Manual de Historia de los Dogmas, Adolph Harnack

[Lehrbuch der Dogmengeschichte], en tres vols., del más polifacético y fecundo investigador de la historia del Cristianismo de la pasada generación, Adolph Harnack (1851-1934), procedente, como teólogo, de la escuela idealista de Ritschl y, como historiador, de la de Ranke. Funde la erudición historico- literaria con la especulación teologicofilo- sófica en la interpretación del Cristianismo, de sus orígenes, de su historia. Presentán­dose el Cristianismo como doctrina, como un sistema de dogmas, el autor ha empren­dido la tarea de explicar estos dogmas his­tóricamente, como el efecto de la reflexión teológica sobre la personalidad de Cristo, su predicación y su obra por parte de individuos formados en cierta atmósfera cul­tural, movidos por determinadas necesida­des teóricas y prácticas, bajo la sugestión de vastos movimientos espirituales, y en el marco de sólidas instituciones sociales, co­mo el monacato. Esta imponente obra, en tres gruesos volúmenes, en que la vasta erudición no es óbice para que la exposi­ción se mantenga viva y cálida aun dentro de la cautela del crítico que sabe distinguir en sus afirmaciones lo que es dato seguro de lo que es solamente hipótesis necesitada de comprobación, se presentó con el pri­mer volumen «El origen del dogma ecle­siástico», en 1886, eclipsando muy pronto los anteriores manuales que privaban en la cultura.

La nueva tesis de Harnack era que «el dogma en su concepción y en su des­arrollo es la obra del espíritu griego en el campo del Evangelio», es decir, que es el producto de la filosofía griega aplicada a los datos evangélicos; la historia del origen y del desarrollo del dogma es, pues, la his­toria de la especulación helenística en tor­no a los temas candentes en las conciencias cristianas y fijados en los escritos del Nue­vo Testamento, tal como se presenta en és­tos y en las corrientes filosóficas, que él llama «gnósticas», asimiladas por la Igle­sia. El segundo y el tercer volúmenes (pu­blicados respectivamente en 1887 y 1889) describen «el desarrollo del dogma como doctrina del hombre-Dios sobre la base de la teología natural» (especialmente en la teología griega) y la sucesiva ampliación y transformación de tales dogmas en una teoría del pecado, de la gracia y de los medios de gracia «sobre la base de la Igle­sia» (lo cual fue esencialmente obra de la teología occidental y de la Edad Media); finalmente, se describe «la triple conclu­sión de la historia de los dogmas en el catolicismo romano (con el Concilio Triden- tino y el Concilio Vaticano), en el anti- trinitarismo y en el socinianismo y en el protestantismo». Harnack se detiene mayor­mente en la historia antigua del dogma, al paso que procede con rapidez en el examen de cuanto se refiere a la actividad doctrinal de los maestros medievales y de la Igle­sia medieval, como también en la última parte, en la que es sorprendente que no trate del desarrollo dogmático del lutera- nismo, desde la «confesión de Augsburgo» hasta las «fórmulas de concordia».

La ra­zón de ello está en que Harnack estima ce­rrada con la Edad Media la época creadora del dogma y juzga que el protestantismo vive de impulsos radicalmente nuevos y que constituye una nueva forma de religiosi­dad en la que los elementos dogmáticos tra­dicionales por él admitidos carecen ya de toda función vital. Precisamente a causa de esto en los centros conservadores se tuvo la impresión de que Harnack acababa por resolver la historia del dogma en his­toria de la filosofía, y a raíz de ello se pro­dujeron vivas reacciones en los círculos del luteranismo ortodoxo. Harnack tiende a reducir el contenido originario del men­saje de Jesucristo al único artículo moral de la paternidad de Dios: por ende, se ha visto obligado a admitir en las doctrinas filosoficorreligiosas helenísticas o hebraicas, las ideas de pecado, redención, gracia e Iglesia que constituyen la substancia del dogma cristiano desde los tiempos del Nue­vo Testamento. De aquí su tendencia a dis­tinguir en la ortodoxia corrientes distintas, a construir sobre una frase todo un sistema doctrinal, a ver en las fórmulas dogmáticas el resultado de un complejo trabajo sin­crético. Y ésta es la que a muchos les pa­rece la parte más endeble, mientras todos están de acuerdo en admirar la fuerza con que el autor sabe ilustrar las fuerzas his- toricoespirituales que paso a paso van im­poniendo a la conciencia eclesiástica el motivo dominante de su actividad reflexiva. Las líneas maestras emergen con plena evi­dencia en el Compendio [Grundriss] publi­cado poco tiempo después.

M. Bendiscioli