[Pensées sur la Religión et sur quelques autres sujets]. Bajo este título los familiares y amigos de Blaise Pascal (1623-1662) publicaron, en 1669, los apuntes, las anotaciones, las reflexiones — algunos apenas esbozados, otros más ampliamente desarrollados — que el gran filósofo y hombre de ciencia había escrito o dictado en los últimos años de su vida, en su mayor parte con miras a la composición de una Apología del Cristianismo, proyectada desde 1656, y que primero la enfermedad, y la muerte después, impidieron poder llevar a término.
A pesar de su carácter fragmentario son una de las obras maestras de la literatura especulativa francesa. Documentan la vida espiritual de Pascal durante aquellos años, y constituyen, al mismo tiempo, el más alto testimonio de su pensamiento filosófico y religioso y de su singularísima y sugestiva personalidad. Pascal proponía dirigirse, con su Apología, no a los teólogos ni a los «doctos», sino a los laicos, a los hombres de mundo y especialmente a los que el trato del mundo había alejado de la fe, o sea a los «libertins», a los indiferentes, a los incrédulos; sacudir su indiferencia, conducirles a plantearse el problema de Dios y a sentir la necesidad de profundizar en él.
Y se proponía, al mismo tiempo, restaurar en los espíritus el vivo sentido y el verdadero significado de la religión cristiana, como era concebida por él, conforme a la fundamental inspiración jansenista de su pensamiento; esto es, como compendiándose esencialmente en los dogmas del pecado original y de la redención, de la impotencia de la «naturaleza» y de la omnieficiencia de la gracia («Toda la fe consiste en Jesucristo y en Adán; toda la moral en la concupiscencia y en la gracia»). Convencido, por una parte, de que a un conocimiento seguro y religiosamente eficaz de Dios se puede llegar no por las vías puramente especulativas de la filosofía o de la teología racional, sino sólo por las específicamente cristianas del reconocimiento de la impotencia y miseria humanas y de la necesidad de un Mediador divino; por otro lado, convencido de que para demostrar la verdad de la religión es necesario aplicarse a suscitar en los ánimos la exigencia viva («hacer desear que sea verdadera, y después demostrar que es verdadera»), Pascal se proponía seguir, en su Apología, una vía metódica completamente distinta de la practicada generalmente.
Esto es, se proponía partir no del objeto — de la verdad cristiana considerada como un todo ya dado y perfecto en sí mismo, que se había de exponer y demostrar con método escolástico—, sino del sujeto: de la propia intimidad de la conciencia del «libertin», para estimularla y ayudarla a adquirir clara conciencia de los problemas y de los contrastes que la naturaleza humana lleva en sí misma, inseparables de sí misma, y para conducirla después a reconocer la imposibilidad de resolverlos con otros principios diferentes de los de la dogmática cristiana. Por lo tanto, método de inmanencia (como ha sido después definido por Blondel y Laberthonniére, que se han remitido a él en su tentativa de renovar la apologética católica); pero en que el «conócete a ti mismo» se presenta solamente como punto inicial de un proceso que tiene su necesario cumplimiento en el «trasciéndete a ti mismo».
El «itinerario» apologético y religioso de Pascal tiene, por lo tanto, su punto de partida en el análisis de la naturaleza humana. Análisis conducido — en fragmentos merecidamente famosos — con incisiva penetración, con poderoso realismo psicológico, con singular vigor dialéctico y, sobre todo, con austero y reflexivo «pathos» humano. De ello resulta que en los Pensamientos, el hombre es estudiado no con la despreocupada curiosidad de un moralista o de un psicólogo, sino con la religiosa conmoción de un alma que en el drama espiritual del hombre se siente empeñada «a sí misma, su totalidad, su eternidad»; y en sí experimenta sus razones de ser, y pone a prueba sus posibles soluciones. Su principio animador es que el hombre — más que un todo orgánico y unitario capaz de hallar su propia razón y su propia adecuación — es un ser trabajado, y como cortado en dos por una íntima antinomia ideal: «un sujeto a un tiempo único y doble» que acoge en sí, irreductibles y, con todo, inseparables, «las más singulares contradicciones», la más alta dignidad y la más profunda miseria.
