Monologio, San Anselmo de Aosta

[Monologion]. Es la obra más importante de San Anselmo de Aosta (1033-1109), escrita en latín cuando era prior de Bec, según su biógrafo Eadmero, y no antes de 1070. El opúsculo, que fue llamado por el autor «Exemplum meditationis de ratione fidei», es principalmente un tra­tado sobre la «esencia de Dios» y las prue­bas «a posteriori» acerca de la existencia divina sirven para hablar después de las , «cualidades» de Dios.

Se percibe la influen­cia de San Agustín y, de modo especial, la del tratado sobre la Trinidad (v.), elabo­rado, sin embargo, según los particulares intereses de San Anselmo: porque donde a San Agustín le interesaba la lucha con­tra las herejías trinitarias y cristológicas; a San Anselmo le importa mostrar lógica­mente las principales verdades de la fe, y es en esto verdadero padre de la Esco­lástica. La obra comienza con las pruebas demostrativas de la existencia de Dios: par­tiendo de los conceptos de bueno, de grande y de ser, derivados de las cosas sensibles, y de los conceptos de los grados de per­fección que se dan en las cosas, llegamos al concepto de Bien en sí, de Grande en sí, de Ser en sí, del cual las cosas sensi­bles no son sino manifestaciones. La iden­tificación de estas diversas formas de Ser en sí nos conduce a un Ser único suma­mente bueno, grande, perfecto, y que es por sí Dios, del cual afirmamos la eternidad y la derivación de sí mismo. San Anselmo pasa, después, al estudio de la Trinidad; Dios hizo de la nada todas las cosas, pero éstas no eran nada respecto a Dios, que, en la eternidad, las decía en su Verbo. Pero, ¿cómo se puede determinar la esencia de Dios? A Él corresponden todos los atribu­tos de perfección; Él es los atributos mis­mos, no porque participe cualitativamente de ellos, sino porque realiza absolutamente lo que ellos indican (es justo porque es la justicia, es bueno porque es la bon­dad, etc.).

Dicho en otras palabras: Dios rechaza el predicado en cuanto tal; en cam­bio, somos nosotros los que no podemos prescindir de los predicados si queremos de algún modo aproximarnos a Él con el in­telecto. Los atributos tratados por San An­selmo son: la simplicidad, la eternidad, la ubicuidad, la inmutabilidad, la sustancialidad y la trascendencia. Con el capítu­lo XXIX el autor pasa a un auténtico tra­tado teológico de la Trinidad, del Dios Trino en sus personas y Uno en su na­turaleza; del Verbo, engendrado por el Pa­dre, del Espíritu Santo o amor subsistente, procedente del Padre y del Hijo por «es­piración», y de las relaciones divinas. Des­pués de estas consideraciones acerca del mundo de Dios, se pasa al alma, concebi­da como ser espiritual pensante, estudiada en sí misma y en relación ordenada a Dios; ella es imagen de Dios; y, como espiritual e inmortal, tiende esencialmente a Él. Por tanto, concluyendo el Monologio, San Anselmo une el alma a Dios por medio del conocimiento y el amor natural, y por me­dio del amor sobrenatural (la fe, la espe­ranza y la caridad). Si Dios es por esto Creador, Señor y Dueño de todo, a Él debe orientarse el hombre en la oración y en la adoración: «Todo ser debe amar con todas sus fuerzas y con toda su veneración a Aquel de quien sólo puede esperarse la felicidad, en quien sólo debemos refugiar­nos en todas las adversidades, y al que sólo es menester elevar nuestra oración en todas las circunstancias de la vida.

Y este Dios es el único Dios, inefablemente Uno y Trino». Con el Monologio de San Ansel­mo nos hallamos en presencia de uno de los monumentos más importantes de la es­peculación medieval, tanto desde el punto de vista filosófico como del teológico, toda­vía no distintos, pero en camino ya de aquella distinción que será realizada plena­mente por Santo Tomás.

C. Ferro