Pentesilea, Heinrich von Kleist

[Penthesilea]. Tragedia de Heinrich von Kleist (1777-1811), compuesta en 1808; un solo y largo acto de veinticua­tro escenas, en pentápodos yámbicos, una de las obras más desenfrenadas y salvajes, pero también más grandiosamente audaces de la literatura alemana moderna; desde­ñosamente condenada por Goethe, exaltada por la joven generación de los admiradores de Kleist, es el fruto del trabajo interior y de las desmesuradas aspiraciones del poe­ta, que, como en el fragmento del Roberto Guise ardo (v.), trataba de superar el ideal del drama clásico creado por Goethe y Schiller; en este sentido puede considerarse como obra autobiográfica, según escribió el propio autor: «dentro está mi vida íntima, todo el dolor a la vez que el esplendor de mi alma»; en ella se refleja, en efecto, su naturaleza absoluta, sin compromisos, en un violento sucederse de crisis, y en su esfuer­zo por obligar al destino.

La inspiración hay que buscarla, más que en unos pocos versos de Homero y Virgilio y más que en un fragmento de Propercio, en un Lexikon mythologicum, donde entre las leyendas alejandrinas estaba la versión de la muerte de Aquiles por obra de Pentesilea; Kleist, sin embargo, dio a los personajes legen­darios la interpretación menos clásica y más bárbara que se pueda pensar. Pente­silea (v.), elegida por el dios Ares reina de las Amazonas, es mandada por éste, junto con sus vírgenes guerreras (a las que en señal de virilidad les ha. sido quitado uno de los senos) a Troya, para desafiar en combate a los más valerosos héroes grie­gos. La ley impuesta por la antigua reina de las amazonas, Tanais, ordena que, para perpetuar su estirpe, cada una debe de tiem­po en tiempo vencer a un guerrero de un pueblo indicado por Ares; entonces vuel­ven con los prisioneros a su ciudad y en el templo de Artemisa celebran la fiesta de las rosas, o sea, sus bodas con los vencidos.

Pasado un año, éstos son enviados a sus países respectivos; los hijos varones que nacen de las bodas son sacrificados a la divinidad; a las hembras se las educa como a nuevas amazonas. Esta vez, Ares designó como guerreros a los mirmidones y a su héroe Aquiles; pero en tanto las vírgenes combaten contra los griegos, Pentesilea que­da herida de amor por Aquiles y no sabe infligirle ningún daño; por ello resulta he­rida y la traen desvanecida a su propio campo. Aquiles, también locamente ena­morado, la sigue inerme. Vuelta en sí, la reina de las amazonas fluctúa entre la ira por haber sido vencida por el héroe y la pasión de la mujer que ama; se abandona a una especie de furia elemental, durante la cual querría elevar el monte Ida sobre la Osa, y desde aquella altura arrastrar por sus rubios cabellos a Aquiles, el «dios del sol» como ella lo cree.

Y esta titánica vo­luntad de domeñar al destino es profunda­mente afín a su poeta. Entonces su dulce amiga Prothoe, junto con Aquiles, logran convencerla de que fue ella la vencedora; sigue una de las más deliciosas y románti­cas escenas de amor. Para resolver la duda, Aquiles la invita a un nuevo duelo, con el propósito de dejarse vencer y de seguirla prisionero por un año, esperando así con­quistarla como mujer; pero él no com­prende su naturaleza pasional, no cree en la posibilidad absoluta de la transformación del amor en odio. Ella, en cambio, intu­yendo el nuevo engaño, lanza contra él la jauría de sus canes y juntamente con ellos destroza el cuerpo del amado, sorbiendo su sangre. Cuando despierta de este paroxismo inconsciente de furor salvaje, y la vista del cadáver desfigurado y la impresión de horror expresado por sus compañeras le hacen comprender su monstruosidad, siente un dolor tan sobrehumano, un ansia tan fuerte de amor y una tan intensa voluntad de morir, que por virtud de este sentimien­to, sin necesidad de arma, cae exánime, como Isolda (v.), sobre el cuerpo del muer­to.

Aunque toda la acción tiene lugar a orillas del Escamandro, con una rígida uni­dad de espacio y de tiempo, la estructura y la desordenada concatenación de las esce­nas, y la dificultad de hallar actriz capaz de representar sin excesivo «phatos» un per­sonaje tan enigmático e irreal «medio gracia, medio furia», disuadieron al propio au­tor de poner en escena un drama que tan fácilmente se prestaba a la parodia. En tanto que Aquiles, más que un héroe griego es el tipo del hombre simple e ingenuo y podría ser un simpático oficial prusiano de su tiempo, la figura de Pentesilea, en la intensidad de su dolor, tiene algo de la reina Luisa de Prusia, ideal femenino de Kleist, muerta de dolor por la ruina de su patria.

Pero en el titánico desafío al des­tino, está tan alejada de la noble resigna­ción humana de la Ifigenia (v.) de Goethe, como del imperativo categórico del cumpli­miento de un deber de la schilleriana Don­cella de Orleans (v. Juana de Arco), y en el misterioso tránsito de la innata gentileza femenina a la loca crueldad, representa uno de aquellos fenómenos incomprensibles, pro­piamente germánicos, que se encarnan en figuras demoníacas, convertidas en perso­najes míticos de la literatura alemana como Brunhilda (v.), Crimhilda (v.) y Kundry (v.). Ellas expresan lo que hay de des­mesurado, tanto en sentido positivo, como negativo, en el carácter alemán; pero son al mismo tiempo soberbias criaturas de arte dionisíaco, a las que poetas como Kleist y Nietzsche, desafiando al destino y hasta combatiendo con él, llevan a cimas excelsas.

C. Baseggio — E. Rosenfeld