Desea la verdad, y todo le engaña; los sentidos y la razón, la voluntad y la imaginación; aspira a la felicidad, y no halla en su camino sino «miseria y muerte»; sueña en fundar su propia vida sobre normas seguras y constantes de razón y de justicia y está esclavizado al mudable arbitrio de la opinión o de la costumbre ( «verdad a la parte de acá de los Pirineos, error à la parte de allá») y a la ley de la fuerza; se siente «nacido para el infinito», y está confinado en el dominio de lo relativo y de lo finito; querría igualarse con Dios, y por su condición es casi semejante a los brutos. De ahí, el perenne desequilibrio que hay en él, entre él y sí mismo: aquella «desproporción» que le impide así contentarse con lo que es y hacerse como querría ser («Somos incapaces de no aspirar a la verdad y a la felicidad, y somos incapaces de certidumbre y de felicidad»). Este trágico misterio del hombre no puede ser resuelto en un terreno puramente natural y sobre meras razones filosóficas, sino iónicamente en un plano superior a aquel en que se mueve «toda la filosofía humana»; en un plano sobrenatural y religioso.
Y encuentra, en realidad, su plena solución en los principios esenciales de la revelación bíblica. La cual enseña que «el hombre transciende infinitamente al hombre», que no puede hallar su plena adecuación sino en lo infinito, en Dios; que éste, para ponerlo en disposición de realizar su finalidad, le había elevado originariamente a una condición sobrenatural de inteligencia y de perfección, pero que, por efecto de la culpa de Adán, ha caído de aquel estado y se ha «vuelto semejante a los brutos». Le queda — es verdad — como un «instinto» confuso de la excelencia de su «primera naturaleza», una capacidad congénita de verdad y de bien; pero ya no está en condición de satisfacer las exigencias de ella; por el contrario, se ve sumido en la ceguera y en las miserias de la concupiscencia, que en él se ha convertido en segunda naturaleza. De esta condición de impotencia y de miseria sólo puede librarse por la caridad viva de Cristo; por su gracia, gratuita, eficaz, que ningún esfuerzo humano vale para merecer o vincular.
Para Pascal, sin embargo, el hecho de que sólo la religión cristiana ofrece una solución adecuada para el problema del hombre, si bien constituye una primera y decisiva instancia en favor de ella, no es suficiente por sí mismo para garantizar plenamente su verdad, y mucho menos para demostrar su origen divino. Por lo cual él se proponía apoyar su verdad con otras pruebas de orden «histórico y moral», con las pruebas clásicas de la confirmación de las profecías mesiánicas, de los milagros de Cristo, de la sublimidad de la moral evangélica, de la prodigiosa propagación del Evangelio, etc. A estas pruebas — y especialmente a las profecías y a los milagros — Pascal reconoce plena validez objetiva. Con todo, no las consideraba «en absoluto convincentes». Al contrario, subordinaba su eficacia a la íntima «inspiración» del corazón; es decir, a la acción saludable de la gracia.
No puede buscar a Dios quien no lo haya encontrado ya, y las razones de la inteligencia y los argumentos de la historia, el buen juicio y las señales, los milagros y las profecías, no sirven para nada sin la locura de la cruz. De aquí parte y se desarrolla, en la obra pascaliana, un misticismo que, a pesar de alimentarse en las fuentes clásicas de la mística cristiana, ofrece, con todo, matices y realización personalísimos. Este misticismo condujo a Pascal, por un lado, a reivindicar — en oposición a cualquier forma de racionalismo teológico—, a celebrar contra y por encima de las razones del intelecto, las «razones del corazón» (por «corazón» él entiende un acto y órgano de conocimiento, que debía conquistar la verdad de manera «totalmente interior e inmediata»)—«no la razón, sino el corazón siente a Dios. He aquí lo que es la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón» — ya afirmar la necesidad en que se halla el hombre de someterse al misterio, a lo incomprensible, y de ver en ello la única solución de sus irreductibles antinomias de pensamiento y de vida.
