Los Antepasados, Adam Mickiewicz

[Dziady]. Poema romántico polaco de Adam Mickiewicz (1798-1855), dividido en cuatro partes, sin­gularmente desligadas entre sí. Pero, mien­tras la primera parte quedó inédita, y la segunda y la cuarta compuestas en 1821-22 fueron impresas en 1823, la tercera com­puesta en 1830 en Dresde y publicada en París en 1833, constituye en realidad un poema dramático por sí mismo (que se sue­le llamar: Los antepasados de Dresde). El título de la obra está sugerido por una an­tigua costumbre lituana (Mickiewicz nació en Lituania y allí transcurrieron sus pri­meros años): la de celebrar anualmente la fiesta de los difuntos (la fiesta de los an­tepasados), con un banquete nocturno, acompañado de cantos y de ritos especiales, al que se convocaban los espíritus de los difuntos. El poeta, cuyo corazón sangraba todavía de amor por Maryla Wereszczaka, revive la historia de su pasión en la pri­mera parte del poema a través de la narra­ción poética que en él hace el espíritu de un muerto, suicida por amor: Gustavo. En la segunda parte vibran los sueños de amor de una muchacha sentimental, cuya fan­tasía sueña un amante ideal, en tanto re­suenan a su alrededor los cantos de la Fies­ta de los Antepasados. Con los sueños de la muchacha, van a fundirse los de un lejano cazador, sin que las almas de ambos lleguen a encontrarse nunca. El amor de Gustavo forma, sobre el fondo de la pri­mera parte, el nudo de la cuarta.

La parte tercera (la de Dresde), tiene a su vez un contenido esencialmente patriótico. Prota­gonista es el poeta y ardiente patriota Con­rado (Konrad), segunda encarnación de Gustavo y aun del propio Mickiewicz. La prometeica protesta de éste contra el mar­tirio de Polonia, constituye la nota culmi­nante de la obra entera. Se reúnen en tor­no a Conrado, en su celda, gracias al com­placiente consentimiento de un guardián benévolo, varios estudiantes prisioneros, para festejar juntos la víspera de Navidad. Conrado, exaltándose, se siente profeta y habla con gran inspiración. Cuando los es­tudiantes se van, antes de que pase la ron­da, él siente una sensación como si levantándose sobre el mundo entero, se sintiera cerca de Dios, y dolido por la tragedia de su pueblo, aplastado por la violencia extranjera, se vuelve a Dios y le pregunta la manera de poder gobernar a las almas para dar a los hombres la felicidad. Pero Dios no le contesta y Conrado, exasperado, por poco pronuncia, en un ímpetu de re­beldía, la blasfemia suprema: «¡Oh Dios, tú no eres el Padre de los Hombres; Tú eres… el Zar!». Pero no completa su pen­samiento, lo completa en su lugar el de­monio, que invisible le ha escuchado al oír la voz infernal, Conrado, vencido por la emoción, cae al suelo privado de cono­cimiento. Lo salva de la perdición eterna, la intervención del humilde sacerdote Pe­dro, que le obtiene el perdón de Dios, por­que el móvil de su rebelión no había sido el orgullo, sino el amor del pueblo opri­mido.

Siguen tres visiones que se unen muy poco con el episodio de Conrado: la de una muchacha purísima, que personifica la más alta virtud femenina; la apocalíptica del sacerdote Pedro, que culmina en la re­surrección de su pueblo tras el martirio, y la del odioso senador moscovita Novosilcov, carnicero de los polacos, que pronos­tica su caída en desgracia ante el Zar. Esta parte tercera va seguida del llamado Epi­sodio [Ustop], que podría definirse como el canto del odio contra Rusia. Es un con­junto de cuadros de las tintas más som­brías, que representan ejemplos varios de la crueldad moscovita, ejemplos sugeridos al poeta por sus recuerdos personales del exilio en Rusia. De este «episodio» forma parte el famoso careo entre la estatua de Marco Aurelio en Roma y la de Pedro el Grande en San Petersburgo, careo que da ocasión al poeta para contraponer a las cualidades negativas del déspota ruso, las positivas del emperador romano. Caracte­rístico de esta tercera parte es un alternar de los elementos extremadamente fantás­ticos (espectros, espíritus, demonios) con elementos perfectamente reales (el senador Novosilcov, el sacerdote Pedro) y hechos varios. Prevalece en toda la narración un tono de profunda y pesimista desesperación, natural consecuencia del desaliento que si­guió al fracaso del movimiento de 1830-31, poco anterior a la composición del poema, el cual no corresponde a las condiciones del tiempo en que se desenvuelve la ac­ción, que debe ser anterior en algunos años.

Hay en el poema un cierto desorden caótico, que muchos críticos vituperaron al autor y que parece surgir de una difusa sensación de la existencia de conexiones ideales entre el mundo de los vivos y el de los espíritus. Pero por otra parte, la pin­tura magistral de los tipos, tanto de los rea­les como de los fantásticos, la gran poten­cia lírica de sentimientos y descripciones (grandiosa sobre todo la del monólogo de Conrado), y la sabia y humana compren­sión de muchos estados de ánimo justifican el buen juicio de la crítica, que ve en este poema, no sólo uno de los más importan­tes y característicos monumentos de la poe­sía romántica polaca del siglo XIX, sino también una piedra miliar en la historia literaria de Polonia. Trad. italiana de los Antepasados por Aglauro Ungherini (Turín, 1898); trad. separada del Episodio por Enrico Damiani en: Mickewicz, Canti (Floren­cia, 1926).

E. Damiani