Protagonista de la célebre novela de Jules Verne (1828-1905), La vuelta al mundo en ochenta días (v.). Entre los héroes de novelas de aventuras, Phileas Fogg es indudablemente el menos aventurero: es el tipo tradicional o, por lo menos, tradicional en Francia en los últimos decenios del siglo XIX, del inglés flemático, rutinario y calculador.
No tiene el menor sentido de la aventura: sustancialmente considera que su cuerpo es como un baúl al que debe hacer dar la vuelta al mundo en un tiempo determinado. Y, en realidad, las aventuras salen a su encuentro sin lograr conmoverle y casi sin que él se dé cuenta: la única que le toca de cerca, la de la bella india que contra su voluntad iba a seguir en la pira a su difunto marido y a la que Phileas Fogg salva para luego casarse con ella, es una superposición de tipo francés a un personaje que, según está dibujado, debería decididamente repugnar a ella, ya que jamás un «gentleman» como él podría avenirse a un matrimonio que, de ser verdad, le colocaría al margen de la buena sociedad británica.
Y Phileas Fogg, evidentemente, no tiene ningún carácter de innovador en este sentido. Ni siquiera es deportivo: ordinariamente viaja con todas las comodidades, de chistera y con guantes, como le vemos en las ilustraciones de la época. Por ello su verdadera caracterización consiste precisamente en el contraste entre su aventura, que hace de él el hombre más veloz del mundo en 1873, situándole durante ochenta días en un clima excepcional, y su íntimo estatismo. Phileas Fogg representa una humanidad que quiere sacar partido de todos los recursos del cálculo y de la técnica sin dejar por ello que ésta se le imponga y sin pensar siquiera en la posibilidad, o en la necesidad, de una adaptación psíquica al nuevo ambiente que la técnica está creando.
Es el primer gran experimentador de la velocidad, pero su espíritu no adquiere ni por asomo una forma aerodinámica. Habrán de transcurrir algunos años antes que el hombre no se dé cuenta de que debe adaptarse a los nuevos hechos y a aquel «movimiento» convertido en expresión concreta y dominante de un «devenir» interior que desde hacía años representaba ya la forma fundamental de su vida. Phileas Fogg puede acoger ese nuevo motivo y triunfar de él sin menoscabo de su olímpica imperturbabilidad, manteniendo así en su persona, en equilibrio inestable, dos mundos que no habrán de tardar en revelarse irreconciliables.
U. Déttore