composiciones destinadas sin duda a una colección que Puccini, generoso pistoyés, quiso compilar como comentario de los monumentos erigidos en su ciudad a los italianos más célebres.
En este prevalecer de los afectos morales poco lugar debía quedar para la pasión por la mujer; sin embargo, el alma de Poerio, fina, sensible y melancólica, supo encontrar acentos exquisitos para cantar algunas figuras femeninas que amó, envueltas en una atmósfera ideal. Uno de sus más bellos poemas está precisamente inspirado en la noticia de la muerte, en las aguas del Tíber, de una joven inglesa, a la que él dirige, como último saludo, el deseo de que «sobre los insepultos restos/pasen más leves las aguas».
T. Momigliano