[Moby-Dick or the Whale]. Es la obra maestra de Hermán Melville (1819-1891), y uno de los libros más importantes de literatura marinera que la humanidad posee. Se publicó en Nueva York en 1851, cuando el autor tenía treinta y dos años. Su importancia sólo fue reconocida más tarde, y en estos últimos tiempos (en que han visto la luz numerosas traducciones de la obra) se ha producido un nuevo florecer de estudios y apreciaciones en torno a Melville y su Moby-Dick.
Se trata de la narración de una larga expedición de pesca de ballenas, realizada hacia el año 1840 a bordo del «Pequod», zarpando de Nantucket, la capital norteamericana de la ballenería. Pero, a diferencia de lo que hizo Melville con el relato de sus aventuras juveniles en los mares del Sur (v. Typee y Omoo), esta vez no se limita a redactar sus propios recuerdos. Moby-Dick fue escrita más de diez años después de los acontecimientos narrados. Esta obra no es ya como las que la precedieron, un animado documental, sino una especie de poema épico en prosa, cargado de largos trozos de cetología en los puntos en que la exaltación de la lucha sostenida por el hombre contra las combativas ballenas, de las que Moby-Dick, la legendaria y feroz ballena blanca, es símbolo, cede el paso al catálogo casi científico de todos los aspectos de la ballenería. Debemos, pues, distinguir en la obra el elemento épico del didáctico, la aventura de la información. El relato está a veces empapado de una solemnidad bíblica; la erudición, en cambio, incurre en pedantería, aunque reanimada aquí y allá por una basta retórica que no consigue parar en poesía.
Melville es artista desigual; cede a menudo a la peligrosa tentación de lo gigantesco y le falta el clásico sentido de la mesura. Es, en suma, una de las columnas, probablemente sin saberlo, del movimiento romántico en las letras americanas. Sabiendo que disponía aquí de un gran tema, quería ponerse a su altura, y esto a veces le ha impelido a la hinchazón. «Amigos, ¡sostenedme!: porque en el simple acto de verter mis pensamientos sobre ese leviatán, éstos me fatigan, me agotan con su inmenso alcance». Y más abajo declara: «Para producir un gran libro es menester elegir un gran tema. Ninguna obra grande y durable podrá ser jamás escrita sobre la pulga, aunque muchos lo hayan intentado». Por esto su fantasía incurre a menudo en lo barroco, y su pasión por la antítesis lo conduce entonces a una atmósfera apocalíptica, donde volvemos a hallar con estupor, en aquel selvático americano, acentos dignos del peor Víctor Hugo.
Pero en el corazón del libro hallamos un sentido lírico que es esencialmente un retorno a la juventud, al descubrimiento del mundo, ya abriendo poéticamente con la adolescencia los ojos sobre el sentido humano de la vida, ya materialmente, viajando, navegando, luchando. Es un motivo obstinado, es la nostalgia de un paraíso terrenal perdido antes de tiempo. A la luz de este apasionado sentimiento se aclara el sentido del Moby-Dick y la gloria de la gran navegación a vela. [Trad. española por Fabricio Valserra, Barcelona, 1943].
P. Gadda Conti
Un gran libro, un grandísimo libro; el libro de mar más grande que fue escrito jamás; llena el alma de religioso asombro. (D. H. Lawrence)
¡No! Melville no es ni siquiera un genio secundario. Sus obras constituyen una de las curiosidades importantes de la literatura. (L. Lewishon)
Obra maestra, pero exótica, que fatigosamente se extiende por una porción de planos heterogéneos y está iluminada por un misticismo convulso. (E. Cecchi)