Lo Prohibido, Benito Pérez Galdós

Novela en dos tomos del gran escritor español Benito Pérez Galdós (1843-1920), publicada en Madrid en 1885, en la que, en forma autobiográfica, se narran las mundanales aventuras del prota­gonista en Madrid. Se trata de un joven andaluz, hijo de inglesa católica, que se instala en la corte en el mismo edificio donde vive un primo carnal de su padre con tres hijas y un hijo.

Sucesivamente ena­morado de cada una de esas tres hijas, Eloísa, María Juana y Camila, para nada tiene en cuenta a los respectivos maridos de las mismas; si bien es verdad que Camila, la más agreste y cerril al parecer, resulta insobornable en su virtud y en su fidelidad conyugal. El joven Raimundo, típico seño­rito inútil de la clase media con pujos de aristocracia, es un elemento más de los muchos cuya corrupción «ameniza» la so­ciedad de entonces, que se describe con gran riqueza de detalles y certeza de ob­servaciones. José María, el personaje que con sumo desenfado nos va relatando sus amores extralegales, es descendiente de una familia — los Bueno de Guzmán — cuyas deficiencias físicas y morales nos son cono­cidas gracias, precisamente, a la relación que de todas ellas nos hace el padre de las tres hermanas en quienes se cifra el com­plejo erótico del protagonista de Lo Pro­hibido.

Y es seguramente una aberración patológica la que obliga a éste a enamo­rarse sucesiva y obsesivamente de Eloísa, María Juana y Camila. Los apuros que cada una de ellas, con su correspondiente esposo, pasa para aparentar mantenerse en el puesto social a que ha llegado trabajosamente, son dignos de estudio. Pérez Galdós, con su maestría insuperable, va señalando las debi­lidades que obligan al mortal a cometer actos de verdadera responsabilidad moral pa­ra dejar bien puesta la vanidad o el amor propio. La tonta ambición, la irresponsable necesidad de «apariencia» hacen de la mujer (mal educada y peor instruida) un elemento sumamente perturbador. La verdad es que a través de estos amoríos de José María asistimos al crecimiento de una enfermedad cuyo síntoma, latente, es sin duda lo que parece «amor».

Y así al final de la obra, le vemos convertido en un guiñapo: de una falta casi total de memoria pasa al ataque que da al traste con su integridad física. Después de arruinado por las malas artes de su prima «enamorada», y por las sandeces que a él mismo se le ocurren, en su loco empeño de forzar la salvaje virtud de Ca­mila (Eloísa, que fue la más amada, es una caricatura de sí misma gracias a la enfer­medad que la devora, y que le deja huellas) cae enfermo, a su vez, de algo que ya no le dejará si no es en la sepultura: idiotizado, casi sin poder hablar ni moverse, purga en un simulacro de vida las disparatadas horas de una juventud y madurez sin do­minio moral.

C. Conde