[Vitae excellentium imperatorumJ. Con este título se conservan veintitrés biografías que Cornelio Nepote (99?- 30? a. de C.) escribió para narrar la vida de los más grandes capitanes extranjeros, a los cuales había de contraponer los capitanes romanos. Estas biografías entraban en el cuadro más vasto de una obra intitulada Los hombres ilustres [De viris illustribus], la cual comprendía unas quince categorías: juristas, literatos, historiadores, romanos y extranjeros, etc. Entre las distintas partes, esta de los caudillos extranjeros es la única que ha llegado hasta nosotros verosímilmente íntegra y comprende diecinueve personajes griegos, uno persa, dos cartagineses, y, además, indicaciones sobre los reyes que guiaron el ejército.
Las biografías son: 1.°, de Milcíades, ateniense, el vencedor de Maratón, que murió encarcelado por la ciudad que él había salvado; 2.°, de Temístocles, ateniense, el vencedor de Salamina, el cual, condenado al destierro por la ingrata patria, murió huésped del enemigo; 3.°, de Aristides, ateniense, el cual, desterrado por sus excelsas virtudes de honestidad y modestia, fue vuelto a llamar y promovido a muy elevados cargos; 4.°, de Fausanias, espartano, vencedor en Platea, el cual, sospechoso de connivencia con el enemigo, pereció emparedado en un templo; 5.°, de Cimón, ateniense, hijo de Milcíades, que enviado al destierro fue vuelto a llamar para pactar la paz entre Esparta y Atenas; 6.°, de Lisandro, espartano, vencedor en Egospótamos, de ánimo cruel y ambicioso, el cual intentó en vano una revolución antimonárquica; 7.°, de Alcibíades, ateniense, joven de grandes dotes, ora dirigidas al bien, y ora al mal, el cual, condenado por su patria y huido junto a los espartanos, volvió a Atenas y murió por insidias de los persas; 8.°, de Trasíbulo, ateniense, que expulsó a los tiranos y restituyó su patria a la democracia; 9.°, de Conón, ateniense, quien, vencidos en Cnido los espartanos, reconstruyó las murallas de su ciudad; 10.°, de Didón, siracusano, que se opuso a la tiranía de Dionisio el Joven; 11.°, de Ifícrates, ateniense, valeroso jefe de mercenarios; 12.°, de Cabrias, ateniense, último de los grandes caudillos de Atenas; 13.°, de Timoteo, ateniense, el restaurador de la potencia naval de Atenas en el Jónico; 14.°, de Datames, cario, el más grande general que tuvo Asia; 15.°, de Epaminondas, tebano, que inauguró la hegemonía de Tebas con la batalla de Leuctra y murió combatiendo en Mantinea; 16.°, de Pelópidas, tebano, que liberó a su patria de la sujeción tebana; 17.°, de Agesilao, espartano, el primero que osó guerrear en Asia, de donde, mandado llamar demasiado pronto, corrió en defensa de su patria en peligro; 18.°, de Eumenes de Cardias, que sirvió a los macedonios y fue, entre los sucesores de Alejandro, el más fiel a Perdicas y a la dinastía macedónica; 19.°, de Foción, ateniense, que confió su fama más que a empresas militares, a la integridad de su vivir; 20.°, de Timoleón, corintio, que abatió el señorío de Dionisio el Joven y gobernó en Siracusa; 21.°, de Amílcar, cartaginés, que hábilmente consiguió la paz después de la primera guerra púnica; 22.°, de Aníbal, protagonista de la segunda guerra púnica, el cual aun después de la derrota de Zama no se abstuvo de maquinar contra los romanos; y además una sumaria noticia de algunos reyes guerreros de diversas nacionalidades.
A continuación de estas vidas de capitanes extranjeros, es costumbre poner las dos únicas que sobreviven del libro de los personajes históricos latinos: Catón el censor, severo corrector de corruptas costumbres; y Ático, de quien nuestro historiador narra con amoroso cuidado la vida íntima, transcurrida lejos de la política, pero aplicada a los asuntos honrados y a las buenas amistades. La historiografía de Cornelio, de modesta calidad, es digno producto de aquella sociedad cultural que alaba los nombres ilustres de Cicerón, Ático y Varrón. Es muy amplio el ambicioso cuadro según el cual había concebido su obra, y responde a una aspiración, común a su generación, de lograr el carácter enciclopédico en la historia; enciclopedia que es enemiga de la exactitud y de la profundidad. Las categorías bajo las cuales resultan agrupados los diversos personajes, aunque precisas e inequívocas, saben demasiado a esquema iconográfico y preconcebido para que el autor, antes que el lector, no advierta con desagrado su estrechez.
Resulta de ello que referencias, no siempre explícitas, unen entre sí a personajes que tienen en común siglo, patria y empresas. Fracasada como obra de erudición, puesto que las fuentes en que bebió el historiador no resultan muy solventes; débil en cuanto al estilo, porque la narración no hace resaltar los perfiles de cada uno de los personajes sobre lo gris del ambiente que los rodea, la obra de Cornelio resulta, a pesar de todo, modélica por su vigilante espíritu de moralidad, de exacta valoración ética del individuo, vista humanamente ya en su próspera, ya en su adversa fortuna, sin que un hálito épico venga nunca a vivificar la narración, a alterar la fisonomía del «hombre ilustre»; éste permanece siempre como tal, con sus virtudes propias, con sus defectos, y la fama que ha conseguido no induce al historiador ni a exaltar aquéllas, ni a disminuir éstos. [Trad. española de Rodrigo de Oviedo (Madrid, 1875) y de Francisco de Paula Hidalgo (Cádiz, 1859) ].
F. Della Corte
Aquí tenemos en general la misma idea de las vidas paralelas de Plutarco. Las biografías de Cornelio no llegan en realidad a la perfección viva y dramática de las vidas de Plutarco… Las de Cornelio — salvo alguna excepción — son áridas, limitadas, superficiales; como las ha ideado el autor, que no se proponía reconstruir una vida, sino iluminar brevemente los hechos más admirables de sus personajes. (C. Marchesi)