Drama en tres actos de Maurice Maeterlinck (1862-1949), estrenado en 1902. Pisa, asediada por los florentinos, no puede continuar su heroica resistencia, y Guido Colonna, comandante de la guarnición, piensa ya en las últimas y desesperadas disposiciones.
Su padre, Marco, enviado a parlamentar al campo de Prinzivalle, capitán de las fuerzas floreninas, vuelve trayendo las condiciones impuestas por éste: no dará el asalto final, que Florencia le impone, y enviará víveres y municiones a los asediados, con tal que la esposa de Guido, la bellísima Monna Vanna, vaya una noche a su tienda, sola, y desnuda bajo su capa. Al furioso estupor de su esposo, opone Marco su serenidad reflexiva: él ha informado a la Señoría pisana de haber hablado con Vanna, poniendo en sus manos la suerte de la ciudad. Y Vanna irá allí a pesar de la desesperación de su esposo. Prinzivalle está esperando en su tienda, y, mientras tanto, se entera del complot que Florencia, envidiosa de su gloria, ha tramado contra él. Pero Prinzivalle ha vivido esperando aquella hora, que ya no es un sueño, puesto que Vanna llega. Cuando era un muchacho, en Venecia, la había amado siendo niña; después se había ido lejos con su amor sin esperanza, hasta que el destino lo había conducido, como temible enemigo, a la ciudad donde ella, ya casada, vivía.
Vanna recupera aquel recuerdo lejano y está conmovida; pero piensa que Prinzivalle no ha hecho nada que estuviese a la altura de aquel gran amor suyo, excepto esta última acción con la que le sacrifica su suerte. Él confiesa honradamente que no ha habido sacrificio, puesto que Florencia lo ha condenado; Vanna queda convencida, y ya los dos son compatriotas, amigos. Por lo demás, al verla entrar, él ha sentido que iba a respetarla. Y como un comisario de Florencia ha llegado para detenerlo, Vanna invita a Prinzivalle a seguirla a Pisa. Al llegar allí, ella corre a ver a su desesperado esposo para decirle que sigue siendo pura, y Guido, al ver con ella al enemigo, cree que, con femenino engaño, lo ha traído consigo para darle el castigo debido, y le da por ello, contento, las gracias. Pero Vanna asegura que Guido se engaña. El esposo comprende que su mujer ama a su enemigo y manda detenerlo. Su esposa, con apasionada exaltación, grita que ha mentido, que Prinzivalle la ha poseído, y que quiere para sí al enemigo, con el fin de vengarse. Guido acaba por creerla, y le entrega la llave de la cárcel. Sólo el anciano Marco ha comprendido. El alma de la protagonista, con su oculta evolución, recuerda las heroínas de los primeros dramas del autor, mientras que el triunfo final del amor indica el optimismo del segundo Maeterlinck. Pero lo que sorprende en esta obra de transición es la diestra estructura escénica, la acción que se desenlaza lineal y estricta, rozando casi con el melodrama y, sin duda, con la novela.
El marco histórico, la luz de fines del siglo XV toscano concentrado en la figura del viejo Marco, apasionado del desenterrado arte antiguo y de la filosofía platónica, añaden claridad a la obra; pero a esta luz, casi nueva para el autor, los personajes parecen menos profundos, comenzando por Vanna, mejor trazada plásticamente que líricamente viva. Monna Vanna fue el mayor éxito teatral de su autor junto con el Pájaro azul (v.); con todo, su teatro precedente (v. Princesa Maleine; Pelléas y Melisande; Interior), con sus ingenuidades y ambiciones, tiene un contenido de poesía que falta en este drama renacentista, bien mesurado, y con algo que parece una concesión al más vasto público.
V. Lugli