Mis Venenos, Charles-Augustin de Sainte-Beuve

[Mes poisons]. «Cuader­nos íntimos inéditos» de Charles-Augustin de Sainte-Beuve (1804-1869), recopilados y publicados por Víctor Giraud en 1926. Son un importante documento sobre la formación literaria del gran crítico y, sobre todo, un testimonio de cómo, al escribir un en­sayo o un retrato, sabía aislar su libertad de juicio ante la obra de sus contemporá­neos, separándolo de prejuicios psicológicos o sentimentales.

El mismo título (que, si no es del autor, está sacado de una de sus frases más significativas: «éstos son colores en estado de venenos; diluidlos un poco y tendréis colores») indica que se trata de apuntes, pensamientos, impresiones, no des­tinados originariamente a la imprenta, sino reservados para la obra póstuma. Aquí se muestra áspero, maligno, por propia con­fesión; se lanza contra Balzac, al que por lo demás nunca respetó mucho en sus crí­ticas, bromea sobre la sinceridad artística de Hugo y de Lamartine, a menudo cele­brados, pero sutilmente sentidos como ri­vales de una soñada fama literaria; se ex­tiende en confidencias sobre su hipocresía, pues mientras finge no aspirar a nada, sólo piensa en la gloria; recuerda sus amistades y en particular su único amor con Adèle Hugo. Son interesantes los juicios sobre la propia obra, de moralista más que de crí­tico literario, de observador de la realidad humana y de los vicios del prójimo. Aun deseando lo nuevo, siente que su inspira­ción es idílica y tenue, alejada de luchas y posiciones decididas, tanto en el arte como en política; se indigna contra la vul­garidad de Michelet, la hinchazón de Cha­teaubriand, las correrías intelectuales de Quinet; reconoce que su vida es un estío seco, ardiente, porque sólo está hecha de inteligencia y de introspecciones descar­nadas.

Sin embargo, afirma haber amado la naturaleza y las impresiones directas, y haber abierto el alma a cuanto fuese sin­cero e instintivo por encima de toda fácil artimaña literaria. Tal posición espiritual coincide perfectamente con su tono de crí­tico sagaz, aunque encerrado en la propia sensibilidad sutil, cuando dice de sí mismo que sólo es un espejo de los grandes hom­bres, que reproduce sus imágenes – y sus creaciones. Estas notas, por las referen­cias y los testimonios sobre la sociedad del siglo XIX, han sido leídas por muchos mo­dernos con avidez no menor al interés des­pertado por los diarios y páginas inéditas de Stendhal o Constant.

C. Cordié