Pepita Jiménez, Juan Valera

Obra del novelista es­pañol Juan Valera (1827-1905), escrita en 1873 y publicada un año después. El joven seminarista don Luis de Vargas, de regreso a su pueblo natal para unas breves vacaciones antes de pronunciar sus votos, se encuentra con que su padre, don Pedro, se dispone a contraer nuevas nupcias con la joven Pepita Jiménez, de veinte años, viuda de un octo­genario, y de singular belleza y piedad.

Los contactos entre el futuro sacerdote y la joven viuda son como baño de vida para el joven, que ha pasado su adolescencia entre místicos y teólogos, y que piensa de­dicar el resto de sus días a la conversión de los infieles. El joven acompaña a Pepita en sus paseos por el campo, asiste a reunio­nes en su casa y, sin darse cuenta, cede poco a poco a una pasión que él considera pecaminosa, pero que se hace más fuerte que su vocación y que su amor para su padre, en el que ve secretamente un rival.

Para sustraerse a su pasión piensa Luis en partir, pero Pepita, que le ama y que ha hecho todo lo posible para enamorarle, se finge enferma, le llama a su cabecera y a través de una sutil dialéctica, le convence de que siga la llamada de la vida y le declare su amor. Luis se abandona al nue­vo sentimiento con ardor de neófito. Al salir, va a jugar, desafía a uno que insulta a Pepita, lo hiere y por fin afronta resuelta­mente al padre para comunicarle su renun­cia a los votos y su amor por Pepita. Pero en lugar de hallar en el viejo la reacción que esperaba, éste le revela serenamente que ya lo había comprendido y que por su parte había hecho todo lo posible para que las cosas llegasen a su solución natural.

Pepita Jiménez es una novela de un rea­lismo psicológico muy distinto del plástico de la tradición española. El proceso espiri­tual del protagonista va desde el ascetismo místico al amor pagano, perfilándose a tra­vés de estados de ánimo y de impresiones íntimas finísimamente analizadas y valién­dose de los medios más directos, desde la confesión epistolar (la novela está en buena parte constituida por las cartas que el seminarista escribe a un tío sacerdote) al monólogo y a la introspección. La actitud in­telectual del autor, su ironía, el amor por el juego de ideas, dan a menudo a los perso­najes actitudes prematuramente esteticistas, pero la realidad de sus sentimientos está seguida con vigilante atención, en .un paisaje musical y humanizado. El estilo es transpa­rente y pulido, de una ductilidad que tra­duce y da relieve a los más complejos impulsos del espíritu del autor.

A. R. Ferrarin

Creo sinceramente que nunca como bajo la pluma de Valera la lengua española ha tenido un sonido tan puro. (E. d’Ors)

Las ideas de los antiguos místicos espa­ñoles resultan completamente desfiguradas al querer el autor hacerlas chocar con el moderno sentido de la vida, y de ello re-sulta un convencionalismo en el desarrollo del conflicto, que sólo logra salvarse mer­ced a los encantos de un estilo nervioso, ágil y travieso, gracias a los puñados de esa finísima sal andaluza con que Valera sabe sazonar todos los manjares, hasta los más insignificantes, que él nos presenta en su pulcra y bien aderezada mesa de sibarita intelectual. (M. de Montoliu)