Y también este misticismo le impulsó, por otra parte, a contraponer al «Dios de los filósofos y de los sabios», al Dios de Aristóteles y de Descartes, «autor del orden cósmico y de las verdades geométricas», el «Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob», el «Dios de Jesucristo», autor del rescate y de la vida sobrenatural de la humanidad. Todo el pensamiento religioso de Pascal culmina en el esfuerzo por reconquistar en sí, con espiritualidad nueva e inmediatez de vida, y restaurándolo en el catolicismo post-tridentino, el sentido vivo, el sentido originario de la cruz de Cristo como había sido sentido y celebrado por San Pablo: «escándalo para los judíos, necedad para los gentiles, mas para los elegidos, potencia de Dios y sabiduría de Dios».
De esa adhesión suya a los grandes temas paulinos y agustinianos del cristianismo de los primeros siglos — reavivados en un fervoroso sentimiento actual del drama salvador de la Cruz — sacan inspiración y fuerza sus páginas más conmovidas y puras; principalmente aquel «Misterio de Jesús», al cual supo elevarse, por la meditación de los textos evangélicos, hasta un coloquio interior con Cristo de singular potencia religiosa y poética. En todos los Pensamientos, por lo demás, lo que cuenta no es tanto la trama teológica o apologética, sino la humanidad de pensamiento y de corazón que los eleva por completo a una esfera de superior espiritualidad. La primera edición casi completa, y según el autógrafo de los Pensamientos, no se realizó hasta 1844, siendo preparada por P. Faugére. La más autorizada edición moderna es la de Brunschvicg (París, 1904). [Trad. española de Edmundo González Blanco (Madrid, 1933). La mejor es la del filósofo Xavier Zubiri (Buenos Aires, 1940), varias veces reimpresa).
P. Serini
Queriendo profundizar en las cosas de la religión, Pascal se ha vuelto escrupuloso hasta la locura. (Leibniz)
Pascal es el hombre que ha presentado la verdad en su luz mejor. (Vauvenargues)
Los sentimientos de Pascal son notables sobre todo por la profundidad de su tristeza y por no sé qué inmensidad; quedamos suspensos entre estos sentimientos como ante lo infinito. (Chateaubriand)
Pascal se había vuelto casi loco por el soberbio poder de su imaginación; estos genios de. facultades demasiado superiores, demasiado extraordinarias, no sirven para nada, se consumen, se corrompen, acaban en la nada. (Leopardi)
En los Pensamientos de Pascal el hombre en presencia de sí mismo siente ser todavía un enigma. (De Sanctis)
El pensamiento de Pascal es completamente desnudo, a veces húmedo de sudor febril, amarillento por el ayuno o, de pronto, rojo de la sangre que huye del corazón y lo deja helado. (Gourmont)
La lectura de los escritos que nos ha dejado Pascal, y sobre todo, de sus Pensamientos, no nos invita a estudiar una filosofía, sino a conocer a un hombre, a penetrar en el santuario de dolor universal de su alma enteramente desnuda, de su alma que llevaba cilicio. (Unamuno)
Pascal es el único nombre que en un conclave ideal de los genios de todas las naciones Francia debería hacer valer frente a un Shakespeare… porque Pascal es la más alta respuesta humana que Francia pueda presentar. (Du Bos)
¿No es Pascal, sino Descartes, quien es considerado como padre de la filosofía moderna, y no es de Pascal sino de Descartes de quien aceptamos la verdad?¿dónde buscar la verdad sino en la filosofía? Tal es el juicio de la historia: se admira a Pascal, pero se le deja seguir su camino. Es un juicio de apelación. (Sestov)
El autor de los Pensamientos establece entre el cristianismo y el hombre una relación de llave y cerradura. El hombre con su complejidad, el cristianismo con la suya, encajan exactamente uno en otro. No hay un dogma, por decirlo así, que no colme uno de nuestros abismos, que no llene exactamente su capacidad. (F. Mauriac)