Pensamientos Sobre la Belleza y el Gusto en la Pintura, Anton Raffael Mengs

[Gedanken über die Schönheit und den Geschmack in der Malerei]. Obra de Anton Raffael Mengs (1728-1799) que, como Winckelmann en la historia de la escultura, fue, en la historia y práctica de la pintura, el máximo repre­sentante del gusto neoclásico’ en alemania.

En el prefacio del tratado editado en Zü­rich en 1762 y reeditado varias veces en alemán e italiano, el autor traza su pro­grama académico para la educación de los jóvenes pintores y formula su credo ecléc­tico : «Conviene saber que todas aquellas partes que alabo y exalto en los pintores ilustres, han de tomarse como otras tantas reglas y ejemplos de imitación». La obra comprende tres partes; la primera trata de la Belleza: «es la idea visible de la perfec­ción divina» — dice con Winckelmann —; además es la Razón, por cuanto «la Belleza proviene de la uniformidad de la materia con las ideas; y las ideas provienen del conocimiento del destino de las cosas».

En la Naturaleza la Belleza no es nunca abso­luta, porque la Naturaleza está sujeta a gran cantidad de «accidentes»; en cambio lo es en el arte, pues el arte, al superar a la Naturaleza, puede escoger de ella «lo más hermoso». En la segunda parte de la obra Mengs trata del Gusto, es decir, de la facul­tad que determina el pintor en su selección; es la «belleza relativa» de que los hombres son capaces. Esta atenuación de la idea académica de una perfección absoluta im­puesta a priori a la obra de arte es, sin embargo, una de las pocas ideas geniales de Mengs, que en el resto del tratado vuel­ve a caer en su mundo de puras abstrac­ciones, y confirma el antiguo canon clasicista que identifica la Belleza absoluta sólo con la escultura griega.

El autor traza luego una historia del gusto, deteniéndose en su «trinidad» Rafael, Correggio, Tiziano. Trata ampliamente de ellos en la tercera parte de la obra y termina con la exhor­tación a estudiarlos e imitarlos. La teoría de Mengs no es original y está expuesta en forma árida y dogmática, carente — además de novedad en las ideas — del calor y de la fe mística de Winckelmann; escribe como un maestro que habla a sus discípulos desde lo alto de su certidumbre, sin el tono ya polémico, ya apologético que hace vibrar las páginas de su gran amigo. Sin embargo, cuando trata de sustituir la antigua rivali­dad de las artes con la unidad no sólo de las artes figurativas, sino también de la música, lanza una simiente destinada a fruc­tificar extensamente hasta el Romanticismo.

F. Wittgens