[Les Burgraves]. Drama histórico o, mejor, poema dramático de Víctor Hugo (1802-1885), que, representado con éxito desgraciado en 1843, cerró la carrera teatral del poeta. Prescindiendo casi de todo miramiento por la técnica escénica tradicional (y hay que buscar aquí la causa de su fracaso inmediato) la obra reúne en tres episodios («El Abuelo», «El Mendigo», «El Calabozo»), una serie de pintorescos y emocionantes cuadros dramáticos. unidos por el hilo de una trama sencilla. En el antiquísimo y desmesurado castillo de Heppenhef, a orillas del Rhin, el burgrave Job, bueno y prudente, ya centenario, vive rodeado de un sinnúmero de feudatarios poderosos que, aprovechándose de la debilidad del decrépito jefe, le han sustituido, imponiendo a toda la región una tiranía inhumana y haciendo del castillo un lugar de orgías, entre criados, esclavos y bufones, mientras en los subterráneos gime en los cepos una verdadera multitud de prisioneros, víctimas de su feroz abuso. Pero entre estos infelices vive, más allá de toda verosimilitud, una esperanza: el emperador, el glorioso Barbarroja, no murió como todos han dicho, hace veinte años; y reaparecerá algún día para castigar con su prudencia legendaria y su tremenda energía a los feudatarios tiránicos, haciendo triunfar al fin la justicia.
En efecto, Barbarroja aparece bajo los andrajos de un anciano mendigo; puede darse cuenta, por boca de los criados, de las canalladas de los nuevos señores, y la situación del viejo Job (que fue en otro tiempo su tenaz adversario pero cuyo valor y lealtad admiró siempre el emperador) le entristece profundamente. Al fin, en una serie de dramáticas escenas, se revela, terrible en su ira, personificando con su imponente figura, hecha más solemne con la extrema edad y el halo de leyenda que le circunda, la justicia vengadora. Así los indignos vasallos ocuparán el lugar de los prisioneros libertados, el viejo Job será reintegrado a su autoridad y encontrará milagrosamente un heredero, pues, en los calabozos del castillo se descubre un noble jovencito que es nada menos que su último hijo, raptado en pañales y llorado por muerto durante mucho tiempo. En esta pintoresca reevocación que tiene toda la sugestiva evidencia de un fresco destrozado, de colores brillantes, son revividos y transportados a una luz legendaria los mismos recuerdos históricos, las fantasías y los pensamientos sugeridos al poeta por un viaje a la región renana del que había sacado recientemente un libro, el Rhin. Pero aquí los elementos históricos perfectamente fundidos en la libre visión fantástica, no pesan, como en los precedentes dramas de Hugo, sobre la intuición fundamental de la obra, que es francamente poética; y el gran tema de una autoridad iluminada, que arranca de la tradición su fuerza para imponer la justicia en la sociedad destrozada por las feroces opresiones y las revueltas, resulta perfectamente simbolizado en el drama, casi sin residuos de polémica contemporánea. Así que la obra se impone al lector por sus cualidades intrínsecas de poesía y es la más hermosa que Hugo ha dedicado al teatro. [Traducción española de M. Carreras y González (Madrid, 1881) y de C. Navarro (Barcelona, 1884)].
M. Bonfantini