Le Coq D’or, Nicolás Rimsky-Korsakov

Ópera del compositor ruso Nicolás Rimsky-Korsakov (Nikolaj Andreevic Rimskij-Korsakov, 1844-1908), es­crita en 1907 y representada por primera vez en Moscú en 1910. El tema, tomado de un cuento de Pushkin, sobresale por su sarcás­tico colorido y por la cruel sátira que subra­ya la fábula.

El viejo Zar Dadón, necio y ca­duco, para poder vivir en paz y dormir tran­quilo, hace un pacto con un astrólogo, perte­neciente a una secta de eunucos: le com­pra un prodigioso gallo de oro que, desde lo alto de un asta, señalará con su estridente grito cualquier peligro que amenace al rei­no; a cambio Dadón promete al astrólogo concederle lo que le pida. El gallo funcio­na maravillosamente y el viejo Zar le deja que vigile y se desentiende de todo. Pero un día el gallo se agita y canta: peligro grave en Oriente. El Zar envía un ejército, capitaneado por su hijo mayor. Pasan ocho días sin ninguna noticia y el gallo canta de nuevo. El Zar manda otro ejército, ca­pitaneado por su hijo menor. Otros ocho días de silencio y tercera alarma del gallo. Entonces el Zar parte en persona a la ca­beza de sus guerreros y, después de un largo viaje, llega a un áspero desfiladero. Los dos primeros ejércitos han sido exter­minados; todos han perecido, incluso los dos hijos del Zar que yacen en el suelo, sin vida, con la espada de uno clavada en el pecho del otro. El Zar se horroriza ante la horrenda visión. En esto, de una gran tienda, sale una maravillosa princesa orien­tal. Los dos hermanos se han matado por ella, y el Zar Dadón se enamora también locamente. La lleva con él a la capital, pero a las puertas de la ciudad le espera el as­trólogo, que le pide la mujer. El Zar se niega y el otro le recuerda su pacto. Fu­rioso, Dadón lo golpea con el pesado cetro y lo derriba, exánime, al suelo. Entonces el gallo de oro se desprende del asta, cae sobre la cabeza del Zar y le picotea terri­blemente; Dadón muere, mientras la prin­cesa maga, con una risotada burlona, des­aparece, como mágico e irreal espejismo.

La música con que Rimsky-Korsakov ha ves­tido los tres actos de la leyenda escenifica­da, resulta más original y más típica que la de sus otras dos «féeries». El colorido ruso caracteriza los coros, las danzas y el ambiente de la Corte, sobre todo en el pri­mer acto, que acaso es el más logrado y que se cierra con una deliciosa nana al viejo Zar, el cual ronca como un bendito, mientras las doncellas le espantan las mos­cas; un leve sabor de parodia se ha trans­mitido de los versos a la música que, sin embargo, no tiene el hiriente sarcasmo del texto de Pushkin y se mantiene más blan­da y más apacible, con un marcado carác­ter de fábula. De un colorido especial son las melodías adornadas con garganteos con­fiados a la voz de un tenor, de timbre muy agudo y claro, casi blanco. Las figuras de Dadón y del astrólogo son de fábula, carica­turizadas con típicos toques rusos. El com­positor le da a la princesa un ropaje musi­cal de carácter oriental, con frecuencia un poco convencional y pesado, sobre todo en las arias laboriosamente adornadas con ara­bescos y de una excesiva duración. El últi­mo acto es excelente.

M. T. Chiesa