Miss Giacomini, Miguel Villalonga

Ocho días de vida provinciana. Obra del escritor español Miguel Villalonga (1899-1946). Los «ocho días de vida provinciana» van desde el martes de Semana Santa, 28 de marzo de 189… al martes de la Semana de Resurrección, 4 de abril de 189… Se trata de una visión irónica e incisiva de la sociedad mallorquina de fines de siglo.

El autor recurre a todos los procedimientos a fin de comuni­carnos fácilmente el ambiente del tiempo: narración, diálogo fragmentos de sermón, de artículos periodísticos, comunicados, etc. Las campañas de la prensa local, los clubs y reuniones, los partidos políticos, los per­sonajes representativos, son descritos admi­rablemente y con humor intencionado. El clima de los días santos y el anuncio de la llegada de la funámbula Miss Giacomini, que deberá actuar el Sábado de Gloria, pone en ascuas a toda la ciudad. Los re­presentantes de la austeridad moral, don Miguel Escrich, el padre Mur, doña Ernes­tina Suances Somonte, reaccionan enérgica­mente: artículos ultramontanos en «El Avi­so» — periódico integrista que incluso el señor obispo encuentra excesivamente orto­doxo —, sermones apocalípticos desde el púlpito, visitas al gobernador, etc. Miss Giacomini es culpable de todo, y aunque algunos afirmen que es católica, es real­mente imposible que lo sea una mujer que aparece en el escenario en «maillot». Si un día la maestra resuelve mal una división y una alumna se lo advierte, es consecuen­cia de la inmoralidad que ha despertado Miss Giacomini.

En pro o en contra de ella se pronuncian los partidos políticos y los individuos, aunque éstos, a pesar de pronunciarse en contra, como el propio se­ñor Escrich, guarden un retrato de la funámbula y lo contemplen lujuriosamente. El autor se ríe de todos, de integristas y liberales, pero su sonrisa es escéptica en la misma proporción que es inteligente, hu­mana y comprensiva. El «banquete de pro­miscuación», organizado por los republi­canos el día de Viernes Santo; el desengaño de don Fernando Alameda por Ramón Llull; la tertulia de los liberales — con el comandante Sicluna, el canónigo Dalmau, etc. —; los artículos del señor Escrich; la lucha entre «El Aviso» y «La Atalaya»; las aficiones regionalistas del señor Monroy, etc., constituyen seguramente sutiles carica­turas de personajes y episodios del tiempo.

A. Comas